Historias de quirófano VIII: La extraña pareja en la consulta del cirujano
En la consulta del cirujano son habituales las parejas como la de Jack Lemmon y Walter Matthau, en las que uno (el acompañante) revela al médico todo lo que el otro (paciente) hace mal. Realmente, es algo positivo y es una prueba de cariño mutuo
La extraña pareja (The Odd Couple, en inglés) es una magnífica película de 1968, dirigida por Gene Saks y protagonizada por Jack Lemmon y Walter Matthau. Está basada en una obra de teatro que, al parecer, se gestó según las experiencias de Mel Brooks cuando tuvo que convivir con un amigo tras su primer divorcio. La película refleja la convivencia entre dos personas que no tienen nada que ver, sus discusiones constantes por temas cotidianos, y cómo, en realidad, a pesar de los problemas, subyace un sentimiento mutuo de necesidad de estar con el otro.
Cuento todo esto porque si hay algo que más me fascina de mi profesión es la relación que existe entre el paciente y su cónyuge (o, dicho de otro modo, la relación existente entre el que tiene que operarse y su pareja sentimental). Resulta fascinante observar cómo todos los estereotipos de pareja conocidos desde la antigüedad se exacerban cuando llega el miedo a la cirugía, la hospitalización y todo lo relacionado con lo anterior. Siempre me recuerdan a la película de Lemmon y Matthau.
En la primera consulta preoperatoria, el acompañante suele aprovechar cada oportunidad para regañar al que se opera, como hace en la película Félix (Jack Lemmon) con Óscar (Walter Matthau), cada vez que tiene oportunidad. Por ejemplo: si el paciente aún fuma y yo, como médico, le digo que debe suspender el tabaco ya mismo (para estar lo mejor posible de cara a la intervención), el compañero no duda en asentir de manera severa y aprovechar para reprochárselo: "si es que no hace caso, doctor, ya le he dicho mil veces que tiene que dejarlo".
Si le comento que está con sobrepeso o con obesidad (y es importante bajar algún kilo antes de la cirugía), vuelve a la carga y me revela cuáles son todas las transgresiones dietéticas habituales de su pareja: "no para de picar entre horas, solo come porquerías, no le gustan las verduras, a veces se levanta por la noche para asaltar la nevera".
Si le pregunto si se mueve o si sale a la calle, le acusará de que "nunca quiere salir a dar un paseo y está todo el día tumbado viendo la tele, sobre todo, telebasura".
El paciente recibe toda esta lluvia de reproches (que se nota que no son nuevos), con una cara que está a camino entre la culpabilidad y la ira. Algunos rebatirán que "no es tan cierto como parece lo que está diciendo", y otros, como Óscar, más vehementes, alzarán la mano en gesto de protesta y les mandará callar porque "el paciente soy yo, no tú, Félix, y no es momento de hablar de esos temas".
En general, tanto los apocados como aquellos con más genio, se sentirán traicionados ante esa terrible felonía cometida delante de un extraño por parte de su compañero del alma, e intentarán capear el temporal de la mejor manera posible: "estoy fumando menos, no ando porque me canso por mi problema cardiaco, como por ansiedad porque me tengo que operar, deja ya de machacarme, lo hablamos mejor en casa".
Cada cual adopta su rol
Todas estas escenas son muy típicas en nuestra sociedad y frecuentes en las consultas. Como dice Frederic Larsan, "la verdad solo se le dice o al cura o al médico y, en ambos casos, solo si te estás muriendo". Hay otro dicho por el norte que dice que los caseros vascos (que suelen vivir en caseríos aislados de las grandes urbes), solo saben hablar euskera hasta el día que bajan de la montaña para ir al banco o al médico, cuando, de repente, se acuerdan del castellano. Pues en el caso de la primera consulta pasa lo mismo: cuando ves las orejas al lobo, cantas lo que sea por si eso puede ayudar. En el caso que nos ocupa, a lo mejor, Óscar, hubiera preferido ser quien él mismo quien contase sus cosas, y no que fuese Félix el que sacase los trapos sucios a relucir.
Son regañinas tan habituales que suelen ser tomadas por nosotros, los médicos, como señal de cariño entre unos y otros. Cada uno adopta el rol que le corresponde, tal y como hacen en su cotidianeidad, porque el que riñe lo hace porque está preocupado por el otro, y no por otra cuestión. Si no fuese así, garantizo que, para empezar, ni le hubiera acompañado a la consulta. Es asombrosa la cantidad de pacientes que vienen solos porque su cónyuge no puede, o dice que no puede, pero no quiere, o simplemente no está. Ante esa triste posibilidad, el mero hecho de ver entrar acompañado a un paciente que vas a operar te da cierta idea del apoyo familiar que tendrá después de la intervención. Y es muy importante porque todo suma.
“La verdad solo se le dice o al cura o al médico y, en ambos casos, solo si te estás muriendo”
Está claro que hay momentos malos en la vida y ahí te das cuenta quién, de los que te rodean, es el que responde de verdad. Es cuando se demuestra el cariño real entre una pareja: cuando, a pesar de los incómodos reproches públicos, ambos asumen la intervención como algo que se debe afrontar en equipo. Y para nosotros es una señal positiva, puesto que una intervención no solo es el acto de cortar, arreglar y coser, sino también el resultado de la experiencia global del paciente: su interacción con los profesionales de salud, el positivismo y, sobre todo, el sentirse querido.
Dentro y fuera del quirófano
La extraña pareja se separa el día de la intervención. Óscar va para dentro, muy preocupado, pero acaba anestesiado y ya no sufre más. Félix, en cambio, lo pasa realmente mal, porque tiene miedo de que nunca más pueda tener la oportunidad de regañarlo. Suele estar en la sala de espera mirando una pared blanca, deseando que todo transcurra bien y sin incidencias, y dándose cuenta de lo muy necesario que es Óscar para su vida y para su felicidad. Los minutos son horas y la preocupación aumenta poco a poco, hasta que, finalmente, el cirujano sale a contar cómo ha ido la cosa.
Como gozamos de un sistema sanitario excelente, lo habitual es que todo haya ido bien. Pero si hubo alguna incidencia en la intervención inesperada, Félix tomará nota para regañar a Óscar en su debido momento. Por ejemplo, hemos operado a Óscar a sus coronarias y después de la intervención le comento a Félix que estaban más dañadas de lo que nos esperábamos antes de la intervención. Es muy posible que Félix aproveche para recalcarme que "ya se lo había advertido" y que "no se cuida nada".
Luego me pedirá por favor, que, cuando se despierte, "le diga yo cómo están sus coronarias, que le transmita también mi riña como profesional" (y recalcará la palabra riña para que quede bien claro su significado), y que le diga también que "tiene que cambiar de hábitos, y sobre todo dejar de fumar". Suelo responder que yo no estoy para regañar a nadie, sino para contar la verdad y nada más, aunque no es cierto porque, en privado, le cantaré las cuarenta a Óscar en relación con sus malos hábitos de vida.
La fase de recuperación postoperatoria en planta es también muy significativa para la exacerbación de la extraña pareja. Se da la circunstancia de que en nuestro país existe la creencia de que el familiar tiene que quedarse por la noche, con el paciente. Para aquellos que hemos trabajado en el extranjero resulta inverosímil (es inédito en muchos países de Europa), pero hay que aceptarlo que es algo que no cambiará jamás.
Recuerdo a mi abuela que se quedaba con mi abuelo enfermo y que lo hacía porque "había que avisar a la enfermera cuando se acababa el suero, para que se lo quiten, porque si no entra aire y se muere". Esta creencia popular (totalmente infundada) está bien arraigada en la población, y es imposible de erradicar. ¿Se queda Félix con Óscar por la noche? ¡Por supuesto! Los primeros días estará comedido, pero cuando vea que recupera las fuerzas, su nivel de regañina volverá a las cotas habituales.
El día del alta todo vuelve a la normalidad de la extraña pareja. El cirujano irá con el informe del alta y las recomendaciones habituales, y será Félix y no Óscar, el que atienda a las explicaciones. "Yo me ocupo, doctor, que este no se entera"; "no se preocupe que va a hacer todo lo que dice usted que debe hacer". Óscar agachará la cabeza, sumiso, y comprenderá dos cosas: que Félix no ha cambiado ni un ápice durante el proceso quirúrgico, y que, en verdad, puede dar gracias a Dios por tener una persona al lado que le quiere y que le cuida, a pesar del sermoneo constante.
Porque la extraña pareja, en realidad, no es tan extraña, sino muy común.
Seguiremos informando.
La extraña pareja (The Odd Couple, en inglés) es una magnífica película de 1968, dirigida por Gene Saks y protagonizada por Jack Lemmon y Walter Matthau. Está basada en una obra de teatro que, al parecer, se gestó según las experiencias de Mel Brooks cuando tuvo que convivir con un amigo tras su primer divorcio. La película refleja la convivencia entre dos personas que no tienen nada que ver, sus discusiones constantes por temas cotidianos, y cómo, en realidad, a pesar de los problemas, subyace un sentimiento mutuo de necesidad de estar con el otro.
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