Este hombre persigue el arma por la que Stalin hizo matar a sus mejores médicos
Los virus bacteriófagos están emergiendo contra la solución a la crisis de los antibióticos. Este holandés es uno de los que lleva años en el frente de esta guerra contra las bacterias
Los bacteriófagos, más conocidos como fagos, son virus que infectan y matan a las bacterias. Este año 2024, todo el mundo ha puesto la mirada en ellos, desde la industria farmacéutica hasta la Organización Mundial de la Salud, para atajar la gran crisis que afecta a la medicina global: la resistencia de las bacterias a los antibióticos convencionales. Cada poco tiempo, aparecen pacientes con infecciones incurables que han sido milagrosamente salvados por esta terapia, que solo puede utilizarse con un uso compasivo, cuando todo lo demás fracasa. La terapia suele vestirse con palabras como "última tecnología", "prometedora" o "revolucionaria", pero solo este último adjetivo es correcto...
...aunque solo sea porque fue perfilada en el contexto de la Revolución Rusa y dio sus principales pasos al otro lado del muro. El instituto dirigido por el microbiólogo georgiano Giorgi Eliava —el gran impulsor del estudio de los fagos junto al pionero francés Felix d'Herelle, que acabó trabajando a su lado— abrió sus puertas en Tiblisi (Georgia) en 1923, el año en que Lenin y Stalin decretaron el final de la Guerra Civil y el derrocamiento de los zares.
Cien años más tarde, los fagos siguen sin ser nada más que una promesa, en parte porque Eliava fue ejecutado tras las órdenes de Lavrenti Beria, el arquitecto de la Gran Purga. No fue el único. Tras él, se desvanecieron muchos de los principales científicos que contribuyeron a convertir los fagos en un arma clave para el Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial.
"Los rusos no tenían acceso a la penicilina", explica Rinke van den Brink, "y en Occidente, el interés por los fagos se desvaneció en gran medida debido al desarrollo de la penicilina y los muchos otros antibióticos que vinieron". Este veterano (69 años) escritor y periodista de salud holandés lleva años obsesionado por esta esquiva arma terapéutica, la bala de plata que ahora puede salvar al mundo de un colapso previsible en su lucha contra las bacterias. "La Guerra Fría también influyó en este declive. No fue hasta este siglo cuando los pocos científicos que persistieron en la investigación de los fagos en el período de posguerra encontraron sucesores ansiosos que han puesto de nuevo en el mapa a los bacteriófagos y su aplicación médica".
Los libros de Van den Brink sobre cómo las bacterias se han vuelto resistentes a los antibióticos —un problema que provoca, literalmente, millones de muertes cada año en el mundo— pueden encontrarse en las bibliotecas de más de 300 universidades de todo el mundo, desde California hasta la India. En unos días publicará un libro dedicado exclusivamente a la terapia con fagos (de momento solo en neerlandés, aunque se prevé una próxima traducción al inglés) que también va camino de convertirse en un clásico contemporáneo y donde analiza desde sus infaustos inicios hasta su actual renacimiento.
PREGUNTA. En su último libro proclamaba usted el fin de la era de los antibióticos. Las farmacéuticas han abandonado su investigación y fabricación. No hay incentivos económicos ni pistas sobre qué camino seguir. Incluso cuando se descubre una nueva molécula, se vislumbra que su caducidad está próxima. ¿La forma en la que se ha gestionado el desarrollo de antibióticos ha sido el mayor error de la medicina Occidental o no había otra forma de hacerlo?
RESPUESTA. El público no suele entender cómo los países abandonaron la producción de algo tan importante. Países Bajos, por ejemplo, solía tener una industria muy exitosa fabricando y exportando antibióticos y vacunas, pero actualmente se dedica solo a la distribución de productos de grandes farmacéuticas. El problema es que, una vez abandonas esto, empezar otra vez es muy difícil.
Los primeros pasos de todo compuesto, de una nueva molécula, suelen ser financiados enteramente con dinero público. Luego aparecen la industria y compra ese conocimiento para realizar ensayos clínicos, que por supuesto son muy caros, aunque no tanto como a veces se pretende. De modo que acabamos pagando dos veces por una medicina, primero en su investigación a través de impuestos y finalmente su precio en el mercado. Darle la vuelta a eso es muy difícil, pero no imposible, y de hecho, creo que puede hacerse de otra manera.
P. Los antibióticos están pensados para ser comercializados a un precio asequible, lo cual ya es un reto para quien quiera producir una nueva patente. Esto ha llevado también a buscar otras fórmulas, ¿no es así?
R. Para mi primer libro sobre resistencia a los antibióticos entrevisté a gente como John H. Rex, entonces en AstraZeneca y hoy en una pequeña compañía biotecnológica. Es una de las personas mejor informadas sobre la industria de los antibióticos y lo que debería de cambiar. En los últimos 15 años han cambiado muchas cosas, han aparecido nuevas moléculas y se están probando ideas como el ensayo piloto en Reino Unido de los modelos de subscripción para antibióticos.
P. ¿Modelos de subscripción, como para el streaming o los periódicos?
R. Así es, pagan una cantidad de dinero para tener garantizado un cierto stock de un antibiótico para el sistema nacional de salud. De este modo, la compañía se garantiza unos ciertos ingresos, incluso cuando los antibióticos no están siendo empleados. El problema, por supuesto, es que cuando aparece un nuevo antibiótico en el mercado, con un nuevo mecanismo, la OMS envía una nota a todos los médicos pidiendo que no se utilice, salvo en casos de vida o muerte, para prolongar la vida útil del nuevo compuesto y que no genere resistencia.
Lo que hace la OMS es positivo, pero desde el punto de vista de las compañías no resulta nada atractivo investigar en nuevos antibióticos. Una panadería que hornea pan esta noche lo quiere vender mañana. Las farmacéuticas necesitan encontrar modelos como el de la suscripción porque de lo contrario no es sostenible. En uno de mis libros hablaba de un nuevo antibiótico desarrollado por AstraZeneca que, debido a estas restricciones a su uso, tuvieron que desechar pese a que costaba 100.000 euros, porque solo vendieron seis cajas.
P. Hablando sobre los fagos, la nueva gran esperanza. En Occidente nos fustigamos por no haber investigado antes sobre ellos, pero quienes han mantenido viva esta esperanza en lugares como Georgia también han pasado décadas en las que la investigación en bacteriófagos apenas avanzó. ¿Qué pasó al otro lado del telón?
R. No solo los científicos, las instituciones tuvieron serios problemas para sobrevivir. Parte del conocimiento sobre fagos se perdió durante la época soviética, y otra parte fue preservada por los científicos que trabajaron allí. Sin embargo, tras la caída del muro, Georgia se metió también en una guerra civil. Rusia metió sus tropas en el país para ayudar a los insurrectos y trató de destruir el Instituto Eliava una vez más. Cuando terminó en 1993, tuvieron que rehacerlo todo una vez más. Su único incentivo para seguir investigando en fagos durante la Guerra Fría y después era que a Rusia le resultaba imposible adquirir penicilina y la que fabricaban era de muy baja calidad.
Mientras tanto, en Occidente la penicilina funcionaba así que éramos felices y todo el mundo dejó de preocuparse.
P. ¿Ha investigado si estos satélites soviéticos tienen menos problemas que Europa o Estados Unidos con la resistencia a los antibióticos por haber estado tantas décadas usando fagos u otras soluciones?
R. No, de hecho allí es peor. En todos esos países es habitual ver enfermedades contagiosas a niveles preocupantes. En Ucrania, antes de la guerra, tuvieron un problema enorme de tuberculosis y comprobaron que muchas bacterias eran resistentes a la mayor parte de antibióticos. Desde que empezó la guerra el caos es total: hospitales de campaña, gente siendo operada encima de una mesa, falta de medicamentos...
Recientemente, he ayudado a la televisión pública de mi país a preparar un par de programas sobre resistencia antibiótica en la guerra. Lo primero de lo que carecen los médicos allí es de higiene, ya sea Ucrania o Gaza. No le hable de higiene a un médico en mitad de una guerra. Los primeros casos de resistencia antibiótica que registramos en Países Bajos fueron unos soldados iraníes que venían de luchar en la guerra Irán-Irak de los años ochenta. Vinieron al hospital de Utrecht porque fueron atacados con gas venenoso y todos tenían SARM (estafilococo áureo resistente a la meticilina), aunque afortunadamente solo tuvieron contacto entre ellos y nadie resultó infectado.
P. Hasta hace poco, la gente que estaba desesperada por una infección resistente a todos los antibióticos se veía obligada a adquirir esos fagos precisamente en sitios como Georgia. ¿Se ha encontrado la forma de producirlos ya en nuestros países, aunque sea con motivos experimentales y no clínicos?
R. Sí, y cuando tratas a la gente con fagos tiene que ser mediante uso compasivo o demostrando que no tenías ninguna otra opción.
El mejor ejemplo que conozco es el de los atentados terroristas en el aeropuerto de Bruselas, 2016. Una superviviente de nacionalidad belga-estadounidense se fracturó cada hueso de su cuerpo, pero logró salir adelante. Fue al hospital y cogió una infección grave en sus heridas, los antibióticos no lograban frenarla. Estuvo dos años recibiendo tratamiento hasta que, de repente, emplearon con ella los fagos. Adiós a la infección. Esto salió publicado en una revista científica.
"Conozco personalmente a dos ejemplos vivos de tratamiento exitoso con fagos, pero por supuesto hay muchos más"
Otro ejemplo, el tipo que escribió el prólogo de mi libro. Es un intensivista de Rotterdam, cogió una infección de Pseudomonas aeruginosa, que suelen ser bastante desagradables y difíciles de tratar. Le recetaron un antibiótico que parecía estar resolviendo el problema, pero después no. Así que contactó con una empresa británica que resultó estar trabajando con fagos para asuntos veterinarios. Los obtuvo de forma ilegal ya que no solicitó su uso compasivo, se aplicó a sí mismo los fagos y a los tres días, la infección era historia. Hay al menos dos ejemplos vivos que se han tratado con bacteriófagos y que conozco personalmente, por supuesto hay muchos más.
Lo que no hay aún son ensayos clínicos serios. Hubo uno en Georgia, junto a investigadores neerlandeses y suizos, pero salió mal. Y hay otros en los que están participando Francia o España, pero no es fácil reunir un número mínimo de voluntarios para algo así.
Los bacteriófagos, más conocidos como fagos, son virus que infectan y matan a las bacterias. Este año 2024, todo el mundo ha puesto la mirada en ellos, desde la industria farmacéutica hasta la Organización Mundial de la Salud, para atajar la gran crisis que afecta a la medicina global: la resistencia de las bacterias a los antibióticos convencionales. Cada poco tiempo, aparecen pacientes con infecciones incurables que han sido milagrosamente salvados por esta terapia, que solo puede utilizarse con un uso compasivo, cuando todo lo demás fracasa. La terapia suele vestirse con palabras como "última tecnología", "prometedora" o "revolucionaria", pero solo este último adjetivo es correcto...