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La neurociencia estudia cómo la morfología del cerebro predispone a las adicciones
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¿Genética o consecuencia del abuso?

La neurociencia estudia cómo la morfología del cerebro predispone a las adicciones

Durante años se ha creído que la adicción era únicamente consecuencia del daño cerebral causado por el consumo continuado de drogas, pero estudios recientes apuntan a una posible predisposición biológica

Foto: Foto: iStock.
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Durante décadas, la adicción fue concebida principalmente como una consecuencia directa del daño cerebral provocado por las drogas. Según esta visión, el consumo repetido alteraba la química del cerebro, dañaba sus estructuras y, con el tiempo, generaba una dependencia patológica. Era una explicación lineal: primero el consumo, luego la lesión, después la adicción.

Sin embargo, en los últimos años, los avances en neurociencia han abierto la puerta a otra posibilidad: la adicción no es solo consecuencia de un cerebro dañado por el consumo, sino el resultado de una interacción entre biología, desarrollo temprano y ambiente. Así lo sugiere un estudio, publicado en 2024 en la revista JAMA, en el que han participado alrededor de 9.800 niños a los que se les hizo un seguimiento durante más de tres años.

El objetivo de esta investigación era conocer si ciertas características neuroanatómicas podían predecir la iniciación en el consumo de sustancias antes de los 15 años, lo que indicaría una posible vulnerabilidad biológica previa al primer uso de estas sustancias. El estudio concluye que hay personas que nacen ya con "cerebros preconfigurados para ser más vulnerables a la adicción", incluso mucho antes de que prueben una sustancia adictiva.

Quiénes tienen mayor riesgo

A lo largo del trabajo, se vio que, de todos los menores que participaron en el estudio, uno de cada tres (el 35,3%) empezó a consumir sustancias como alcohol, tabaco o cannabis antes de cumplir los 15 años. Cuando los investigadores observaron las imágenes de sus cerebros -tomadas cuando los niños aún no habían probado ninguna sustancia-, encontraron patrones específicos que parecían anticipar quiénes tenían más riesgo de empezar a consumir:

  • La corteza prefrontal, una parte del cerebro que ayuda a tomar decisiones, controlar impulsos y planificar, era más delgada en estos niños, especialmente en una zona llamada giro frontal medio rostral derecho. Esta parte es clave para el autocontrol, así que tenerla más fina podría hacer que fuera más difícil resistir la tentación o evaluar riesgos.
  • Otras zonas del cerebro (las áreas temporal, occipital y parietal, que están más hacia los lados y la parte trasera) tenían una corteza más gruesa. Esto sugiere que su cerebro podría madurar de forma diferente en esas regiones.
  • Además, tenían mayores volúmenes en varias partes internas del cerebro, como el globo pálido (involucrado en el control de movimientos y recompensas) y el hipocampo (clave para la memoria y las emociones).
  • En general, el tamaño total de su cerebro y la superficie de la corteza cerebral también eran más grandes en estos niños.

Lo más relevante es que todas estas diferencias existían antes de que consumieran cualquier sustancia. Es decir, su cerebro ya tenía algunas características que podrían hacerlos más vulnerables al consumo temprano, no como consecuencia de las drogas, sino como una predisposición anterior.

La investigación señala que algunos de estos rasgos pueden tener una base genética o estar influidos por el entorno

Es importante destacar que estas características, estas diferencias, no se consideran como una “condena”, es decir, no implican que la adicción sea inevitable. Son, más bien, marcadores de riesgo, señales de que un joven podría tener más tendencia a buscar sensaciones fuertes o a actuar por impulso, lo cual está vinculado con el inicio del consumo de sustancias. Además, en la investigación se señala que algunos de estos rasgos pueden tener una base genética o estar influidos por el entorno, como experiencias tempranas o incluso exposición prenatal a drogas o alcohol.

Los hallazgos de esta investigación, por tanto, modifican la narrativa tradicional en torno al cerebro y las adicciones. La idea clásica de que el consumo de sustancias es, por sí solo, el causante de todos los efectos negativos en el cerebro cambia al demostrar que en algunas personas hay vulnerabilidades previas. También que existen factores genéticos, epigenéticos y de desarrollo temprano que influyen tanto en la estructura como el funcionamiento de su cerebro, predisponiéndoles al consumo.

Los otros estudios

La reciente investigación publicada en JAMA no surge de la nada. Ya en 2022, una revisión seminal en Nature Reviews Neuroscience había sentado las bases teóricas al demostrar que los trastornos adictivos hunden sus raíces en alteraciones del neurodesarrollo. Así, este trabajo sintetiza décadas de evidencia acerca de cómo estas variaciones, que pueden ser genéticas, prenatales o posnatales tempranas, predisponen a trastornos por uso de sustancias. Sus principales conclusiones son dos:

  • La adicción no empieza con las drogas, sino con diferencias en el cerebro que pueden aparecer desde la infancia, o incluso antes de nacer, afectando a zonas clave como la impulsividad y la recompensa.
  • Algunos cerebros están 'cableados' desde etapas tempranas para ser más vulnerables a la adicción, no por defecto, sino por cómo se desarrollan sus circuitos de control y placer.

Estos estudios sugieren que no hace falta probar una droga para tener un cerebro que responde de forma distinta a los estímulos placenteros

Además, otro estudio, publicado en el mismo año en Cerebral Cortex, muestra cómo adolescentes sin historial de consumo de drogas, pero con familiares directos que padecían adicciones, presentaban diferencias cerebrales objetivas. Por un lado, una corteza prefrontal más delgada (asociada al control de impulsos), y por otra, una activación anormalmente alta en el núcleo accumbens (centro de recompensa).

Estos hallazgos, obtenidos mediante resonancias magnéticas y pruebas cognitivas, sugieren que la vulnerabilidad a la adicción puede heredarse en la estructura y función del cerebro, incluso antes de que la persona entre en contacto con sustancias. Es decir, no hace falta probar una droga para tener un cerebro que responde de forma distinta a los estímulos placenteros o a las decisiones arriesgadas. La importancia de este trabajo radica en que identifica biomarcadores cerebrales medibles que podrían usarse para detectar riesgos tempranos y diseñar intervenciones preventivas.

En conclusión, los recientes avances en neurociencia están transformando nuestra comprensión de la adicción. Estas investigaciones no minimizan el impacto negativo de las drogas, pero sí amplían la perspectiva. La vulnerabilidad a la adicción puede estar relacionada tanto con factores neurobiológicos previos como con la exposición a sustancias.

Durante décadas, la adicción fue concebida principalmente como una consecuencia directa del daño cerebral provocado por las drogas. Según esta visión, el consumo repetido alteraba la química del cerebro, dañaba sus estructuras y, con el tiempo, generaba una dependencia patológica. Era una explicación lineal: primero el consumo, luego la lesión, después la adicción.

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