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¿Qué pasa cuando fallan las máquinas de un hospital?
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¿Qué me pasa, doctor?

¿Qué pasa cuando fallan las máquinas de un hospital?

La medicina del siglo XXI nos ha traído tecnología, digitalización y modernidad. Un corte de suministro eléctrico o una caída informática interrumpen bruscamente el funcionamiento de los aparatos, entramos en pánico y olvidamos el poder humano

Foto: Robot quirúrgico urológico Da Vinci (Foto: Archivo)
Robot quirúrgico urológico Da Vinci (Foto: Archivo)

Si hay algo que nos fascina sobremanera son las historias post-apocalípticas. El cine y la literatura está llena de ejemplos conocidos por todos: de repente, un cataclismo, una mutación, un ataque biológico, o una guerra nuclear, transforma el mundo que conocemos en un frente de guerra donde reina el pillaje y la violencia. Dejan de funcionar los aparatos electrónicos que sustentan nuestra vida actual y se establece la ley del más fuerte. Ya no se puede comprar con el móvil o la tarjeta, y tampoco los cajeros permiten sacar dinero. Luego vienen otros cortes de suministros vitales, como la electricidad o el agua corriente, y finalmente se produce la total anarquía. Si bien es un escenario muy difícil que experimentemos en el futuro (o eso esperamos), no deja de ser curioso comprobar nuestra total dependencia de las máquinas hoy en día.

Foto: Charles Lindbergh fue el primer piloto en cruzar el Atlántico sin paradas y en solitario. (iStock)

Sin necesidad de llegar a estos extremos, hay un sitio en concreto donde un corte de suministro puede producir también un caos completo: ¿qué pasa si se va la luz en un hospital? Recuerdo que, hace años, en mi primer año de residencia, mientras ayudaba en una intervención coronaria, las lámparas de quirófano se apagaron de repente. Estábamos todos viendo cómo latía un corazón y, de pronto, todo se transformó en la negrura más absoluta.

Alguien más experimentado comentó: “no os preocupéis, tranquilos todos, el generador de emergencia saltará de inmediato”. Pero ese momento no llegaba. Pasaron unos angustiosos segundos que a todos nos parecieron horas, hasta que la luz volvió de manera súbita, con toda su fuerza. El corazón seguía latiendo tan tranquilo. Nos inundó una sensación extraña a todos: “no somos nada” dijo alguien, confirmando que todos habíamos vivido la misma sensación de impotencia. En un segundo habíamos pasado de controlar la situación a sentirnos completamente indefensos. En efecto, ese día el generador de emergencia tardó más de la cuenta en activarse.

Fallo del generador de emergencia

Los hospitales cuentan siempre con uno y saltan cuando se interrumpe el suministro habitual por el motivo que sea. Cuando sucede, apenas te das cuenta de la diferencia, como un breve pestañeo de la sala operatoria.

¿Ha dejado de saltar alguna vez el generador de emergencia en nuestro país? Leo por la prensa que, a principios de este año, el Hospital Virgen de Vallecas se quedó sin luz a las cuatro de la mañana. Hubo un corte general de energía y el generador de emergencia no saltó porque estaba averiado. El incidente afectó al centenar de pacientes que se encontraban hospitalizados, la mayoría octogenarios, algunos con tratamiento paliativo. De repente, la oscuridad inundó el entorno de los trabajadores del turno de noche y, lo que es peor, todos los aparatos eléctricos dejaron de funcionar. Las camas articuladas ya no se movían, los monitores dejaron de presentar en pantalla los registros clínicos de los enfermos, y los aspiradores que se utilizan para extraer las secreciones no funcionaban. ¿Es grave que no funcionen los aspiradores? Imagínense la importancia que puede tener la necesidad de aspirar las secreciones a alguien que tiene muy limitada su capacidad funcional (como aquel que está en tratamiento paliativo), para evitar que se quede ahogado en sus propios humores.

placeholder Cuando falla el generador, los monitores no registran ninguna actividad. (iStock)
Cuando falla el generador, los monitores no registran ninguna actividad. (iStock)

El turno de noche se convirtió en un ir y venir de sanitarios que atravesaban pasillos oscuros con la única ayuda de una linterna de mano, rezando para que el grupo electrógeno de emergencia les devolviese la luz (que nunca llegó hasta despuntar el alba). Afortunadamente, no hubo que lamentar víctimas o empeoramientos clínicos de los enfermos a causa del suceso, pero podía haber sido trágico.

Gestión de crisis

Episodios como el anterior son muy infrecuentes hoy en día. Los hospitales cuentan con grupos electrógenos preparados que se activan en caso de corte del suministro general. Es obvio que, aunque entren en funcionamiento y se recupere la luz, la normal actividad del hospital se ve afectada. Aun con luz suplementaria, la crisis ha de gestionarse, así que se detienen las actividades hospitalarias menos críticas (por ejemplo, no se llevan a cabo intervenciones quirúrgicas que no tengan carácter urgente) y se prioriza la asistencia a las urgencias y a los pacientes ingresados. No olvidemos que, si todo fallase, los aparatos de soporte vital como ventiladores mecánicos, por ejemplo, disponen de baterías propias, que permiten que mantengan su asistencia al paciente con normalidad. Y en ultimísimo caso, no nos olvidemos tampoco de la propia capacidad humana de mantener la ventilación de un paciente sin necesidad de máquinas o electricidad, con la fuerza de sus brazos y un ambú o dispositivo manual para proporcionar ventilación positiva.

En la era digital, una caída de los sistemas electrónicos de un hospital también puede desatar el caos completo

Puede suceder que el apagón no sea del suministro eléctrico, pero sí informático. En la era digital, una caída de los sistemas electrónicos de un hospital también puede desatar el caos completo. Aunque hay luz y los aparatos conectados a la red funcionan, de repente, las consultas se colapsan, las cirugías programadas se retrasan, los laboratorios dejan de recibir y procesar muestras y las medicaciones no pueden ser dispensadas.

Hace un mes, en la prestigiosa revista médica JAMA (Journal of the American Medical Association), se publicaba un curioso artículo en la que una doctora relataba qué sucedió la noche en la que se cayó el sistema informático en el hospital donde trabaja. Las noticias eran preocupantes: un error fatal inesperado tenía la culpa y el servicio de informática se afanaba en resolverlo lo antes posible. Conforme pasaban las horas el pánico se fue estableciendo entre el personal sanitario.

placeholder Cuando el sistema informático de un hospital, los chats de los médicos son muy activos (iStock)
Cuando el sistema informático de un hospital, los chats de los médicos son muy activos (iStock)

En el chat grupal de todos los residentes de guardia se repetían decenas de veces las mismas preguntas: ¿qué haremos por la mañana si no funciona la historia clínica digital? ¿Podremos completar el pase de visita a los pacientes? ¿Cómo pediremos las analíticas y cómo llegarán al laboratorio si no se imprimen las etiquetas que deben llevar los tubos? El equipo de enfermeras encargadas de las extracciones también manifestaban su preocupación: sin el sistema funcionando no sabrían por la mañana a quién extraer la sangre y/o qué tipo de tubo utilizar dependiendo de la prueba solicitada. ¿Cómo podrían saber los médicos que entraban en el turno de mañana cuál era la situación en la que se encontraban los pacientes, si los que habían estado de guardia no habían podido escribir en el evolutivo de la historia del paciente?

El poder de la palabra

La doctora cuenta en el artículo que, alrededor de las nueve de la mañana, todos los facultativos, los que acababan el turno y los que empezaban, llegaron a la misma conclusión: ¿por qué no preguntamos directamente a los pacientes cómo han pasado la noche, en vez de leerlo en las notas digitales? ¿Por qué no preguntar a la enfermera del turno de noche cómo ha sido la evolución de los pacientes vitales, en vez de esperar a que lo escriba en el ordenador? De repente, todos se dieron cuenta, también, de que muchos enfermos habían pasado buena noche y que su evolución global era positiva: ¿era realmente necesario pedir analítica a todos los pacientes, incluidos aquellos que estaban bien?

A veces se nos olvida hablar con el enfermo, pasar un rato con él y entender sus miedos y dificultades, por muy banales que estos nos parezcan

La caída del sistema les hizo darse cuenta de que, aunque la informatización de las pruebas y de la historia clínica parece mejorar la calidad asistencial por favorecer la rutina y agilizar los procesos, no tiene por qué resultar en una mayor eficiencia o en una mejor atención al paciente. A veces se nos olvida hablar con el enfermo, pasar un rato con él y entender sus miedos y dificultades, por muy banales que estos nos parezcan. “Escuchar también cura”, oí decir un día al Dr. Frederic Larsan, y tiene razón. A veces pienso que el médico actual se ha convertido en un oficinista cualificado que no despega los ojos de la pantalla, y que se ha olvidado por completo de la medicina a la antigua usanza, esa que palpa y ausculta a los pacientes, que interacciona con él y que le hace reflexionar.

Foto: Informar al paciente de su tratamiento reduce su estrés. (iStock)

La doctora concluye en su artículo que, ese día en que el sistema estuvo caído, pasaron más tiempo que nunca hablando con los pacientes, escuchando sus quejas y prestando más atención a sus exámenes físicos. Hablaron con las enfermeras en persona y escucharon su perspectiva sobre cómo estaban sus pacientes, en vez de leerlo en los monitores. Se cuestionaron sobre qué pruebas de laboratorio eran necesarias y cuáles no, antes de solicitarlas en vano. Incluso, afirma, acabaron su ronda clínica antes de lo habitual, puesto que las órdenes médicas y los tratamientos se dieron de viva voz, ahorrándose el tedioso e inacabable tecleo al que está sometido hoy en día cualquier médico del siglo XXI.

Si bien hoy en día la tecnología es fundamental en los hospitales, a veces, nos subyuga de tal manera que nos hace olvidar que tenemos capacidad de pensar y de improvisar. Nos estamos convirtiendo en unos seres dependientes de máquinas. Y cuando estas fallan, en vez de usar la cabeza, nos entra el pánico y nos bloqueamos. Como no espabilemos, buen futuro nos espera.

Que se mejoren.

Si hay algo que nos fascina sobremanera son las historias post-apocalípticas. El cine y la literatura está llena de ejemplos conocidos por todos: de repente, un cataclismo, una mutación, un ataque biológico, o una guerra nuclear, transforma el mundo que conocemos en un frente de guerra donde reina el pillaje y la violencia. Dejan de funcionar los aparatos electrónicos que sustentan nuestra vida actual y se establece la ley del más fuerte. Ya no se puede comprar con el móvil o la tarjeta, y tampoco los cajeros permiten sacar dinero. Luego vienen otros cortes de suministros vitales, como la electricidad o el agua corriente, y finalmente se produce la total anarquía. Si bien es un escenario muy difícil que experimentemos en el futuro (o eso esperamos), no deja de ser curioso comprobar nuestra total dependencia de las máquinas hoy en día.

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