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Soy médico y mi paciente me quiere agredir
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'¿QUÉ TE PASA, DOCTOR?'

Soy médico y mi paciente me quiere agredir

El Observatorio de la Organización Médica Colegial revela que durante 2024 registraron 847 ataques contra médicos, una cifra superior a la del año anterior

Foto: Protestas tras ataque a un enfermero y a un guardia de seguridad de un hospital en A Coruña. (EFE/Cabalar)
Protestas tras ataque a un enfermero y a un guardia de seguridad de un hospital en A Coruña. (EFE/Cabalar)

Dentro de unos días se celebrará el Día Europeo contra las Agresiones a los Profesionales Sanitarios. Este año coincide con el decimoquinto aniversario del Observatorio de la Organización Médica Colegial (OMC) estamento que se ocupa de las agresiones a los profesionales médicos. Según datos revelados esta semana, durante el pasado año se registraron un total de 847 agresiones comunicadas al observatorio, una cifra que es superior a la del año anterior, y que se sitúa a la cabeza del número de agresiones por año que se registran desde su creación (la cifra más alta hasta la fecha había sido de 843 en el año 2022). Es para sentarse y reflexionar, la verdad.

El presidente de la OMC, Tomás Cobo, ha querido recalcar que estas cifras corresponden a las agresiones comunicadas, puesto que "las cifras totales pueden ser muchas más, si tenemos encuentra que muchas de ellas no son reportadas por los agredidos". También hace hincapié en el hecho de que "más allá de las agresiones físicas, las verbales han aumentado de manera considerable", circunstancia que atribuye a la constante crispación en la que viven los ciudadanos. "Cómo vamos a tener un buen comportamiento y respeto por los demás cuando tenemos los representantes que tenemos, no sólo a nivel nacional, también europeo e internacional" reflexiona el presidente de la OMC.

El número total de afectados es de 8.108 desde la creación del observatorio. De todas ellas, sólo el 43,5% han sido denunciadas, muy probablemente debido al miedo a represalias. Las agresiones en atención primaria han aumentado y en la actualidad suponen casi el 50% de las totales. Se calcula que en España se agrede un médico cada 10 horas y que en el 60% de las oportunidades son mujeres las que la sufren.

Esta semana leía alguien en voz alta esta información en uno de nuestros descansos en la sala de quirófano entre caso y caso, y el debate entre los que allí estábamos no se hizo esperar. Quien más quien menos ha tenido alguna vez un encontronazo serio con un paciente que ha empezado a perder los estribos y que se ha puesto a insultar, amenazar o, incluso, ha saltado la barrera de lo permisible y ha agredido físicamente al sanitario que tenía delante. La opinión de los que allí estábamos era unánime en relación con la condena absoluta ante tales hechos. Sin embargo, el problema sigue ahí y, a tenor de los datos, está aumentando.

Foto: Protestas tras una agresión a personal sanitario en A Coruña. (EFE/Cabalar)

De manera espontánea, cada uno de los que estábamos allí escuchando aquellos datos comenzó a contar cual había sido su incidente más desagradable. Hubo testimonios diversos: algunos relataban insultos, otros, destrucción del mobiliario colindante porque motivos absurdos, y una enfermera relató su historia que fue la que más repulsa me produjo. Una vez, en el Servicio de Urgencias, un paciente con un corte superficial en un dedo, descontento con el (al parecer) trato vejatorio recibido (había esperado demasiado tiempo fuera antes de ser atendido, por lo visto), decidió escupirle a la cara después de insultarla gravemente.

¿Qué tipo de persona es capaz de agredir a quien intenta ocuparse de su salud? Según el registro del Observatorio de hace dos años, el paciente programado (es decir, aquel que viene con cita para una consulta, una prueba o una cirugía), es el culpable de la agresión en el 47% de las ocasiones. El 30% de los ataques reportados son enfermos no programados (los que precisan de asistencia urgente), seguidos muy de cerca, pásmense, de los familiares que los acompañan (responsables en el 22% de los ataques registrados). El agresor puede ser indistintamente, hombre o mujer (no hay prácticamente diferencias por sexo), pero si el agresor es acompañante, en el 54% de las oportunidades será una mujer.

Descenso de las agresiones físicas

A lo largo de los últimos diez años se ha visto un descenso significativo de las agresiones físicas, principalmente desde el año 2019, año en el que se registró el porcentaje más alto de este tipo de ataques físicos (57%). En el año 2022 se redujeron a la mitad. Es una situación que se explica con las medidas establecidas durante la pandemia, en la que el contacto con el paciente se redujo a la mínima expresión. Hoy en día las agresiones más frecuentes son verbales, y no físicas, y puede que ésta sea la causa de que no sean informadas. (No es de extrañar: si me han insultado durante la guardia estoy cabreado y deseando irme a mi casa y no me voy a quedar ni un minuto más para escribir un informe sobre el suceso, por pequeño que sea éste.) ¿De qué se suele quejar el que agrede? Según el Observatorio, dos son las razones: discrepa en los tratamientos o atenciones que se le están dispensando y, en menor proporción, el tiempo transcurrido antes de ser atendido es excesivo para el criterio del agresor.

En definitiva, hablamos de una situación desagradable, y de una realidad que en muy pocas ocasiones trasciende a la opinión pública. Tampoco a los juzgados, puesto que no todas las agresiones son informadas al Observatorio de la OMC; tan solo el 40% de las de las agresiones que el estamento colegial tiene conocimiento son denunciadas ante la justicia.

Cuando me llegó el turno de contar mi experiencia en aquel grupo que habíamos formado en el área de descanso del quirófano, no dudé mucho. Mis experiencias ingratas con los pacientes nunca han llegado a mayores (quizás me ven grande y se lo piensan dos veces antes de meterse conmigo). Sin embargo, a nivel colectivo, si recuerdo un incidente en Urgencias cuando era residente que me marcó por la violencia de la situación. Eran pasadas las dos de la mañana y el equipo de guardia de cirugía general (al cual pertenecía), ya buscaba algún hueco donde depositar nuestros cuerpos (la noche estaba tranquila), cuando nos alertaron de la llegada de un individuo con un dolor abdominal intenso y preocupante. Salimos a recibirlo como manda el protocolo. Venía acompañado por las fuerzas de seguridad y sus muñecas permanecían muy cerca una de la otra gracias a unas esposas que brillaban en la luz atenuada de la noche hospitalaria. Había sido detenido esa misma tarde en el aeropuerto por un presunto delito de tráfico de estupefacientes, según nos informó el agente de la ley. Intentamos preguntarse sobre su dolor (¿cómo es?, ¿desde cuándo lo tiene?, ¿a qué cree que es debido?) pero ninguna palabra salió de su boca. La radiografía de abdomen nos reveló el misterio: el sujeto había ingerido una cantidad no inferior a 200 bolas de droga, convenientemente preparadas para tal efecto. Cada paquete estaba compuesto por una cantidad exacta de sustancia ilegal dentro de un dedo cortado de un guante de látex, similar a los que usamos los cirujanos.

El dolor iba a más como confirmaban sus quejidos y su posición de defensa, doblado en la camilla y con las manos entre los muslos y la tripa ¿Qué estaba sucediéndole? La respuesta era sencilla: desde el momento en el que había ingerido la mercancía en el país de origen, hasta la hora de la detención (esa misma tarde en el aeropuerto), los jugos gástricos habían estado haciendo su función, que no es otra que la de disolver todo lo que ingerimos, (sea alimento o no), y alguna de las bolas dejaba escapar ya su contenido. Hacía horas que debía haber evacuado la mercancía, pero la detención lo había impedido, así que el látex se estaba deshaciendo.

Foto: Foto de archivo de una manifestación. (Europa Press/César Ortiz)

Le explicamos en su idioma nativo su situación y que no nos quedaba más remedio que abrirle la tripa y sacarle el material antes de que se descompusieran todas las bolas y la droga saliese al tubo digestivo, en cuyo caso se absorbería y llegaría a la sangre. Si eso sucediese moriría de forma irremediable por una sobredosis. Le razonamos que su única opción era operarse. Le insistimos que su única salida era el quirófano. Le intentamos convencer, utilizando un lenguaje tranquilizador, apacible, que estábamos allí para ayudarle, para salvarle la vida, y que era esa y no otra nuestra motivación y nuestro trabajo profesional. Que no éramos jueces, sino médicos.

Y, de repente, sin venir a cuento, quizás estimulado por parte de la sustancia que ya empezaba a hacer efecto en su organismo, se sentó como un resorte en la camilla y, consciente de que al estar esposado era su única y mejor alternativa, se agarró ambas manos y utilizo los brazos a modo de aspa de un molino, con el único objetivo de alcanzarnos en la cara a los que estábamos arremolinados en su camilla. Rápidamente los agentes actuaron (normalmente los mandamos salir, pero ellos insistieron en quedarse, menos mal), y se abalanzaron sobre él cuando ya estaba bajándose de la camilla con intenciones homicidas.

No nos alcanzó a ninguno, por fortuna, no al menos físicamente, pero sí nos dejó de piedra a todos. Todos los presentes sentimos en segundos la indefensión que puedes llegar a padecer en este trabajo; de la inutilidad, a veces, de intentar convencer a quien no merece de aquello que crees que debe hacer, y de que el altruismo se te va pasando a lo largo de tu vida profesional, muy en parte en situaciones como aquellas cuando estás delante de un individuo indeseable que ni te respeta ni quiere tu ayuda.

Hubo que reducirle con medidas drásticas en una escena que siempre recuerdo como ejemplo de la decepción que me genera, a veces, el ser humano. "Quizás es fruto de la droga o del estrés", pensé mientras le inyectaban un calmante en el glúteo a través de su propio pantalón, dada las circunstancias. Llegue a tener un atisbo de conmiseración por aquel infeliz durante una fracción de segundo, incluso. Llegué a entender su frustración y su ira, incluso. Pero todo desapareció de un plumazo en el momento justo en el que, en el fragor del forcejeo, sus ojos desencajados se encontraron en los míos y, muy consciente de lo que iba a decir, me soltó, de manera clara y pausada: "Me he quedado con tu cara y te iré a visitar".

Foto: Varias ambulancias en las Urgencias del Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña, a 3 de febrero de 2025, en A Coruña, Galicia. (Europa Press/M. Dylan)

No lo hizo. Tampoco sé si se salvó o no. Sí me consta que esa noche siguió negándose a la intervención en todo momento, así que me imagino cual fue el desenlace. Esta historia fue la que relaté a mis compañeros en la sala de descanso esta semana cuando comentamos los resultados del Observatorio. Un episodio aislado y poco frecuente, pero que puede suceder.

La mayor parte de quienes nos dedicamos a esto de la salud lo hacemos por ayudar a los demás, así que cuando nos encontramos con una agresión, ya sea verbal o física, no puedes sino plantearte si es lo que realmente quieres para tu día a día. Afortunadamente son muy pocos los casos y el resto de los pacientes (la mayoría) compensa con creces.

Que se mejoren.

Dentro de unos días se celebrará el Día Europeo contra las Agresiones a los Profesionales Sanitarios. Este año coincide con el decimoquinto aniversario del Observatorio de la Organización Médica Colegial (OMC) estamento que se ocupa de las agresiones a los profesionales médicos. Según datos revelados esta semana, durante el pasado año se registraron un total de 847 agresiones comunicadas al observatorio, una cifra que es superior a la del año anterior, y que se sitúa a la cabeza del número de agresiones por año que se registran desde su creación (la cifra más alta hasta la fecha había sido de 843 en el año 2022). Es para sentarse y reflexionar, la verdad.

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