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Soy futbolista y escupo durante los partidos. ¿Es saludable hacerlo habitualmente?
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¿QUÉ ME PASA, DOCTOR?

Soy futbolista y escupo durante los partidos. ¿Es saludable hacerlo habitualmente?

La saliva está compuesta mayoritariamente de agua, junto con otros integrantes como mucina, bicarbonato, iones y enzimas

Foto: El futbolista Tim Wiese escupe en un partido de la Bundesliga. (EFE)
El futbolista Tim Wiese escupe en un partido de la Bundesliga. (EFE)

Chuta con toda la determinación, pero el balón sale rozando el larguero. En la grada se escucha un sonido que refleja la decepción colectiva. La cámara de televisión enfoca al futbolista en primer plano, que se lleva las manos a la cabeza y se lamenta de la ocasión perdida. Y entonces, ocurre. Primero contrae el músculo orbicular de la boca, después frunce los labios y, finalmente, expulsa su saliva con la fuerza y la pericia de quien lo hace de manera habitual. El escupitajo aterriza en el césped, donde se junta con muchos otros previos (son las postrimerías del partido y ya ha habido otras ocasiones marradas). Todos ven cómo el producto de su boca cae en la hierba con toda la fuerza; sus compañeros, los rivales, los espectadores en el campo y los millones de televidentes, pero nadie le da más importancia, puesto que forma parte de la jugada.

Es, de hecho, una escena ya habitual y que pasa desapercibida en los campos de fútbol del mundo entero. Es tan cotidiana y antigua como el banderín del juez de línea, el silbato del árbitro, o los guantes del portero: nadie ya repara en ella, y es hasta raro si no se produce.

¿Por qué escupen los futbolistas? Quienes hemos practicado en la juventud otro deporte, como puede ser el baloncesto, nos hemos planteado esa pregunta alguna vez. No he visto nunca a Luka Doncic escupir después de tirar un triple, por ejemplo. No lo hace cuando lo falla, y mucho menos cuando lo mete. Tampoco pasa en el baloncesto europeo, ni sucede en otros deportes, como balonmano o voleibol, que también se celebran con techo y a puerta cerrada. Alguno dirá que, claro, no esputan porque juegan en parqué y se podrían resbalar (y es peligroso). Pues sí, buen argumento. Los pabellones tienen siempre encargados de pasar la mopa para secar el sudor (y evitar el riesgo lesiones), así que resulta absurdo que el jugador contribuya a su propio descalabro escupiendo en el entarimado.

A lo mejor tiene que ver con el tipo de deporte en concreto. Pero tampoco me queda claro, puesto que los que juegan al fútbol sala lo hacen indoor, sobre parqué, y no escupen cuando fallan un gol a puerta vacía. Lo cierto es que hay innumerables deportes en los que los practicantes no escupen. ¿Será que el fútbol favorece la necesidad de expulsar saliva? A lo mejor es que la superficie, al ser césped, incita a ello, pero no veo que los tenistas lo hagan en el torneo Wimbledon, ni tampoco a los de hockey de hierba, o los jugadores de golf…

Foto: Hazard, en su pasado madridista. (Reuters/Isabel Infantes)

En un artículo publicado hace tiempo por una cadena de TV deportes, algunos jugadores profesionales de fútbol daban respuestas sorprendentes cuando eran cuestionados sobre este tema. "Escupo porque se me seca la boca" era la más frecuente, seguida por la de "se genera mucha saliva por el esfuerzo". Alguno otro lo achacaba a los nervios, y la que más me fascinaba es la de un internacional de nuestro país que aseguraba que "en el deporte de alta competición hay que expulsarla para mejorar el rendimiento". Solo un entrevistado afirmaba no tener esos hábitos durante la práctica de su deporte, pero reconocía que era una cuestión aceptada y generalizada.

El mayor componente de la saliva

La mayoría refería la necesidad de esputar porque sienten la boca seca, algo lógico si tenemos en cuenta que la saliva está compuesta en un 98% de agua y que durante una actividad deportiva el organismo se va deshidratando. Ahora bien, si la boca está seca, es precisamente porque no tenemos saliva en ella. Es lo que sucede cuando tenemos mucha sed, por ejemplo, o en aquellos momentos en los que sentimos estrés emocional, o hemos ingerido alimentos o medicaciones que precisamente producen sequedad oral. Entonces, ¿tiene sentido escupir cuando tienes la boca seca?, ¿no será mejor quedártela hasta que te puedas hidratar en la banda? Además, ¿qué cantidad se puede llegar a expulsar si precisamente la producción de saliva se reduce con la disminución de los líquidos corporales?

Ningún futbolista afirmó que sus esputos eran motivados por un exceso de saliva. Es lo que, en términos médicos, denominamos sialorrea, y que puede llegar, en casos extremos, a producir un incesante babeo por las comisuras. La hipersalivación puede ser el resultado de una dificultad para tragarla, u otras posibles causas alejadas de la práctica deportiva, como el embarazo, infecciones de los senos nasales o de la garganta, picadura de arañas, reptiles, ingesta de hongos venenosos, úlceras o procesos inflamatorios de la cavidad bucal, o incluso, la falta de higiene dentaria.

La saliva tiene su razón de ser como todos los fluidos corporales. Está compuesta mayoritariamente de agua, pero también incluye otros integrantes como mucina, bicarbonato, iones y enzimas, que facilitan la lubrificación de la boca y labios, y prepara el alimento para la deglución. La saliva también tiene propiedades antimicrobianas que mantienen el equilibrio ecológico de los patógenos que viven en la boca (que no son pocos). La acción de tragarla, junto con los movimientos de la lengua y los labios, limpian el aparato de la masticación y arrastran los restos de alimentos que pueda haber quedado la cavidad oral. Cuando nos están saliendo los dientes, la saliva proporciona minerales necesarios para que las piezas puedan madurar y tener una superficie dentaria más dura.

También es necesaria la saliva para el proceso digestivo, puesto que es la primera secreción que entra en contacto con el alimento, lo prepara para la digestión mezclándose y disolviendo sus componentes sólidos. También excita las células de las papilas gustativas, diluye las sustancias ácidas y, tiene efecto termorregulador, enfriando los alimentos calientes y viceversa. Por último, la saliva contiene una gran variedad de metabolitos, proteínas, ADN, enzimas, hormonas, anticuerpos, antimicrobianos y otras moléculas que pueden servirnos como indicador de la existencia determinadas enfermedades y que, cada vez, se están utilizando más para el diagnóstico de las mismas. Sí, la saliva tiene su razón de ser, pero en el sitio donde le corresponde estar.

Foto: Una cantidad adecuada de saliva promueve el bienestar. (iStock)

La pandemia que sufrimos hace cinco años nos ha dejado concienciados de la importancia de mantener las distancias sociales para evitar contagios de algunas enfermedades. Para un deportista, la distancia entre rivales y compañeros en determinadas circunstancias no es nada novedoso: a raíz del descubrimiento del VIH, se impuso una norma por la cual cualquier jugador que esté sangrando debe abandonar el recinto deportivo para que la hemorragia sea contenida y la herida tapada. Es un precepto establecido y bien acatado por todos. Sin embargo, a nadie del futbol se le ha pasado por la cabeza pensar que la saliva es, al igual que la sangre, un vehículo para la transmisión de enfermedades. De la misma manera que no escupimos en el suelo de la oficina donde trabajamos, ¿no se debería, al menos, recomendar, no hacerlo en los otros locales de trabajo, como los campos de fútbol?

Hace cuatro años este periódico se hacía eco de una propuesta por la cual la FIFA estaría dispuesta a sancionar con una tarjeta amarilla a quien escupiera en el terreno de juego. Se basaba en la opinión de Michel D'Hooghe, jefe de los servicios médicos de la FIFA, quien sensibilizado por la pandemia que aún se vivía en aquella época, consideraba el gesto como una acción potencialmente peligrosa para la salud de los demás. No parecía una propuesta descabellada si tenemos en cuenta que, a través de la saliva, se transmiten enfermedades como infecciones del tracto respiratorio, mononucleosis infecciosa, herpes, verrugas, varicela, parotiditis, gingivitis, entre otras. Resulta, pues, razonable, que el deportista mantenga su saliva en su propia boca y que evite, por razones higiénicas y de salud pública, su expulsión compulsiva sin un motivo plausible.

Cuando era niño jugábamos en el patio del colegio al baloncesto. A veces algún bote de la pelota caía encima de un escupitajo. "Esperad, que tiene un gapo", decía quien se apercibía del infortunio. A nadie le apetecía, manosear esputos de otros con las manos, así que se detenía el partido y se limpiaba. Nadie protestaba, y todos esperaban a que se minimizasen los daños, puesto que todos comprendían lo desagradable del asunto. Me viene a la memoria este recuerdo de juventud cuando veo que un futbolista escupe. No sé si es porque en el fútbol no se ve el escupitajo porque se camufla en el césped, o porque la posibilidad de encontrarte un gargajo en la pelota es más pequeña que en el patio de mi colegio, pero a ninguna de las millonarias estrellas parece importarle en absoluto tal repugnante posibilidad. A lo mejor hacen de tripas corazón ante la intensidad del encuentro, o simplemente, como es hierba, les parece que es como estar en el campo abierto y que está justificado (como el que echa una meada en el prado, un día de domingo campestre).

Foto: Leo Messi, cabizbajo durante un partido con el FC Barcelona. (EFE)

¿Cómo se podría resolver el tema de la salivación espontánea futbolística? En la NBA solucionan los problemas con multas que afectan al bolsillo de los jugadores. Es más efectivo que otro tipo de sanciones, como se ha comprobado a lo largo de los años. ¿Funcionaría en el balompié? Puede que fuese mejor opción que sacar una tarjeta a quien eche un pollo en el campo de fútbol, porque, mucho me temo que, al final, acabarían todos expulsados. Además, siendo punible por el reglamento, se terminarían revisando con el VAR cada uno de los esputos emitidos, con el fin de analizar su trayectoria, la consistencia, y la velocidad, por si unos gargajos fuesen más susceptibles de sanción que otros. Todo esto, siempre y cuando estemos de acuerdo de lo feo que resulta un futbolista que escupe; que habrá quien diga que no es para tanto y que éste artículo atenta contra el mayor divertimento planetario (es decir "el deporte rey").

En fin, que se mejoren.

Chuta con toda la determinación, pero el balón sale rozando el larguero. En la grada se escucha un sonido que refleja la decepción colectiva. La cámara de televisión enfoca al futbolista en primer plano, que se lleva las manos a la cabeza y se lamenta de la ocasión perdida. Y entonces, ocurre. Primero contrae el músculo orbicular de la boca, después frunce los labios y, finalmente, expulsa su saliva con la fuerza y la pericia de quien lo hace de manera habitual. El escupitajo aterriza en el césped, donde se junta con muchos otros previos (son las postrimerías del partido y ya ha habido otras ocasiones marradas). Todos ven cómo el producto de su boca cae en la hierba con toda la fuerza; sus compañeros, los rivales, los espectadores en el campo y los millones de televidentes, pero nadie le da más importancia, puesto que forma parte de la jugada.

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