¿Cómo empeorar aún más la falta de médicos?
Se calcula que solo en la Unión Europea se necesitan unos 1,2 millones de sanitarios, lo que conlleva una lucha por atraer a todos los profesionales posibles
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La falta selectiva de médicos en determinadas especialidades y localidades es un importante factor que sirve de termómetro de la profunda crisis por la que atraviesa nuestro sistema sanitario. El problema afecta también a la enfermería y desde luego no es exclusivo de España. Solo en la Unión Europea se calcula que actualmente faltan 1,2 millones de sanitarios, lo que trae como consecuencia una lucha por atraer los que haya disponibles en la que lógicamente los países menos boyantes económicamente llevan todas las de perder.
Por referirnos específicamente a lo que ocurre con los médicos, ya que la enfermería aún con puntos en común presenta características diferentes, un número no determinado, pero en todo caso creciente de médicos jóvenes muy bien formados emigran sobre todo a otros países de Europa occidental con mejores perspectivas laborales, multiplicando sus ingresos y eludiendo la precariedad española.
No puede decirse que en nuestro país exista un déficit global de médicos si nos atenemos al índice respecto a la población cuando se compara con los países de nuestro entorno. Sí se puede afirmar, en cambio, que existen marcados desajustes por especialidades y por comunidades, condicionados los unos por la demanda asistencial de determinadas especialidades, que tiende a derivar un volumen importante de facultativos a la sanidad privada (dermatología, cirugía plástica, radiología, pediatría, oftalmología, anestesiología…) o bien algunas con escasez relativa de vocaciones a la vista de las malas condiciones actuales como es el caso de la medicina de familia.
En el tema territorial, se ven perjudicadas tanto las provincias de la España vaciada como aquellas ciudades arrasadas por los pisos turísticos donde encontrar un lugar para vivir, especialmente durante los meses veraniegos, excede con mucho los magros sueldos de los sanitarios y otros servidores públicos. Nuestro sistema funcionarial, deficientemente gestionado, carece de mecanismos eficaces que corrijan estos desequilibrios con los necesarios estímulos y compensaciones.
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A todo ello se une que la medicina es una profesión dura, con una sobrecarga psicológica muy importante sobre todo en aquellas especialidades centradas en pacientes crónicos en mala situación o las que conllevan una elevada mortalidad. Situaciones como la pandemia provocaron abandonos masivos de médicos y enfermeras en todo el mundo. Además, requiere en la mayoría de los casos unos esfuerzos personales y familiares superiores a los de muchas otras profesiones. Recuerdo durante mi época de actividad hospitalaria como nefrólogo temporadas durante el periodo veraniego con una buena parte del equipo de vacaciones en que llegué a superar las 100 horas de trabajo semanal y desde luego no era el único con estas jornadas demenciales. Todo ello en medio de un clima social cada vez más hostil hacia el sistema, con las agresiones a sanitarios tomados como cabeza de turco, cada vez más frecuentes y casi siempre impunes.
Cabría pensar que, ante esta situación, los esfuerzos de nuestras autoridades sanitarias, tanto estatales como autonómicas, se deberían centrar en solucionar el problema tanto cuantitativo como cualitativo, ya que de ello depende la correcta atención sanitaria de los ciudadanos que a fin de cuentas debería ser su único objetivo. Cualquiera puede entender que con este panorama, las soluciones deberían pasar por hacer más atractivos los puestos de trabajo para los médicos que quisieran ejercer su profesión en nuestro sistema público, ya que de otra forma hay serias probabilidades de que elijan otras opciones.
Pues no parece que las cosas vayan por ahí. El gasto sanitario público correspondiente al 2023, aunque superior a las cifras previas a la pandemia, significa un 7,15% del PIB, inferior al 7,21% del año anterior y desde luego lejano al 7,5-8% que siempre se ha puesto como objetivo moderado para intentar converger con los países de Europa occidental. Con estos datos nos encontramos en el puesto 27 de los 192 países que publican sus datos, lo que nos da una perfecta idea de donde estamos en los rankings de competitividad a la hora de valorar lo que dedicamos a sanidad y como consecuencia a la retribución del personal sanitario. Como una imagen vale más que mil palabras, con los nuevos aumentos del salario mínimo, el sueldo base sin guardias de algunos residentes de primer año ya va a estar por debajo de estos valores.
Recientemente, aparecía en Redacción Médica un interesante reportaje sobre la opinión de un grupo de médicos acerca de si volverían a estudiar la carrera si tuvieran la ocasión de volver atrás. Lo encabezaba la rotunda afirmación de una de las encuestadas: "No volvería a estudiar Medicina desde cero ni aunque me paguen" y se acompañaba de otros testimonios similares. También se publicaban los resultados de una encuesta entre los lectores de esta publicación, en la que nada menos que el 54% de los médicos afirmaron que no repetirían la carrera. Un panorama no muy prometedor como se ve.
El Estatuto Marco
Por si todo esto fuera poco, recientes propuestas del Ministerio de Sanidad, tendentes a redactar un nuevo "Estatuto Marco" que regule las profesiones sanitarias, parecen especialmente dirigidas a dar la puntilla al sistema convirtiendo al estudiante de medicina en un verdadero héroe que no sabe muy bien donde se está metiendo. Como era de esperar cada vez que se trata de un posible nuevo estatuto, cosa que no por casualidad sucede cada muchos años, lo primero que ha conseguido es una oposición frontal de la gran mayoría de los médicos y sus representantes, especialmente ante algunas de sus "medidas estrella".
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No vamos a comentar aquí los puntos conflictivos (bastantes) por no ser el motivo de este artículo, pero sí al menos un par de medidas que pueden afectar, y no para bien, a la disponibilidad futura de médicos. La primera es la incompatibilidad de los jefes de servicio con cualquier actividad privada fuera de su horario laboral, alegando un posible conflicto de intereses. Cada cual es muy libre de tener su ideología y que esto le parezca bien o mal desde esa perspectiva. Reconozco que nunca he practicado la medicina privada por mera convicción, y soy consciente de que en algunos casos los conflictos pueden perfectamente plantearse y no solo con los jefes de servicio. Sin embargo, en la mayoría de los casos no ocurre así y en todo caso pueden y deben detectarse y corregirse con las medidas adecuadas.
Plantear una exclusividad, no exclusivamente de horario, sin analizar cada caso y sin compensación significativa porque el ministerio no tiene capacidad para ello (son las comunidades las que fijan los salarios), lo único que va a conseguir es que más y más médicos, sobre todo de las especialidades más demandadas y mejor retribuidas como a las que antes aludíamos, se decanten abiertamente por la privada, descapitalizando aún más de lo que está el sistema público. Es pura lógica.
La segunda medida va en la misma línea. Supone obligar a los médicos que acaben su formación MIR a elegir entre irse a la sanidad privada o, en el caso de que opten por la pública estar sometidos durante cinco años a un régimen de incompatibilidades similar al descrito para los responsables del servicio. Se puede aducir lo mismo que decíamos antes. Sinceramente, no imagino yo a muchos dermatólogos, cirujanos plásticos o de otras especialidades deficitarias, sometidas a la ley de la oferta y la demanda renunciando durante cinco años a toda práctica privada que, hay que insistir, se refiere a su tiempo libre. Máxime cuando las alternativas que ofrece hoy día la sanidad pública a un especialista recién terminado son casi siempre interinidades que pueden durar toda la vida (ya ha habido jubilaciones de interinos) o contratos de sustitución de semanas o de meses con cambios continuos de hospital o centro de salud, cuando no de ciudad.
"Plantear una exclusividad lo único que va a conseguir es que más médicos se decanten abiertamente por la privada"
No pongo en duda que el loable objetivo de estas medidas sea retener médicos en el sistema público, pero me temo que de llevarse a cabo supondrían exactamente lo contrario, al menos en los puestos que más falta hacen. Tampoco parece que vayan a disuadir a mucha gente de hacer las maletas e irse al extranjero o simplemente dedicarse a la medicina privada. De ser aprobadas van a ser un estímulo y no pequeño.
Parafraseando a Miguel Gila, un genio que por desgracia se va olvidando, es difícil no pensar que algunas de estas políticas están diseñadas por el enemigo.
La falta selectiva de médicos en determinadas especialidades y localidades es un importante factor que sirve de termómetro de la profunda crisis por la que atraviesa nuestro sistema sanitario. El problema afecta también a la enfermería y desde luego no es exclusivo de España. Solo en la Unión Europea se calcula que actualmente faltan 1,2 millones de sanitarios, lo que trae como consecuencia una lucha por atraer los que haya disponibles en la que lógicamente los países menos boyantes económicamente llevan todas las de perder.