Lengua de signos en consulta: entramos en la pionera unidad que cuida la salud mental de las personas sordas
En la Unidad de Salud Mental para Personas Sordas, creada en 2002, tienen lugar unas 1.500 consultas anuales, con un equipo de psiquiatría, psicología y trabajo social
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María Gemma Píriz Gómez es sorda de nacimiento. Sus padres, su hermana y su marido también lo son. Desde que era pequeña ha podido conocer de primera mano las dificultades que tiene el colectivo de personas sordas para acceder a la sanidad, especialmente lo relacionado con la salud mental. Su madre ha padecido una enfermedad mental grave y cuando tenía que acudir al especialista lo hacía con su hermana, que no sabía lengua de signos, pero era la encargada de hablar con el médico. Era la única opción posible. Píriz recuerda observar el rechazo que le generaba esta situación: ya no era solo que se podía sentir excluida en una circunstancia donde ella era la protagonista, era que tampoco tenía intimidad, por mucho que la ayuda fuera bienintencionada.
Pero todo esto cambió en 2002. Píriz lleva siendo profesora de lengua de signos desde hace más de 20 años. Durante toda su trayectoria, ha tenido como alumnos a algunos psicólogos que se interesaban por saber si las personas sordas podían contar con recursos específicos y siempre la respuesta era negativa. "En aquella época, la situación era realmente miserable", recuerda. Fruto del empeño de múltiples sanitarios, algunos de ellos estudiantes de Píriz, por mejorar la situación de este colectivo se creó la Unidad de Salud Mental para Personas Sordas en el Hospital General Universitario Gregorio Marañón. Aunque con ciertas dificultades, su madre pudo acceder y décadas después ella también empezó a formar parte como paciente. "La Seguridad Social tiene muchísimos profesionales; los oyentes no tienen ese problema, pero los sordos necesitamos tener el mismo derecho", insiste.
Se trata de una unidad pionera en España que está diseñada para atender a personas que tienen problemas de audición, en principio sorderas profundas, que no se pueden beneficiar de los recursos ordinarios de su zona por las dificultades derivadas de la comunicación. El equipo lo conforman una psicóloga, una trabajadora social y dos psiquiatras. La particularidad de esta atención es que estas dos sanitarias dominan la lengua de signos, por lo que no se necesita a un intérprete para poder proporcionar la asistencia. "La mayoría de personas que acuden aquí utilizan lengua de signos española para comunicarse como lengua de elección", aclara Ana García, psicóloga de la unidad que lleva en ella desde su creación.
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Cada año suelen sumarse unos 100 pacientes nuevos y más de 1.500 consultas en total. Estos pueden ser de la Comunidad de Madrid, aunque también de fuera. Francisco Ferre es el jefe de servicio de psiquiatría de adultos del Gregorio Marañón y relata que, aunque es posible, es algo más complicado cuando las personas acuden de otros puntos del país, por lo que hacen más bien labor de asesoramiento. "Es una comunidad muy pequeña; la vocación con la que nació esta unidad era no solamente dos personas que saben signar, sino reconocer la cultura sorda: en el mundo sordo existen posturas distintas, por ejemplo, respecto a los implantes cocleares", ejemplifica.
Patologías más prevalentes y perfil del paciente
García comenta que el tipo de persona que más acude tiene sordera prelocutiva, es decir, han nacido sordas o se han quedado antes de los tres años, un periodo "crítico" de adquisición del lenguaje. "Tienen los mismos problemas de salud mental que la población general, pero es verdad que las experiencias y dificultades vitales que genera ser sordo, a veces, tiene una afectación en el estado de ánimo. Entonces, el perfil más habitual es el de trastornos adaptativos", declara.
"La adaptación de la persona sorda al mundo oyente es la principal fuente de trastornos mentales", apoya Ferre. Esto se relaciona en gran medida con si tener una discapacidad auditiva puede suponer mayor riesgo o no de sufrir una patología de salud mental. "La respuesta es peliaguda; la sordera no conlleva más riesgo, pero el impacto de la sordera en el desarrollo, la escolarización, la integración familiar… las consecuencias sí que pueden tener hacer mella en la salud mental", añade García. Precisamente, Víctor Pérez, psiquiatra de la unidad, recuerda que suelen acudir pacientes con muchos conflictos y patología afectiva reactiva en relación con el mundo laboral.
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También hay un volumen importante de diagnósticos psiquiátricos de más gravedad, pues reciben muchas derivaciones de otros hospitales o de otros centros de salud mental con pacientes diagnosticados con enfermedades como el trastorno bipolar o la esquizofrenia. Aunque se trata de una unidad de consultas externas, también cuentan con la posibilidad de hospitalización, cuyo grueso suele ser este perfil. "Nuestro pool es similar al de los centros de salud mental generales", comenta García. Lo mismo ocurre en cuanto a la edad media y el género: el mayor porcentaje es de mujeres y con una edad que ronda entre los 40 y los 60 años.
"La adaptación de la persona sorda al mundo oyente es la principal fuente de trastornos"
En esta unidad la primera consulta siempre está formada por los distintos profesionales: psicología, trabajo social y psiquiatría para luego ofrecer la mejor opción. Pérez, quien está aprendiendo lengua de signos, reconoce que aunque esto puede ser "un poco intimidante", es la mejor vía. Posteriormente, con el informe clínico en mano, se decide qué intervención y profesionales van a continuar con el paciente, por lo que se ofrece terapia psicológica (que puede ser individual o grupal), citas de asuntos sociales, tratamiento con psicofármacos o varias cosas a la vez. Sobre este último punto, el especialista matiza que aunque en general el tratamiento no dista mucho de personas oyentes, "se cuida y mima mucho" lo que se elige, con el objetivo de evitar lo máximo posible los efectos adversos en relación con mareos, por ejemplo, que tiene mucho que ver con lo auditivo. "El objetivo que tenemos es buscar siempre la mínima dosis eficaz", asegura.
Acceso de las personas sordas a la sanidad
Píriz defiende que en la sanidad hay tres tipos de pacientes: los oyentes, los hipoacúsicos y los sordos. El primer grupo no tiene problema para acceder a la asistencia sanitaria. Los otros dos, aunque considera que el segundo lo tiene "mucho peor". A lo largo de toda su vida se ha encontrado con ciertas barreras para acceder como el resto de ciudadanos a la sanidad para ella, o a veces, para su familia. Quien fuera presidenta de la Asociación de Sordos de Madrid recuerda que sus hijos son oyentes y que cuando eran bebés "era una pelea comunicarse con el médico". Una vez que crecieron, la situación mejoró, pero tampoco fue la más óptima: "Cuando mi hija era muy pequeña y quería ir a consulta porque tenía tos, el facultativo pensaba que ella también era sorda. Cuando respondía, comenzaba directamente a hablar con ella y yo, que era la madre, nada, me parecía fortísimo. Yo preguntaba qué estaba diciendo y me respondía que se lo explicaba a ella. Tenía que esperar a salir de allí para que me contara".
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Los años han pasado, pero Píriz sigue encontrándose con piedras en el camino. En 2021 se le diagnosticó un cáncer de mama en otro hospital madrileño y fue entonces cuando comenzó a acudir a esta unidad: "Me lo diagnosticaron y la información disponible y accesible sobre la enfermedad era muy limitada, con lo cual estaba muy angustiada", describe. En ese momento no contó con ninguna herramienta concreta. "Es una vergüenza, no hay nada. Es un tema muy privado y quitarte la ropa para que te examinen delante de un intérprete, que no siempre es el mismo... A veces me encuentro con exalumnos míos, es muy complicado", sostiene. Para revertir esta situación, optó por pedirle el favor a una antigua estudiante, ahora amiga, y actualmente en las revisiones le acompaña su hija. La privacidad, a fin de cuentas, es algo "muy importante", que en su caso no se consiguió alcanzar.
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Con esta unidad sí que se cumple el principio de privacidad, pues en cada consulta no hay un intérprete nuevo que, aunque su intención es ayudar, no siempre es bien recibido tener que exponer los problemas delante de estas personas. Tanto García como Laura Zaragoza, trabajadora social de la Unidad de Salud Mental para Personas Sordas, tienen otra misión: servir de enlace cuando en el Gregorio Marañón acude un paciente sordo. Estas tres mujeres están unidas, no solo por una relación sanitaria-paciente, sino que Píriz ha sido maestra en lengua de signos para ambas.
Cómo acceder a esta unidad de salud mental
Esta unidad es pionera, pero también casi única. García afirma que en el Hospital de Basurto, en Bilbao, también cuentan con un servicio así, y en Cataluña, a través de un concierto con una clínica privada, la Consellería de Sanidad cubre los recursos para las personas sordas.
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Zaragoza narra que las personas que quieren acceder muchas veces no conocen cómo es la derivación, que es a través del médico de familia o de cualquier otro sanitario de un hospital o centro de salud mental, quien ha de detallar en el informe de derivación el motivo principal y el modo de contacto directo con la persona sorda, ya sea por Whatsapp o, si ellos, autorizan a que llamen a otra persona, normalmente un familiar oyente. De esta manera, se respeta la privacidad que tanto reclaman estos pacientes. Además, esto lo aseguran durante el primer encuentro, así como la dirección a la que quiere que le lleguen las cartas o informes. "Son temas muy confidenciales", defiende.
Además, ofrecen múltiples vías de contacto: "Siempre hemos tenido un correo electrónico de la unidad y desde la pandemia nos dieron una tablet para hacer videollamadas y comunicarnos con las personas. Incluso a veces les hacemos y enviamos un vídeo porque solo conocen lengua de signos y no saben leer".
María Gemma Píriz Gómez es sorda de nacimiento. Sus padres, su hermana y su marido también lo son. Desde que era pequeña ha podido conocer de primera mano las dificultades que tiene el colectivo de personas sordas para acceder a la sanidad, especialmente lo relacionado con la salud mental. Su madre ha padecido una enfermedad mental grave y cuando tenía que acudir al especialista lo hacía con su hermana, que no sabía lengua de signos, pero era la encargada de hablar con el médico. Era la única opción posible. Píriz recuerda observar el rechazo que le generaba esta situación: ya no era solo que se podía sentir excluida en una circunstancia donde ella era la protagonista, era que tampoco tenía intimidad, por mucho que la ayuda fuera bienintencionada.