La presión silenciosa sobre los psicólogos para retener pacientes: "Me están obligando a alargar la terapia"
Claudia, Arturo, Laura, Teresa y Judith son nombres ficticios de psicólogos reales. Denuncian que en los gabinetes donde trabajan le están presionando para no dar altas: "Al final te das cuenta de que lo único que quieren es ganar dinero"
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Claudia tiene 27 años, ejerce la psicología clínica en varios gabinetes. Denuncia que es presionada por la dirección del centro en el que trabaja para alargar las terapias de sus pacientes "sin necesidad".
Cuenta que hace un par de meses tuvo que tratar a una joven que arrastraba una sobrecarga de cuidadora, un problema que le obligó a paralizar su proyecto de vida. Evaluó lo que ocurría y consiguió que la paciente pusiera límites a su familia. Empezó a utilizar adecuadamente las herramientas de control de emociones que trabajaron y poco a poco el malestar acabó desapareciendo. Su trabajo había terminado, pero sus jefes discrepaban.
Cuando comentó que activaría el proceso de alta, sus superiores la presionaron. Para ellos "me estaba precipitando, me estaba quedando en lo superficial". La paciente se encontraba bien y "me estaban obligando a estirar la terapia". Al final la consultante acabó abandonando.
Claudia asegura que para su "desgracia" es algo más habitual de lo que le gustaría y confirma que las presiones no solo se circunscriben a las altas, sino que se extienden a la periodicidad de las sesiones: "Me llegaron a decir que solo espaciara las consultas si el paciente lo pedía expresamente por motivos económicos". La profesional confiesa que, en alguna ocasión, ha sido franca y le ha reconocido al consultante que, bajo su criterio, no era necesario continuar.
"Es el centro quien tiene la sartén por el mango, es el gabinete quien distribuye los pacientes y asigna las horas, temes represalias"
Arturo se encuentra en una situación similar. Con 25 años y con poca experiencia en el ámbito de la psicología, ha tenido que soportar presiones de sus jefes para evitar perder pacientes. "Cliente que se va, dinero que deja de ingresar la clínica", resume.
Lleva menos de un año ejerciendo y ya le ha pasado en dos ocasiones. "No pueden hacerlo descaradamente, soy autónomo. Pero pongamos las cartas sobre la mesa: es el centro quien tiene la sartén por el mango, es el gabinete quien distribuye los pacientes y asigna las horas, así que tienes miedo a que pueda haber represalias", lamenta.
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A él le han "recomendado" alargar con la excusa de que es mejor plantear una terapia "más integral". Recuerda que aquella conversación fue "muy desagradable", aunque Arturo se limitó a argumentar su criterio clínico y, pese a que no tenía obligación, reconoció que cambiaría su decisión si consideraba que era lo mejor para la paciente. En su centro, lamenta, tienen muy interiorizado que lo más normal es que la terapia dure, como mínimo, alrededor de un año. "Hay veces que no es necesario" porque "cada caso es un mundo", puntualiza.
Laura también está soportando condiciones similares. Sus responsables cuestionan sus decisiones terapéuticas, pero reconoce que en ningún momento la han obligado a alargar sus terapias. No obstante, sí la presionan para que, cuando un paciente deja la terapia, les insista en seguir: "Es incómodo e innecesario", apostilla.
"Te dan ganas de llorar"
La mayoría de los centros aplican estas coacciones a sus profesionales bajo la figura de la supervisión clínica, un ejercicio basado en compartir con los colegas de profesión los pasos terapéuticos que dan con sus pacientes. "En estas reuniones es donde se dan las presiones más explícitas", mantiene Arturo. "Te sientes profundamente cuestionado, por supuesto que te condiciona a la hora de trabajar y es inevitable no preguntarte si lo estás haciendo bien", reconoce.
Muchas de sus compañeras, con más experiencia, han optado por no dar más explicaciones de las necesarias ante las malas caras y la tensión que se acaba generando. El problema llega cuando el centro observa que en tu calendario hay huecos libres, quieren evitar el conflicto y por eso argumentan que ha sido el paciente quien ha decidido finalizar la terapia.
"Cuando las terapias se estiran de forma innecesaria, el psicólogo pervierte la confianza del paciente y abusa de su posición"
"Yo alguna vez he salido de esas reuniones con ganas de llorar", admite Claudia. "A mí me han dicho directamente: 'Abreme tu excel, vamos a revisarlo'", confiesa. Hoy sigue preguntándose por qué razón se le pone en duda. "Al final te das cuenta de que lo único que quieren es ganar dinero, les dan igual los pacientes", lamenta.
Desde el Consejo General de la Psicología de España condenan estas prácticas y aseguran a El Confidencial que son contrarias al código deontológico, por lo que animan a los profesionales afectados a denunciar a los colegios de psicólogos correspondientes para que puedan tomar las medidas oportunas.
Corresponsabilidad para evitar una terapia infinita
En psicología, el consultante delega un poder conscientemente en el psicólogo para que le acompañe, "pero, aunque sea consentido, no podemos negar que se genera una relación de poder", resume Arturo. Sin embargo, cuando las terapias se estiran innecesariamente, el psicólogo "está pervirtiendo esa confianza, está abusando conscientemente de su posición", critica.
Más que la edad, es experiencia: "Una colega, treiteañera, es falsa autónoma y gana el 50% de lo que cobra el centro por sesión"
Por otro lado, "es fundamental educar a los pacientes en qué es ir a terapia", reclama Claudia. Ese trabajo pasa por explicar cuál va a ser el trabajo que se hará en consulta. Además, evitará que los consultantes generen dependencia a la terapia. "Tener a una persona una hora a la semana escuchando tus problemas y sin juzgarte, puede alimentar mucho nuestro ego, como psicólogos, tenemos que ser conscientes a lo que estamos jugando, si un paciente está para terminar la terapia debe abandonarla, también por su propia salud mental", apunta Arturo. "Nosotros somos un acompañamiento temporal, en ningún caso permanente", remata Claudia.
Trabajar por 9 euros la hora
Para Laura, estas presiones son "solo un ejemplo más de las malas condiciones laborales a las que estamos sometidos". Por su parte, Judith, que ejerce la profesión desde hace más de 30 años, recuerda que son los jóvenes los que sufren la peor parte: "Cuando yo empecé las condiciones eran malas, ahora son mucho peores". Más que una cuestión de edad, para Laura, tiene que ver con la experiencia: "Una compañera, es treintañera, dejó su trabajo, estudió psicología y está igual que yo; falsa autónoma y ganando el 50% de lo que cobra el centro por las sesiones".
"Sentí que no iba a dar una terapia, querían producción a lo bestia y me niego a ser partícipe"
La parte que se llevan los centros también "es otro melón". Claudia se siente afortunada, se acaba de marchar del gabinete donde trabajaba tras conseguir negociar un mejor porcentaje. Se llevará el 60% de lo que abona el paciente. No obstante, conoce gente en un 25-30%. Pese a todo, "me he planteado seriamente dejar la profesión, llega un momento que es insostenible". De hecho, la llegaron a ofrecer cobrar, por sesión, 9 euros la hora: "Dije que no, pero supongo que por ahí habrá gente que firmaría ese contrato", concluye.
Teresa, con 37 años, tampoco tiene mejores condiciones que sus compañeros noveles. Lleva ejerciendo la profesión alrededor de 10 años y ahora, además de mantener su trabajo, ha decidido montárselo por su cuenta. Se ha informado sobre la posibilidad de colaborar con algún centro y lo ha descartado de plano: "Querían producción a lo bestia y me niego a ser partícipe".
"¿Cómo hemos podido llegar a esto?"
El sentimiento de pesimismo es compartido entre los profesionales: "Tengo a todo mi alrededor en la misma situación, no hay visos de mejora". Lo peor, sostiene Laura, es que "las malas condiciones son sabidas y las hemos normalizado" y lamenta que "hay una especie de consenso general por el cual se da por hecho que a las nuevas generaciones hay que explotarlas". Los únicos que han sido capaces de dejar la precariedad son los que han abierto su propia consulta, los que ya tienen una cartera amplia de pacientes. "Una vez huyen de estas condiciones, o no molestan a nadie, o se dedican a perpetuar la precariedad de la siguiente generación, es perverso", remata.
"Ahora que se está reconociendo la profesión, es una pena que no pueda vivir de ella"
En la opinión de Arturo, no es únicamente responsabilidad de los centros privados: "Tenemos una sanidad pública que está siendo incapaz de asumir la demanda de la población. Esto ha abierto la puerta a nuestras malas condiciones laborales, la mala praxis y la medicalización de la población. Hemos renunciado a tratar a la gente con problemas y nos hemos autoconvencido como sociedad que una pastilla lo solucionaría todo", finaliza. ¿Cómo hemos podido llegar a esto?", se pregunta Teresa, que cree que "la profesión se ha pervertido" y para Claudia lo que falla es la mercantilización del sector. Lamenta la más veterana que ahora que se había empezado a reconocer la profesión "es una pena que no pueda vivir de ella".
Claudia tiene 27 años, ejerce la psicología clínica en varios gabinetes. Denuncia que es presionada por la dirección del centro en el que trabaja para alargar las terapias de sus pacientes "sin necesidad".