Una parálisis cerebral y estrés postraumático: las consecuencias de la práctica que sufren las mujeres y todos ignoran
La violencia obstétrica es un término que niega la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia. Sin embargo, muchas mujeres sufren las consecuencias de una mala praxis durante el alumbramiento de sus hijos
Una embarazada acude a su centro de salud, situado en una zona rural. Tras una exploración, observan que su proceso de dilatación ya ha comenzado y ella manifiesta que, si es posible, prefiere quedarse allí. Sin embargo, el futuro padre se inclina por acudir al hospital, pero hay dos problemas: bastante nieve y un proceso de parto que ya está en marcha. Finalmente, llaman a la ambulancia, pero cuando llega prácticamente se ve la cabeza del bebé. La doctora que ha atendido a la mujer habla con el médico que va en el vehículo y le propone asistir al parto, de manera conjunta, en el centro de salud. Allí cuentan con todo lo necesario para atenderla, ya que no parece que vaya a haber complicaciones, y el trayecto al hospital son unos 25 minutos, probablemente tenga que dar a luz en el camino.
Al profesional de la ambulancia no le parece bien, mientras que la mujer insiste en quedarse. De pronto el médico la coge del brazo para llevarla a la ambulancia y la doctora del ambulatorio se queda preocupada. A los tres meses esta se encuentra con la madre y el bebé, todavía se acuerda de ellos por la situación que vivió. Su sorpresa fue mayúscula cuando le cuenta que el niño tiene parálisis cerebral fruto de un sufrimiento durante el parto. “Me pusieron las manos en la vagina hasta llegar al hospital porque no querían ensuciar la ambulancia”, le explicó.
No es ficción, es una historia real que vivió la médico de familia Alejandra Martínez Gandolfi, que también es doctora en Antropología y lleva varios años estudiando la violencia obstétrica. Según uno de sus estudios, publicado en 2021 junto al también antropólogo Javier Rodríguez Mir, esta se refiere a las prácticas realizadas por profesionales de la salud a las mujeres durante el embarazo, el parto y el puerperio. Puntualizan que se realiza en el ámbito público o privado y que “por acción u omisión son violentas” o “pueden ser percibidas” así.
Para ellos, la violencia comienza “desde abajo”. “Ese día mi compi no validó mi propuesta y no es ni más ni menos que yo. No hacía falta tapar el canal de parto, es un daño irreparable”, recuerda la antropóloga.
“La violencia obstétrica constituye una discriminación de género y representa una violación de los derechos humanos desde un enfoque de los derechos de la salud y de los derechos sexuales y reproductivos de la mujer, entendidos como derechos inalienables e indivisibles de los derechos humanos. Estas praxis deshumanizantes constituyen un verdadero problema de Estado y de salud pública en diversos países del mundo, incluido España”, prosiguen en su publicación.
Por ese motivo, una de las principales cuestiones que describe Rodríguez Mir es la falta de instrucción en materia de humanización: “Los médicos están formados para tratar al paciente como un objeto”. Precisamente algo que a Martínez Gandolfi le “chocó”, cuando siendo ya médico, comenzó a estudiar Antropología. “¿Por qué no me han enseñado que el cuerpo del otro no es mío?”, se preguntó. Y gracias a esos interrogantes, cambió su manera de tratar a sus pacientes en la consulta: “Si me dicen ‘me duele la cabeza’, les preguntó que de dónde creen que viene ese dolor”.
No se reconoce
En España, la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO) se posiciona en contra del término violencia obstétrica. “Violencia significa hacer daño de forma voluntaria; los que lo hacen no pueden vivir en sociedad y para esto se crearon las cárceles. Creemos que el principio básico de existir de los médicos es totalmente lo contrario, y los ginecólogos luchan día a día para el bienestar de las pacientes. En sus dos vertientes, la obstétrica y ginecológica, nuestro objetivo es hacer lo mejor para ellas”, explica Pere Brescó Torras, presidente de la SEGO, a este periódico.
Además, añade que la institución que dirige siempre estará con el “avance, el respeto, la evidencia y la última actualización”, asegurando dar una formación continuada a todos los ginecólogos. “Nunca podremos admitir una palabra humillante y fuera de contexto para identificar técnicas que en su día se creía que eran perfectas para ayudar a una paciente y que han cambiado por otras. Toda profesión puede tener mala praxis y la SEGO siempre luchará contra ella, pero llamemos a las cosas por su nombre”, insiste Brescó.
Igualmente, señala que el parto es un acto natural que a veces puede convertirse en medicalizado por el bien de la madre y el feto y que este puede ser el motivo por el que “no se cumpla con las expectativas” del mismo: “Esto no quita que en las complicaciones siga siendo imprescindible la comunicación, el consentimiento informado y la decisión compartida”.
Por su parte, los doctores en Antropología relatan que la violencia obstétrica era una “cuestión invisible” y que ahora que es más conocida, toca la fase de la negación, aunque Javier admite que cada vez más estudiantes escogen este tema para analizarlo en sus trabajos de final de grado o máster. “Se quedarán solos, lo que mueve a los cambios es la sociedad, no la SEGO”, dicen.
"Los profesionales a veces ejercen violencia obstétrica sin saberlo, creen que hacen el bien"
También inciden en otras cuestiones, como que algunos ginecólogos quieren programar una cesárea el día 30 de diciembre “para poder comerse las uvas”: “Muchas son innecesarias, es una mala praxis sistémica”.
Otro aspecto que manifiestan es la posición en la que se produce, en su mayoría, el parto: “¿En qué momento se nos obliga a parir tumbadas? Se pone cómoda la persona que asiste el parto, pero es difícil dar a luz tumbada y nadie se lo cuestiona”.
“Si en un quirófano hay ocho profesionales y dos de ellos detectan violencia obstétrica, no lo dirán porque su puesto de trabajo puede correr peligro y esto está relacionado de nuevo con las jerarquías y que el anestesista o el ginecólogo es el que manda. Muchas veces la ejercen sin saberlo y creyendo que están obrando bien”, continúa la doctora Martínez Gandolfi.
Acerca de los planes de parto reseña que la división entre ginecólogos y matronas es clara: “No hay diálogo entre ellos, las nuevas generaciones animan a las embarazadas a hacer un plan de parto para que se lo entregue al ginecólogo y no los quieren porque están acostumbrados a tener el poder y el control del cuerpo de la paciente”.
Judit, que prefiere no dar su apellido, fue madre en noviembre de 2023 y su parto se convirtió en una pesadilla. De hecho, antes de ese momento su ginecóloga “le negó” el derecho a elaborar y comentar el plan de parto: “Me dijo que en los hospitales privados no se hacía porque yo ya sabía que sería ella quien me atendería ese día. Ahora sé que es un documento legal que toda gestante tiene derecho a hacer para expresar sus preferencias, necesidades, deseos y expectativas”.
El que presuntamente iba a ser uno de los días más bonitos de su vida se tornó de color gris. Llegó al hospital con la bolsa rota, dilatada de un centímetro y con contracciones. Las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) establecen que no se recomienda el uso de intervenciones médicas para acelerar el trabajo de parto y nacimiento antes de una dilatación de 5 centímetros, siempre que se aseguren unas buenas condiciones para la madre y el feto. Pese a ello, las sanitarias que llevaron su parto decidieron intervenir e iniciar la inducción a las 8 horas y le comunicaron que tenía que bajar ya a paritorio: “No me dijeron que me iban a inducir el parto para acelerar el proceso, ni me pidieron el consentimiento expreso, ni verbal ni por escrito, para iniciar la perfusión de oxitocina sintética, vulnerando mi derecho a la autonomía”.
Finalmente, acabó en cesárea por distocia de dilatación, una disminución de la contractilidad del útero. "Me sentenciaron al quirófano, la ginecóloga decidió que ya no dilataría más de 8 centímetros”, expresa mientras asegura que no esperaron el tiempo que señalan las guías.
“No era urgente, fue una cesárea de recurso. Pasé mucho miedo porque bajé a quirófano pensando que el niño estaba mal”, expone. El sufrimiento de Judit no quedó ahí, después comenzaron las pesadillas y los ataques de ansiedad que pensaba que eran fruto de una depresión postparto. Más tarde, su psiquiatra le habló de estrés postraumático: “Al principio me avergonzaba y me culpaba. El nacimiento de un hijo no es un trámite, te marca como mujer”.
Abordarlo desde la psicología
Cristina Soto Balbuena conoce bien la situación, aunque tampoco utiliza el término violencia obstétrica: “Veo que hay mujeres que tienen partos traumáticos, pero no puedo entender que los profesionales hagan un acto intencional que genere lesiones graves”. Ella es coordinadora del Proyecto de investigación "Mamás y bebés" del Hospital Universitario Central de Asturias y colaboradora de la Sociedad Española de Psicología Clínica (SEPPCyS).
“Nos tenemos que centrar en las soluciones”, confiesa. Por ese motivo, va a organizar las primeras jornadas de psicología perinatal en las que se tratará el tema. “Será entre los profesionales sanitarios y las madres para que hablen de partos traumáticos, de lo que está pasando y de lo que se puede mejorar, ya que dará seguridad a las embarazadas. Habrá doctores más empáticos y otros menos, pero siempre debe haber un clima de respeto”, concluye.
Una embarazada acude a su centro de salud, situado en una zona rural. Tras una exploración, observan que su proceso de dilatación ya ha comenzado y ella manifiesta que, si es posible, prefiere quedarse allí. Sin embargo, el futuro padre se inclina por acudir al hospital, pero hay dos problemas: bastante nieve y un proceso de parto que ya está en marcha. Finalmente, llaman a la ambulancia, pero cuando llega prácticamente se ve la cabeza del bebé. La doctora que ha atendido a la mujer habla con el médico que va en el vehículo y le propone asistir al parto, de manera conjunta, en el centro de salud. Allí cuentan con todo lo necesario para atenderla, ya que no parece que vaya a haber complicaciones, y el trayecto al hospital son unos 25 minutos, probablemente tenga que dar a luz en el camino.