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Nueva Zelanda como modelo de cardiología colaborativa: hacia un sistema de salud compartido
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Nueva Zelanda como modelo de cardiología colaborativa: hacia un sistema de salud compartido

Han puesto en marcha un proyecto para cambiar la sanidad, conectando a todos los implicados en la salud cardiovascular: cardiólogos, médicos de todas las especialidades, enfermeras, técnicos en imagen...

Foto: Señalización del Hospital Público de Dunedin, Nueva Zelanda. (Getty Images/Joe Allison)
Señalización del Hospital Público de Dunedin, Nueva Zelanda. (Getty Images/Joe Allison)

Hace un año publiqué en este periódico un artículo relacionado con la inteligencia artificial (IA) y los sistemas de digitalización, planteando muchas preguntas y contestando a dos en concreto. Una de ellas, estaba relacionada con la gran cantidad de datos que podemos generar hoy en día en cardiología gracias a la tecnología que empleamos, incluida la IA, y como debemos organizarlos para conseguir que tengan impacto real sobre la salud cardiovascular. La conclusión fue muy reveladora, ya que demostramos que era posible mejorar la calidad en la asistencia en cardiología, aumentando al mismo tiempo el número de pruebas y su acceso a los pacientes.

El artículo terminaba con la siguiente reflexión: "Si tenemos al paciente en el centro de nuestros pensamientos, la tecnología que nos espera a la vuelta de la esquina va a salvar muchas vidas, solo tenemos que estar a la altura".

Foto: Ilustración: iStock.

Las reflexiones, preguntas, las ganas de cambiar, avanzar, y por supuesto, la tecnología me ha llevado esta vez hasta Nueva Zelanda. En las antípodas de nuestro país se ha puesto en marcha un proyecto para cambiar la sanidad, conectando a todos los implicados en la salud cardiovascular, incluido cardiólogos, médicos de todas las especialidades, enfermeras, técnicos en imagen; manteniendo en todo momento al paciente en el centro de los pensamientos. Este proyecto, tan inspiracional, será posible, una vez más, gracias a los sistemas de gestión sanitaria que mejoran la digitalización y permite incluir progresivamente los últimos avances, incluido los que provienen de la inteligencia artificial. Lo que es más diferencial, es su capacidad de unir profesionales, hospitales, pacientes, conocimiento e incluso a un país entero para mejorar la enfermedad cardiovascular, la primera causa de muerte en nuestro entorno.

Para entender su magnitud debemos conocer algunas barreras que van a ser derribadas y superadas con creces.

Barrera geográfica

Nueva Zelanda es conocido por su aislamiento geográfico, situado en el mar de Tasmania, a unos 2000 kilómetros al Sureste de Australia. Está formado por dos grandes islas principales y un conjunto de islas más pequeñas.

Su tamaño es un poco más pequeño que Japón, con una población concentrada en la isla norte, en los alrededores de Auckland y Wellington, siendo una zona volcánica y expuesta a diferentes fenómenos naturales. La isla sur es más extensa y montañosa, pero con escasa población. Actualmente, existen 4 grandes hospitales de referencia que soportan la mayor parte de la presión asistencial del país. La población que vive fuera de las zonas urbanas, tiene un difícil acceso a estos hospitales; se ven obligados a cubrir grandes distancias en coche para poder ver a un cardiólogo que le pueda ayudar, como mínimo, en su diagnóstico. En muchas ocasiones, acuden a hospitales locales, con menos recursos, y tras una primera aproximación son derivados a los grandes centros, donde vuelven a empezar de nuevo y repiten las mismas pruebas.

placeholder Hospital de Auckland en Nueva Zelanda. (Getty Images/Phil Walter)
Hospital de Auckland en Nueva Zelanda. (Getty Images/Phil Walter)

Conectar las 19 provincias en las que se divide el país a través de un mismo sistema de gestión de cardiología es el objetivo, aunque en el momento actual se ha puesto en marcha los mimbres para conectar la isla norte. El proyecto comenzó a finales del 2021, movilizando a gran parte de los cardiólogos y centros implicados, para que juntos plateasen el problema al gobierno. Por fin, ha llegado el momento de ponerlo en marcha a lo largo de este año y el 2025. El principal logro consiste en evitar los traslados innecesarios, enviando las pruebas que se realizan desde las zonas más aisladas a los centros de referencia para poder tomar las decisiones entre los diferentes equipos de cardiología. Además, los tiempos de espera para realización de intervenciones disminuirá al hacer diagnósticos más precisos y en menos tiempo, terminando de esta forma con cualquier barrera geográfica.

Barrera cultural

Actualmente la población de origen indígena forma parte de los niveles socioculturales más bajos del país. Viven en zonas más aisladas y con muchos menos recursos para poder desplazarse. Sin duda, la nueva gestión, gracias a esta nueva tecnología, facilita el acceso a la asistencia cardiovascular, mejorando la democratización del sistema de salud. La oportunidad que se crea para mejorar la interacción entre el hospital y la población, podría permitir pensar en mejorar la prevención cardiovascular.

Barrera científica

Como todos sabemos, la inversión en investigación tiene un lento, pero seguro retorno a un país. Actualmente, Nueva Zelanda tiene un único sistema de salud, pero diez sistemas de gestión hospitalaria diferentes, lo que hace inevitable perder gran parte de los datos necesarios para la producción científica. Un sistema único de cardiología en un país, crea la inusual oportunidad de compartir una inmensa cantidad de datos, en tiempo real, creando una red científica única. La explotación de estos datos suele ir unido a una medicina académica que podría atraer cardiólogos de primer nivel a un país con un déficit claro de estos profesionales.

Barrera de mentalidad

El motivo clave de mi viaje a Nueva Zelanda no ha sido ayudar a utilizar este tipo de tecnología, sino que he contribuido a romper esta barrera de mentalidad y tener la oportunidad de enseñar de primera mano lo que podemos cambiar entre todos. Todo cambia cuando comprendemos que coordinar la asistencia de esta manera permite acercar a las personas, ganar tiempo de calidad, mirar a los ojos a los pacientes que tenemos al otro lado de la mesa y preguntarle, ¿cómo le puedo ayudar?, sabiendo que aquello que no aporta valor al profesional ni al paciente, estará en manos de la tecnología para encargarse de ello mientras resolvemos los problemas que realmente importan. La intención ha sido mostrarle lo que hago día a día en mi trabajo y descubrir el tesoro que tienen con esta tecnología.

Haciendo referencia a las conclusiones del artículo anterior, estoy seguro de que en Nueva Zelanda se van a salvar muchas vidas, gracias a un esfuerzo colectivo y a una visión global, como pocos han demostrado. Espero no tardar un año en volver a mostrar nuevos ejemplos de la fuerza de la tecnología y como esta humaniza la sanidad. En la era en la que estamos, es obligatorio terminar con la siguiente pregunta, ¿cómo puede la IA ayudar en proyectos tan ambiciosos como este? Se me ocurren muchas maneras, pero es mejor ir paso a paso y avanzar con un objetivo claro.

El Dr. Jorge Solís es cardiólogo, coordinador de la Unidad de Imagen Cardiaca y Unidad de Valvulopatías del Hospital Universitario 12 octubre y socio fundador de Atria Clinic. Se ha especializado en valvulopatías e Imagen Cardiaca en EEUU, primero durante un año en Montana con el prestigioso cirujano cardiaco Carlos Duran y, posteriormente, en la Unidad de Imagen Cardiaca del Massachusetts General Hospital (Boston, Harvard Medical School) durante cuatro años. Sus líneas de investigación son las valvulopatías, incluido el prolapso valvular mitral y estenosis aórtica. Fue finalista como Young Investigator por la Sociedad Americana de Ecocardiografía (ASE) y la Sociedad Americana del Corazón (AHA). Pertenece a la red de investigación Ciber-CV.

Hace un año publiqué en este periódico un artículo relacionado con la inteligencia artificial (IA) y los sistemas de digitalización, planteando muchas preguntas y contestando a dos en concreto. Una de ellas, estaba relacionada con la gran cantidad de datos que podemos generar hoy en día en cardiología gracias a la tecnología que empleamos, incluida la IA, y como debemos organizarlos para conseguir que tengan impacto real sobre la salud cardiovascular. La conclusión fue muy reveladora, ya que demostramos que era posible mejorar la calidad en la asistencia en cardiología, aumentando al mismo tiempo el número de pruebas y su acceso a los pacientes.

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