Tuvo un ictus con menos de 40 años y nadie se dio cuenta de este síntoma
No actuar a tiempo ante un ictus puede resultar en daños cerebrales irreversibles, dificultades permanentes en el habla o la movilidad, y en los casos más graves, la muerte
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El ictus es una de las principales causas de muerte y discapacidad a nivel mundial. Aunque habitualmente se asocia con personas de mayor edad, puede afectar también a personas jóvenes, incluso antes de los 40 años. Uno de los mayores desafíos es que los síntomas en estas edades pueden no ser evidentes, lo que complica su diagnóstico y tratamiento.
Este fue el caso de Jenna Gibson, una mujer de 39 años que sufrió un ictus mientras caminaba con su madre tras la cena. Como recogen desde Healthline, durante el episodio, Jenna no presentó los síntomas típicos, como la caída facial o la debilidad en un lado del cuerpo. Estos síntomas atípicos confundieron tanto a su familia como a los médicos, lo que retrasó el diagnóstico y la atención médica adecuada.
Los primeros síntomas de Jenna
Mientras paseaba junto a su madre, de repente se desplomó en el suelo. “Fue como si me hubieran dado una tonelada de ladrillos”, relató Jenna. A su vez, recordó que le costaba transmitirle a su madre su malestar, pues “arrastraba un poco las palabras y no podía expresar lo que quería decir”. Estos síntomas, como la dificultad para articular palabras o la sensación de que "algo no estaba bien", no fueron reconocidos inicialmente como señales de un ictus.
Jenna explicó que, con ayuda de su madre, volvieron a casa. Una vez allí, ella le insistió a su familia, escribiendo en un papel de que algo “no estaba bien”, pero “debido a que había experimentado varios episodios de migraña ocular en los últimos 15 años”, ella y su familia asumieron que estaba experimentando una migraña, y se fue a la cama a descansar tras tomar un calmante.
Empeoró a las horas
“En ese momento, me asusté porque sabía que no era una migraña típica, pero no tenía síntomas típicos de un derrame cerebral, como caída de la cara o debilidad, que eran evidentes”, recordó Gibson. En la madrugada, a las pocas horas de haberse dormido, Jenna despertó “incapaz de moverse o hablar correctamente”, y su familia la llevó al hospital. En urgencias, le hicieron una primera tomografía computarizada, “que no mostró signos de derrame cerebral”, pero los médicos decidieron dejarla en observación.
Una segunda tomografía, esta vez con contraste, alertó de la presencia del derrame cerebral. “La sala se volvió caótica y dijeron que necesitaba que me llevaran en helicóptero a su hospital para una cirugía cerebral, para tratar de eliminar el coágulo. Dijeron que me estaba quedando sin tiempo”, recordó Gibson. “En ese momento, supe que iba a morir”.
Los síntomas del ictus pueden incluir dificultad para hablar, pérdida de equilibrio y debilidad en un lado del cuerpo
Meses de recuperación
Tras una cirugía, que no fue del todo exitosa por el avance del episodio, Jenna despertó en la UCI sin poder moverse o hablar. Pasaron meses de rehabilitación hasta que la mujer pudo ir recuperando sus funciones y su capacidad de habla, y hasta tres años hasta que volvió al trabajo a tiempo completo. “Desafortunadamente, esperé demasiado tiempo para ir a urgencias, y hay otras cosas que los médicos podrían haber hecho si hubieran sabido antes que estaba sufriendo un derrame cerebral”, se lamentó.
El caso de Gibson es un claro ejemplo de cómo los síntomas no tradicionales en las mujeres pueden complicar el diagnóstico de un ictus. Factores como el uso de anticonceptivos hormonales, colesterol alto o mutaciones genéticas específicas, factores como en el caso de Jenna, pueden aumentar el riesgo de sufrir un evento de este tipo a edades tempranas. Además, estos factores contribuyen a que muchas mujeres sean diagnosticadas de forma incorrecta o tardía, lo que afecta sus probabilidades de recuperación.
Aunque las guías médicas recomiendan estar atentos a los síntomas clásicos del ictus, como el desequilibrio, la pérdida de visión o la debilidad en un brazo, las mujeres pueden presentar otros signos más inespecíficos. Entre ellos, destaca la confusión, la fatiga extrema o incluso las náuseas, lo que puede llevar a los profesionales de la salud a pensar en otras patologías.
La recuperación del ictus requiere terapia intensiva y puede llevar meses, dependiendo de la gravedad del daño
La prevención como clave
Es crucial reconocer que, a pesar de los avances médicos, el tiempo es un factor determinante en la atención de un ictus. Los tratamientos disponibles son mucho más eficaces si se administran en las primeras 3 horas desde el inicio de los síntomas. Actuar rápidamente no solo mejora las probabilidades de supervivencia, sino también la calidad de vida tras el episodio.
Además, se estima que un 80% de los ictus se pueden prevenir mediante cambios en el estilo de vida, informan desde el CDC, como controlar la presión arterial, mantener una dieta equilibrada y evitar el consumo excesivo de alcohol o tabaco. Estos hábitos, junto con el control de factores de riesgo genéticos, pueden reducir significativamente la incidencia de este problema en la población más joven.
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El ictus es una de las principales causas de muerte y discapacidad a nivel mundial. Aunque habitualmente se asocia con personas de mayor edad, puede afectar también a personas jóvenes, incluso antes de los 40 años. Uno de los mayores desafíos es que los síntomas en estas edades pueden no ser evidentes, lo que complica su diagnóstico y tratamiento.