¡Cuidado! Tu cirujano puede ser un psicópata
Los estudios revelan que los psicópatas cohabitan con nosotros. Se calcula que hasta un 1% de la población sufre este trastorno, porcentaje que aumenta en determinadas profesiones, la del quirófano incluida
Mindhunter es una serie de televisión estadounidense con dos magníficas temporadas. Producida y dirigida (entre otros) por David Fincher, se centra en dos agentes del FBI que se dedican a recoger y analizar sus perfiles de conducta, para luego utilizarlos en el futuro. Es, probablemente, junto con House of Cards (también producida por Fincher), una de las mejores series de Netflix. ¿Habrá una tercera temporada? Parece que los fans nos vamos a quedar sin ella, puesto que las negociaciones entre el productor y la plataforma han resultado infructuosas (incomprensiblemente, Fincher anda interesado en rodar una versión de El juego del calamar).
Mindhunter una recreación de un hecho real. En 1977, en la Unidad de Ciencia del Comportamiento del FBI (creada cinco años antes para delitos sexuales y homicidios), dos agentes desarrollaron un nuevo método de investigación para el estudio de los crímenes cometidos por asesinos en serie. Se entrevistaron con los más destacados criminales de aquella época y luego sintetizaron y agruparon sus patrones de comportamiento. El objetivo era comprender por qué cometían aquellas atrocidades y tratar de anticiparse a futuros asesinos gracias a la experiencia acumulada. Era el nacimiento de lo que hoy se llama la perfilación criminal.
Hace unos días, mientras me dirigía a la facultad a dar las clases, escuché por casualidad en la radio a Vicente Garrido doctor en psicología y autor del libro El psicópata integrado. En la familia, la empresa y la política. En su entrevista explicaba algo que yo ya conocía por otras fuentes pero que siempre que recuerdas no deja de preocuparte: los psicópatas se encuentran en un 1% de la población, y este porcentaje aumenta hasta el 13% cuando se trata de determinadas ocupaciones laborales, como directivos de grandes empresas, políticos y dirigentes. Para el Dr. Garrido la concentración de psicópatas en estos colectivos es una circunstancia normal, puesto que uno de sus rasgos más importantes es la carencia de empatía, circunstancia que le permite escalar en la profesión a cualquier precio, y sin piedad de los otros potenciales candidatos al puesto.
Pero, no pensemos que un psicópata es solo aquel que, como en las películas, se dedica a matar a destajo a todo hijo de vecino hasta que el protagonista de turno le captura. No, no tiene que llegar a esos extremos. Puede mantener una familia modélica o una relación estable con los que convive con cierta cordialidad, siempre y cuando estos no interfieran en sus planes. Según el Dr. Garrido, se han descrito personas con este trastorno en otras profesiones como cocineros, religiosos, policías, periodistas, abogados, presentadores de televisión… Y cirujanos.
Todo cirujano se ha topado con un colega de este perfil
¿Hay psicópatas entre los cirujanos? Si nos atenemos a los datos, en efecto, los hay. Tal vez no los consideremos así en la profesión médica, puesto que llamar psicópata a un colega de profesión que se dedica a operar a un semejante y a salvarle, curarle, o mejorarle la vida a alguien, resulta cruel y probablemente injusto. Sin embargo, todos los cirujanos nos hemos topado alguna vez con un compañero cuyas actitudes no se correspondían con los estándares que podemos considerar como "normales" dentro de un quirófano. Porque mandar callar mientras se está operando, pegar un grito o emitir un exabrupto, o una maldición, de vez en cuando, por frustración, rabia, o nerviosismo, es normal en cualquier cirujano que se precie. Pero la cosa cambia si esto sucede constantemente, o si se acompaña con otras actitudes hirientes para el resto del personal sanitario mientras se está llevando a cabo una intervención quirúrgica.
La realidad es que cualquier cirujano con experiencia se ha encontrado a lo largo de su carrera con un compañero que podría ajustarse a este perfil de personalidad. Hace muchos años, conocí yo a un cirujano muy famoso, hoy en día jubilado. Su carrera había sido meteórica desde sus inicios. Siendo muy joven consiguió ser jefe de un departamento de cirugía, y en pocos años ya atesoraba una gran experiencia quirúrgica. Cuando tuve la oportunidad de conocerlo en persona en un congreso, ya era asesor en el Ministerio de Sanidad. Ya desde joven había manifestado su determinación a llegar a lo más alto a cualquier precio, cosa que consiguió a costa de eliminar todos los obstáculos materiales, administrativos, y humanos.
A su fama como eminente cirujano le precedía su carácter irascible y megalómano, del que, decían, hacía gala todos y cada uno de sus días laborales. En el congreso en el que le conocí presencié varias escenas que me resultaron increíbles, pero que yo, en mi inocencia de residente, no daba más importancia; se trataba de un eminente cirujano del que todo el mundo hablaba, y a esas personas tan poderosas se tiende siempre a tolerar cualquier tipo de comportamiento fuera de lo común. Una de ellas sucedió en un improvisado corrillo en el congreso, en el que varios experimentados cirujanos debatían sobre una técnica quirúrgica determinada y los residentes asistíamos en silencio sepulcral. Se encontraba también nuestro protagonista, quien era, por supuesto, quien de forma más categórica intervenía. En un determinado momento, uno de los residentes que los rodeábamos se aventuró a intervenir en la conversación, con una pregunta que resultaba muy pertinente y que iba dirigida al famoso cirujano. Este, bien porque no encontró una respuesta académica a la altura, o porque se vio importunado por un don-nadie, o por ambos motivos, se limpió la babilla de la comisura y le dijo a nuestro colega, sin un mínimo atisbo de conmiseración: "Yo con hijos de puta, no hablo".
Aquello no podía ser una broma, ni fruto de la casualidad. Esa misma noche coincidimos durante una cena y pude comprobar cómo generaba una atmósfera de miedo a su alrededor, en especial con sus colaboradores más directos, los cuales apenas sacaban la cara del plato cuando este hablaba. Algunos residentes de su servicio sentados cerca de mí me contaron que, cuando operaba, si algo no le parecía bien, lanzaba los portaagujas a los anestesistas o a las enfermeras circulantes sin pudor alguno. Uno de ellos me contó que, una vez, estando él de ayudante a su lado, recibió un codazo suyo en la cara después de que el eminente cirujano hubiera hecho un gesto quirúrgico que no precisaba de tanta energía en absoluto. "Pues no estés ahí". Le había espetado a la cara, sin ningún tipo de vergüenza.
Nunca nadie jamás, ni en su ámbito local ni en foros internacionales, le cuestionó a este eminente cirujano, ni sus formas ni sus actitudes despóticas. Debe quedar claro que no estamos hablando de un Dr. Lecter; no se trataba de un cirujano que hiciese el mal a propósito, sino que simplemente no era consciente de que su capacidad para hacer daño. Se preocupaba por el bienestar de su familia y de sus colaboradores, para los que siempre procuraba buenas condiciones económicas. Nadie le tosía encima, y cierta parte de su entorno incluso disfrutaba teniendo un líder así, al que tildaban de serio y necesario para que el orden estuviera bien establecido. Opera bien, y salvó a muchos pacientes probablemente desahuciados si no hubieran pasado por sus manos. Pero su comportamiento no era normal en absoluto.
Afortunadamente, el número de cirujanos con estas características es muy pequeño, pero no es cero. Tampoco lo es en otros colectivos que pueden incluso ser más dañinos que el propio cirujano. Los que se dedican a la política, por ejemplo, hasta son bien vistos por los miembros de su partido, puesto que su vehemencia y su capacidad de progresar sin escrúpulos se traducen en una cantidad nada despreciable de votos. (Si alguno de ustedes conoce algún ejemplo de lo que digo, sírvase amablemente a iluminarnos.)
Que se mejoren.
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