Cirugía de tumor cerebral: "No es lo mismo operar a un deportista que a un guía turístico que habla varios idiomas"
Mantener al paciente consciente durante la intervención puede ser clave para monitorear funciones críticas en tiempo real y así evitar daños que puedan afectar habilidades neurológicas esenciales
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El hallazgo de un tumor cerebral supone siempre un desafío para el equipo médico encargado de decidir la mejor manera de abordarlo. En esta situación, es fundamental planificar cuidadosamente el enfoque terapéutico, considerando especialmente cómo la cirugía puede influir en las diversas funciones neurológicas del paciente. No hay que olvidar que el cerebro es el centro de control de nuestras capacidades motoras, sensoriales, cognitivas y emocionales; por lo tanto, cualquier intervención quirúrgica debe ser meticulosamente evaluada para minimizar riesgos y preservar la calidad de vida.
Así lo explica el doctor Gerardo Conesa, director del Instituto de Neurociencias Teknon, que recuerda que “en un cuadro médico que indica que habrá que extirpar el tumor, es primordial saber qué implicaría para el paciente perder esa porción del cerebro contaminada por las células cancerosas. Cada zona del cerebro tiene una función y, para determinar cuál está dañada, los neuropsicólogos le hacen una serie de test, ejercicios de coordinación, reflejos…”.
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Pero, además, antes de decidir entrar en el cerebro del paciente, es necesario comprobar si hay más tumores en otras zonas del cuerpo, es decir, averiguar si se trata de un tumor primario o de una metástasis. No es tarea sencilla, explica el experto: “Resulta imposible tener la certeza absoluta de qué tipo de tumor hay dentro del cerebro sin abrirlo. Por eso hay que estudiar si el cáncer ha llegado hasta allí a partir de una célula que escapó del tumor original, o de si se ha originado en el cerebro”.
Cuando el tumor es una metástasis, puede ser más fácil de extirpar, pues se trataría de un único cuerpo canceroso concentrado en un punto de la masa cerebral. En cambio, cuando se origina en el cerebro, los tumores son más difíciles de operar porque en quirófano es complicado saber dónde acaba la lesión y dónde empieza el tejido sano.
En los casos en los que queda claro que la mejor opción es extirpar el tumor, hay que hacer un mapeo cuidadoso para ver de qué manera abordar la cirugía para evitar posibles secuelas neurológicas. “En el cerebro nunca hay certezas. Aunque estructural y anatómicamente la base de todos los cerebros sea igual, la experiencia moldea a cada uno de una manera. Por eso, a pesar de que los libros de anatomía muestran un mapa general donde se detallan las funciones que desempeña cada zona cerebral, todo puede haberse desplazado”.
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Efectivamente, el cerebro se moldea con la vida de cada persona, y cambia con sus hábitos y los estímulos que recibe. Así, por ejemplo, quienes trabajan con las manos tienen más desarrolladas las zonas del cerebro encargadas de controlarlas, mientras que las personas que se dedican al cálculo poseen una configuración cerebral diferente, y quienes tocan un instrumento tienen una plasticidad cerebral enorme al tratarse de una actividad que requiere mucha coordinación y una gran capacidad de conexiones. “Debido a esta capacidad de adaptación, lo que en un paciente queda unos centímetros arriba, en otro puede estar varios centímetros en otra dirección. Esta es la razón, aunque suene chocante, de que no es lo mismo operar a un paciente que se dedica al deporte que a un guía turístico que habla 10 idiomas”.
La ubicación y el tamaño del tumor son determinantes en la toma de decisiones, ya que ciertas áreas cerebrales, conocidas como "elocuentes", están directamente relacionadas con funciones críticas como el habla, el movimiento o la visión. Por eso se realizan cirugías en las que los pacientes permanecen despiertos mientras el equipo quirúrgico manipula su cerebro. Este enfoque permite a los neurocirujanos mapear con precisión las áreas funcionales del cerebro y evitar daños que podrían afectar habilidades esenciales.
La preparación del paciente es clave
Antes de la cirugía, “explicamos todo al paciente, porque es fundamental que lo entienda para que colabore durante la cirugía. Debe saber que, mientras está consciente, va a haber mucha gente a su alrededor, debe estar cómodo y poder hacer una serie de tareas”, señala el doctor Conesa. “Si todas las cirugías requieren una coordinación milimétrica, aquí nos encontramos con un escenario en que, mientras el cirujano corta con el bisturí, se le van haciendo pruebas al paciente al mismo tiempo que se mide la actividad eléctrica de su cerebro”.
Es un esfuerzo que requiere mucho entrenamiento y coordinación por parte de todo el equipo. En concreto, detalla el doctor Conesa, el papel del anestesista “resulta especialmente delicado, porque debe mantener al paciente tranquilo y, al mismo tiempo, atento y colaborador a las preguntas que se le van haciendo”. Los otros dos profesionales imprescindibles, continúa, son “el neuropsicólogo, que es quien va formulando las preguntas, y el neurofisiólogo, que vigila cómo reacciona físicamente el cerebro en cada respuesta”.
En cuanto al trabajo del neurocirujano, se apoyará en las técnicas de neuroimagen avanzadas y en la monitorización neurofisiológica intraoperatoria, herramientas esenciales que le ayudarán a delinear estrategias quirúrgicas que buscan la máxima eficacia en la eliminación del tumor, al tiempo que se preservan las funciones neurológicas del paciente. Así, durante la intervención, irá estimulando suavemente diferentes áreas del cerebro con pequeñas corrientes eléctricas. Al mismo tiempo, se le pide al paciente que realice tareas específicas, como hablar, mover una extremidad o identificar imágenes. Esta colaboración ayuda a identificar con precisión las regiones responsables de funciones críticas, permitiendo al cirujano evitar dañarlas mientras extirpa el tumor”.
El hallazgo de un tumor cerebral supone siempre un desafío para el equipo médico encargado de decidir la mejor manera de abordarlo. En esta situación, es fundamental planificar cuidadosamente el enfoque terapéutico, considerando especialmente cómo la cirugía puede influir en las diversas funciones neurológicas del paciente. No hay que olvidar que el cerebro es el centro de control de nuestras capacidades motoras, sensoriales, cognitivas y emocionales; por lo tanto, cualquier intervención quirúrgica debe ser meticulosamente evaluada para minimizar riesgos y preservar la calidad de vida.