¿Granjas para adictos? Esto es lo que dice la ciencia de la medida estrella del secretario de Salud de Trump
Los centros que Kennedy pone de ejemplo para presentar su proyecto no permiten tratamientos farmacológicos. Tampoco cuentan con terapeutas ni médicos
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Antivacunas y propagador de teorías de la conspiración. Así es Robert F. Kennedy Jr., el nuevo y controvertido secretario de Salud de Donald Trump. El nombramiento ha puesto en guardia a sanitarios, farmacéuticas y a la comunidad científica ante una figura que ha ligado sin pruebas la vacunación con el autismo o ha insinuado que las cifras de diagnósticos de VIH están infladas. Incluso el senador republicano Mitch McConnell, superviviente a la polio y firme defensor de las vacunas, votó en contra de su confirmación en el cargo. Sin embargo, Kennedy trae bajo el brazo una propuesta que ha sido mucho menos escrutada y aborda una de las crisis sanitarias más graves que atraviesa el país: tiene la intención de crear “granjas de curación” en la América rural para tratar a las personas adictas, en medio de la devastadora epidemia de opiáceos que lleva años azotando Estados Unidos.
Hay un dato en su biografía muy ligado a esta propuesta. El propio Robert Kennedy estuvo enganchado a drogas como la heroína desde los 15 años y, según ha explicado él mismo, a los 30 consiguió salir de su adicción mediante su fe en Dios y programas como el de los 12 pasos de Alcohólicos Anónimos. Esta experiencia es en la que se inspira su idea de crear esta red de centros, pese a que no cuenta con formación sanitaria o científica en el campo del tratamiento de las adicciones.
“Voy a traer una industria a estos rincones olvidados de Estados Unidos, donde los adictos se puedan ayudar los unos a los otros a recuperarse de sus adicciones. Vamos a construir cientos de granjas de curación donde los jóvenes estadounidenses puedan reconectar con el suelo americano, donde puedan aprender la disciplina del trabajo duro que reconstruye la autonomía y donde puedan aprender nuevas habilidades”, explicaba él mismo en un documental de 45 minutos sobre su propuesta, que lanzó durante su campaña en las primarias republicanas, de las que se retiró para apoyar a Donald Trump.
En un país en el que uno de cada cinco presos está en la cárcel por delitos relacionados con las drogas, la propuesta de Kennedy de enviar a personas adictas a tratarse a parajes naturales puede sonar hasta idílica, pero le acompañan importantes sombras. Especialmente por los dos proyectos que visita en su documental. El vídeo de presentación no da detalles sobre en qué consistirían exactamente los programas ofrecidos, ni si medicaciones como la metadona y la buprenorfina serían parte de estos tratamientos que ofrecerían las granjas que pretende crear. Sin embargo, uno de los dos centros que pone de ejemplo Kennedy no permite el uso de estos tratamientos farmacológicos a sus residentes, según el New York Times. El otro acepta que los residentes acudan las primeras semanas a otros centros que suministran estos fármacos unas semanas, pero no deben tomar nada una vez ingresen en sus instalaciones.
La prescripción de estos opiáceos sintéticos es una de las herramientas más importantes que los profesionales sanitarios utilizan para tratar las adicciones, ya que son sustancias desarrolladas legalmente y bajo estrictos controles que pauta un médico durante un tiempo para sustituir el consumo de drogas ilegales. Están elaboradas en laboratorios regulados y su consumo está supervisado, a diferencia de las peligrosas sustancias ilegales que se trafican en las calles.
Estos fármacos han formado parte de la estrategia que la anterior Administración ha puesto en marcha para combatir las muertes por sobredosis, cuyas cifras siguen siendo escandalosamente altas, aunque han comenzado a bajar. En 2022, los fallecimientos anuales llegaron a rozar las 108.000, tras años de subidas sostenidas. Sin embargo, parece que ahora se está produciendo un pronunciado descenso. De acuerdo con los datos preliminares disponibles, en los últimos 12 meses hasta el pasado septiembre fallecieron algo más de 84.000 personas.
Además del enfoque farmacológico para tratar la adicción, el anterior gobierno de Joe Biden también aumentó la persecución de las cadenas ilegales de distribución de sustancias tan peligrosas como el fentanilo y amplió la disponibilidad de la naloxona, que permite revertir de forma inmediata las sobredosis. Aunque los expertos no han sabido aún definir cuál ha sido la clave que ha llevado a la reducción de las cifras de mortalidad, sospechan que la combinación de todos estos factores ha contribuido.
“Existe una base científica muy sólida para la manera en la que abordamos el tratamiento para el consumo de opiáceos ahora y los tratamientos más eficaces que tenemos son las medicaciones que tratan este abuso”, explica Karla Wagner, investigadora de la Universidad de Nevada, en conversación con El Confidencial. “La buprenorfina y la metadona específicamente rebajan las muertes por sobredosis y toda clase de impactos colaterales en la salud por el uso de drogas callejeras”, remarca esta experta, que ha centrado su trabajo en la reducción de daños en la salud por el consumo de drogas.
Gran cantidad de evidencia científica valida estas afirmaciones desde hace décadas. Por ejemplo, un estudio publicado en The Lancet ya en 2003 sobre el uso de la buprenorfina mostró que el grupo de pacientes tratados con este medicamento tuvo un índice de recaída del 25%, frente al 100% que registró el grupo que recibió placebo. De igual forma, otra investigación de 2009 citada por el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas de EEUU mostraba que los pacientes tratados con metadona tuvieron un 33% menos de resultados positivos en pruebas de detección de opioides y fueron 4,44 veces más propensos a continuar con el tratamiento en comparación con los grupos de control.
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“Lo que sé es que los tratamientos basados solo en la abstinencia funcionan para algunas personas, pero no funcionan para todo el mundo y la gente que consume drogas debería tener todos los tratamientos aprobados disponibles para que puedan tomar la mejor decisión para ellos mismos”, remarca Wagner.
"La gente que cree en Dios se recupera antes"
Las experiencias destacadas por Robert Kennedy en su vídeo se basan en la abstinencia, combinada con la convivencia con otros adictos en recuperación y la formación en oficios como la agricultura, la carpintería y similares. No cuentan con terapeutas ni médicos. Estos enfoques se centran en la dimensión moral de la superación de la adicción y están muy vinculados a la religión cristiana. De hecho, el sobrino del presidente John F. Kennedy cita en su documental al psiquiatra de principios del siglo XX Carl Jung, que defendía que “la gente que cree en Dios se recupera antes y la recuperación es más duradera”.
La investigación científica ha avanzado enormemente desde los tiempos de Jung. “Actualmente, la mayor parte de las instituciones profesionales que intentan trabajar bien se basan en el modelo biopsicosocial”, explica a este periódico Oriol Esculies, delegado internacional de Proyecto Hombre, la histórica organización que lleva atendiendo durante décadas a personas con adicciones en España. Este modelo cuenta con tres patas: la médica, la psicológica y la social.
Sobre la médica, donde entra la cuestión farmacológica, Esculies advierte que “plantear una intervención sin medicación psiquiátrica o sin sustitutivos para aquellos que realmente no pueden dejar de consumir es una atrocidad y está totalmente superado ya por la ciencia”. En cuanto a la segunda de las claves, la psicológica, recuerda que “las personas con adicción tienen unos patrones de comportamiento y de gestión de las emociones muy alterados y necesitan un acompañamiento y un trabajo muy intenso de reestructurar la manera de sentir y de enfocar la vida, por lo que el equipamiento psicológico es fundamental”.
De igual forma, el apoyo social es el tercer elemento que entra paralelamente en juego porque “necesitas acompañar a la persona para que se integre en sociedad, para encontrar vivienda, trabajo, rehacer las relaciones con la familia, saberte divertir sin consumir drogas y tejer una red de amigos”, apunta.
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El debate científico que existe sobre este enfoque gira en torno a cuál de las tres patas dar más o menos peso, pero está avalado por el sistema sanitario español, destaca Esculies, que recuerda que la mayoría de los centros de Proyecto Hombre tienen convenios con las comunidades autónomas, ya que son estas administraciones las que tienen las competencias en esta materia.
Sin embargo, España tampoco ha escapado a los enfoques basados en la abstinencia y la espiritualidad para tratar las adicciones. El caso más famoso es el de El Patriarca, una organización que llegó desde Francia y cuya popularidad alcanzó máximos durante el boom de la heroína en los años 80. En granjas alejadas de núcleos urbanos, ofrecía a las familias lugares donde ingresar a sus familiares para pasar el síndrome de abstinencia y recuperarse, en una época en la que el sistema sanitario español no ofrecía ningún servicio para tratar estos pacientes. Sin embargo, tras múltiples denuncias por retener a los ingresados en contra de su voluntad y la detención de algunos colaboradores, abandonó su actividad en España. A mediados de los 90, Francia declaró el movimiento una secta.
Desde la Federación Latinoamericana de Comunidades Terapéuticas, que aúna organizaciones de varios países del otro lado del Atlántico, coinciden en recordar que el modelo biopsicosocial es el camino a seguir, mientras que los ejemplos que utiliza Kennedy para presentar su proyecto “se alejan bastante” del trabajo que realizan. Su presidente, el chileno Jorge Olivares, explica en declaraciones a El Confidencial que su modelo es uno “de intervención que mira la adicción como una enfermedad, con lo cual, la cuestión farmacológica no puede quedar fuera”.
Miedo a la falta de fondos para investigación
El cambio de paradigma que propone el nuevo secretario de Salud de Estados Unidos no es la única medida que crea incertidumbre entre los expertos del tratamiento de las adicciones y sus efectos. Como en otras áreas de la Administración de Donald Trump, las agencias supervisadas por Robert Kennedy ya están empezando a ver sus fondos recortados. Y las señales que manda el presidente republicano son claras: quiere que se siga metiendo tijera para recortar el gasto federal allá donde sea posible.
Los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés) son la agencia responsable de la investigación biomédica y de salud pública, una de las instituciones que más contribuciones científicas hace en estos campos. La semana pasada, la nueva Administración ya había despedido a 1.165 trabajadores, según documentos internos a los que tuvo acceso la agencia Reuters. Igualmente, fue anunciado que se recortará un 15% del presupuesto dedicado a costes indirectos de las investigaciones científicas financiadas. “Esos fondos son los que financian las evidencias científicas que cito”, advierte Karla Wagner de la Universidad de Nevada.
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“Estamos trabajando en unos modelos de simulación realmente interesantes para intentar entender cuáles son las estrategias más eficaces y cómo podemos crear modelos que puedan ayudar a las autoridades de salud pública a tomar decisiones informadas”, explica la científica. “Todo es muy incierto ahora mismo. Es realmente incierto. Estamos continuando hasta que nos digan que paremos, pero el futuro es incierto”.
Antivacunas y propagador de teorías de la conspiración. Así es Robert F. Kennedy Jr., el nuevo y controvertido secretario de Salud de Donald Trump. El nombramiento ha puesto en guardia a sanitarios, farmacéuticas y a la comunidad científica ante una figura que ha ligado sin pruebas la vacunación con el autismo o ha insinuado que las cifras de diagnósticos de VIH están infladas. Incluso el senador republicano Mitch McConnell, superviviente a la polio y firme defensor de las vacunas, votó en contra de su confirmación en el cargo. Sin embargo, Kennedy trae bajo el brazo una propuesta que ha sido mucho menos escrutada y aborda una de las crisis sanitarias más graves que atraviesa el país: tiene la intención de crear “granjas de curación” en la América rural para tratar a las personas adictas, en medio de la devastadora epidemia de opiáceos que lleva años azotando Estados Unidos.