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Por qué el ascensor del hospital es clave en el tratamiento del paciente
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'¿QUÉ ME PASA, DOCTOR?'

Por qué el ascensor del hospital es clave en el tratamiento del paciente

Hay una pieza fundamental para que todo funcione. En él se juntan trabajadores, pacientes y familiares e, incluso, podría decirse que tiene vida propia

Foto: Imagen de archivo. (EFE / Alejandro García)
Imagen de archivo. (EFE / Alejandro García)

Hoy en día los hospitales antiguos están incrustados en las grandes urbes. Cuando se construyeron no había nada alrededor, y con el tiempo, la ciudad les fagocitó impidiendo su normal desarrollo y expansión. Las ampliaciones de los centros hospitalarios en las grandes capitales se desarrolla siempre hacia arriba y no hacia los lados, como sería más lógico y natural. Nuevos bloques se construyen sobre los antiguos de forma poco funcional, así que, cuando ya están operativos, resultan tan molestos para los usuarios, como para sus moradores. Es habitual ver pacientes perdidos que preguntan donde se encuentra tal o cual consulta, ya que deben coger primero el ascensor A y luego el B, para llegar a la cita prevista con el médico o con la prueba que tiene pendiente.

El ascensor es uno de los principales problemas de estos hospitales construidos por módulos verticales. El personal sanitario pasa un porcentaje nada despreciable de su horario laboral esperando a que este llegue, y rezando para que haya hueco dentro. Algún día me gustaría hacer un cómputo del tiempo que pasamos dentro de los elevadores los miembros de nuestro servicio, por ejemplo, que tenemos la planta de hospitalización en un bloque, el quirófano en otro, en un piso inferior, la consulta en la primera planta, y el despacho en la sexta. "Pues sube por la escalera, que es más sano" estará pensando alguno de ustedes con un buen argumento. No le negaría que tiene razón, si no fuera porque a uno (que tiene el cuerpo tocado después de pasar tantas horas en quirófano) no le apetece llegar jadeando.

Pero si los médicos sufrimos la espera de un ascensor, qué podríamos decir de los enfermos que precisan de ser trasladados de una zona a otra para realizar alguna prueba o procedimiento. Tienen que esperar como nosotros a que este aparezca y que lo haga vacío, o que, al menos, tenga espacio suficiente para la silla de ruedas o la cama donde es trasladado. Si bien el enfermo siempre tiene prioridad, cuando la puerta se abre y dentro de la cabina hay otros pacientes, ese privilegio se desvanece, y no queda más remedio que esperar otra oportunidad. Muchas veces el traslado se convierte en una lotería donde se rifa espacio.

Tal y como sucede en el metro, también en los ascensores del hospital hay horas punta. Coger uno a partir de las 12 de la mañana es casi imposible hasta las 15:30 horas, cuando en el centro solo queda el personal de la tarde, la afluencia de familiares se ha reducido, y la mayoría de los facultativos ya han terminado su jornada. Por la tarde mejora bastante el tráfico, pero vuelve a embotellarse a la hora de la cena, donde los ascensores se ocupan con los carros con la comida de los pacientes.

El trabajador que disfruta del silencio del hospital

Si hay algo de lo más placentero en el mundo hospitalario es ir a coger un ascensor y que se dé la maravillosa casualidad que esté ahí mismo, vacío, preparado para nuestro para uso exclusivo. Es la misma sensación que tienes cuando bajas al andén y el metro acaba de llegar como si supiera de nuestros deseos. Hay días, incluso, en los que puedes encadenar ascensores de la misma manera que sucede en esos momentos en los que, yendo en coche, todos los semáforos se ponen en verde como por arte de magia. Y si hablamos de un placer máximo relacionado con los elevadores, este siempre se da en el mes de agosto, cuando la ciudad y los hospitales se vacían por completo. Son días en los que pulsas el botón y la puerta se abre como si se tratase de un truco de prestidigitación porque, en realidad, estaba ahí mismo, descansando tranquilamente a nuestra espera. Ver para creer, piensas. El disfrute suele desvanecerse a final de mes, cuando regresan las hordas de trabajadores y el tráfico vertical se recrudece. Mucho se habla de la depresión posvacacional y poco de la del trabajador estival que disfruta del silencio y del vacío mientras el resto veranea, y a quien el ascensor siempre está esperando solícito para dar su servicio.

Hay una figura dentro del organigrama del hospital que conoce muy bien las propiedades, ventajas e inconvenientes de los ascensores. Saben la frecuencia de cada uno de ellos, conocen la posible afluencia dependiendo de la hora del día, y son profesionales de la resignación cuando este llega y está dentro atestado de personas, camas o sillas de ruedas. Estoy hablando de la figura del celador. Este trabajador sanitario tiene diversas (e importantes) funciones que incluyen la movilización y aseo de enfermos, tareas de apoyo al personal sanitario, labores de vigilancia para mantener el orden y el silencio, o velar por la integridad de las dependencias. Hay diversos subgrupos dentro de este tipo de personal no sanitario, como los encargados de lavandería, urgencias, quirófanos, UVI, rehabilitación, entre otras más. Pero si hay alguien que realmente puede considerarse como el experto, el alma, el jefe, la pieza fundamental de la vida de un ascensor, este es el celador que traslada a un paciente de un sitio a otro.

Foto: Un equipo de sanitarios recibe a una paciente. (Foto: Efe/ Luis Ejido)

A veces pienso que la vida en el ascensor de un hospital daría para una serie televisión corta tipo Camera Café o similar. Si bien los trayectos son cortos, el tiempo dentro se prolonga siempre de manera exasperante e irremisible. ¿Por qué? Pues porque es inherente a nuestra sociedad que quien llama al ascensor de un hospital pulse los dos botones, el de subida y de bajada, porque le da igual la dirección que este lleve y lo que quiere es entrar a toda costa. Suelen preguntar antes de entrar "¿baja?", y si les dices "no; está subiendo", les da igual, entran y coronan su hazaña con un "es igual, ya bajará". Este egoísmo ascensoril de aquellos que no son habituales de los centros sanitarios, acaban provocando que, al final, el elevador se detenga en todas las plantas, con el consiguiente trastorno que conlleva. Es como si en un aeropuerto los aviones despegasen para un lado o para otro a conveniencia del piloto y no con un criterio lógico y organizado. El retraso de los vuelos sería irremediable en pocas horas.

Dentro de la cabina del ascensor se combinan, durante un par de minutos, una serie de personajes que poco o nada tienen que ver. Conversaciones cruzadas que se escuchan entre celadores, médicos, enfermeras, pacientes y visitantes. Cirujanos hablando de suturas, técnicas y hemorragias, internistas que comentan casos de pacientes pustulosos o con infecciones venéreas, y familiares que comparten cubículo y que acaban con la cara verde a causa de las conversaciones anteriores. Son escenas cortas y mundanas, protagonizadas por aquellos que, eventualmente, están compartiendo un breve viaje por el hospital. Si hubiera una cámara filmando sería un documental de lo más recomendable.

"A veces pienso que la vida en el ascensor de un hospital daría para una serie televisión corta tipo Camera Café o similar"

Si trabajas en un hospital, es muy habitual que conozcas del ascensor a un celador desde hace años, pero con el que nunca has establecido una conversación más allá del protocolario buenos días. No siempre es así: tengo amistad con un celador con el que, ni recuerdo cómo, un día empecé a hablar sobre viajes y destinos turísticos. Desde entonces, siempre que coincidimos, nos recomendamos hoteles y ciudades para visitar y luego, cuando nos volvemos a ver, nos contamos qué tal nos fue. No tengo su teléfono ni sé su apellido, pero siempre he tenido en cuenta sus recomendaciones como, creo, él tiene también presentes las mías. Nunca le he visto fuera del hospital ni con otra ropa que no fuese la de su uniformidad y, a lo mejor, si le veo en la calle, no le reconozco al instante, puesto que no estoy acostumbrado. Nuestra relación es tan curiosa que, a veces, el trayecto se nos queda corto y tenemos que poner un pie en la puerta porque no hemos acabado la conversación.

Los celadores son, a veces, al borde de la ira de los cirujanos cuando queremos avanzar en nuestros programas quirúrgicos, pero el paciente no acaba de llegar al quirófano. Los imaginamos tocándose las narices en vez de preocupados por el traslado del paciente que tenemos que intervenir, cuando, en realidad, es probable que se encuentren en el maldito atasco diario de los ascensores. Es digno de mención cómo ellos toman estas quejas con deportividad y estoicismo. Nunca vi a un celador quejarse de nadie que, injustamente o no, le echase algo en cara. Tampoco he visto a ningún paciente hacerlo; más bien al contrario, puesto que siempre hablan bien de ellos. En realidad, nunca se les reconoce su labor, puesto que son anónimos para el sistema. Me fascina su paciencia ante el desespero que produce la larga espera del ascensor, que nunca llega o que está lleno cuando finalmente lo hace. Eso es ser un profesional de altura.

Un día vi un celador desesperado bajando una silla de ruedas (vacía) por una escalera. Aunque intentaba evitarlo, el estruendo era difícilmente disimulable. Comprendí su loca motivación cuando, con horror, descubrí que tres ascensores de la planta estaban averiados. Si bien me quise morir mientras me encaminaba a mi odiada escalera, no pude, sino entender claramente lo importante que es un ascensor en el engranaje de un hospital. El retraso que se iba a acumular en las próximas horas estaba muy claro en quién iba a repercutir. Como pasa siempre, en el más débil.

Al final va a resultar que el ascensor es clave en el tratamiento del paciente y no nos habíamos dado cuenta.

Que se mejoren.

Hoy en día los hospitales antiguos están incrustados en las grandes urbes. Cuando se construyeron no había nada alrededor, y con el tiempo, la ciudad les fagocitó impidiendo su normal desarrollo y expansión. Las ampliaciones de los centros hospitalarios en las grandes capitales se desarrolla siempre hacia arriba y no hacia los lados, como sería más lógico y natural. Nuevos bloques se construyen sobre los antiguos de forma poco funcional, así que, cuando ya están operativos, resultan tan molestos para los usuarios, como para sus moradores. Es habitual ver pacientes perdidos que preguntan donde se encuentra tal o cual consulta, ya que deben coger primero el ascensor A y luego el B, para llegar a la cita prevista con el médico o con la prueba que tiene pendiente.

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