¿Podemos fiarnos de los transgénicos?
La comunidad científica se muestra dividida en torno a los transgénicos con estudios que incluso pueden llegar a resultar contradictorios. La solución: más investigación
Hay quienes rastrean en el etiquetado de todo alimento que cae en sus manos cualquier atisbo de organismo modificado genéticamente. En caso de que sea así, lo desechan sin el menor miramiento. Nos habremos topado con los consumidores escépticos que recelan de una industria que desata sentimientos encontrados: los que la consideran una tecnología utilísima y quienes se aterrorizan ante su sola mención pues es una palabra que les suena casi tan mal como 'nuclear' o 'tóxico'.
¿Hay que tener miedo?
Esto último lo hemos extraído del libro 'Transgénicos sin miedo', de la editorial Destino, escrito por el químico valenciano José Miguel Mulet, con quien Alimente ha contactado para tratar de arrojar luz sobre un asunto controvertido y que suscita enconadas opiniones. Por supuesto, no es la única opinión que desfilará por este artículo.
Lo cierto es que la industria de los transgénicos nos tiene en vilo y muchos no saben qué cara poner cuando les sirven un producto que ha pasado por un laboratorio para una particular puesta a punto. Así, en los últimos años es posible ver una piña de color rosa (la piña rosé), tomates que rebosan de antioxidantes o unas patatas que no generan acrilamida al freírse. También apreciamos cómo esta tecnología salta al terreno de los animales y se crean nuevos especímenes, como un salmón que crece con gran rapidez para atender las necesidades nutricionales de un mundo cada vez más superpoblado o unos peces fosforitos que se comercializan en EEUU (cuna de lo transgénico) para que luzcan mejor en el acuario.
En opinión de Mulet, no debería escandalizarnos tanto esta tecnología pues llevamos desde el siglo XVII ingiriendo zanahorias de un intenso naranja que poco tienen que ver con las originarias que presentaban un descolorido blanco con trazas amarillentas. También los tomates que comemos actualmente no guardan gran semejanza con los primigenios de color amarillo.
Miedo por desinformación
Según define la Unión Europea en una directiva, es “un organismo cuyo material genético ha sido alterado de una forma que no sucede en la naturaleza”. De esta manera, por ejemplo, los biotecnólogos pueden tomar el gen de una bacteria e insertarla en el maíz. El resultado será un organismo vivo completamente nuevo. A juicio de Mulet, existe una gran desinformación puesto que los políticos y las organizaciones han dicho “cosas falsas”. Tampoco considera este científico que los transgénicos pongan en jaque la biodiversidad del planeta, una acusación recurrente de ecologistas. Según explica, la agricultura es de por sí “agresiva para la biodiversidad puesto que altera el equilibrio del ecosistema, pero si utilizas transgénicos, el impacto no tiene por qué ser mayor; de hecho, en algunos casos puede llegar a ser menor”.
Además, considera que es una tecnología muy segura que lleva ya veinte años de rodaje donde no se ha demostrado, afirma, que cause “problemas al medio ambiente ni a la salud, ya que es sometida a exhaustivos exámenes”. Efectivamente, llevamos mucho tiempo acudiendo a ella sin siquiera advertirlo. Sin ir más lejos, explica, los diabéticos ya se inyectan insulina transgénica varias veces al día.
Si nos centramos en alimentación, habría que considerar que ya tenemos arroz, plátanos, maíz, naranjas y yuca enriquecidos con vitamina A, trigo apto para celíacos, etc. “Nadie en su sano juicio se opondría a utilizar esta tecnología”, afirma. Además, acusa a Greenpeace, uno de sus máximos detractores, de incurrir en contradicciones: “Una curiosidad es que Greenpeace se opone al maíz Bt, pero la bacteria de la que se saca esta misma toxina se utiliza como insecticida ecológico (y no hablamos de un gen, sino de la bacteria entera) y no pasa nada”.
Una comunidad científica en desacuerdo
Por todos es sabido que esta tecnología que se jacta de poder remediar el problema del hambre en el mundo y solucionar la ceguera por carencia de vitamina A en ciertas regiones del mundo gracias al arroz dorado, no acaba de poner de acuerdo a la comunidad científica pues los estudios hasta la fecha se contradicen entre sí. En este sentido, según explican en la web de la ONG Amigos de la Tierra, los informes que demuestran su seguridad “son realizados en su mayoría por la industria” y por este motivo pide al Gobierno que promueva la realización de más estudios independientes.
Greenpeace, como señalábamos anteriormente, también se muestra combativa con los transgénicos, a los que ha tildado de auténticos “caballos de Troya" por la consiguiente “liberación descontrolada de organismos modificados al medio ambiente con daños a la biodiversidad y los ecosistemas”. Unos argumentos que, recordamos, Mulet ha rebatido. Así, las objeciones a su uso no pueden faltar en este artículo y estas las aporta la doctora en genética molecular Elena Álvarez-Buylla, recientemente nombrada directora del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).
Las marcas no informan del uso de transgénicos en el etiquetado, pero podemos saberlo gracias a Greenpeace
Según ha explicado esta experta en numerosas intervenciones, “el maíz o la soja están incorporando a sus células el herbicida al que son resistentes por la modificación genética”. De esta manera, el glifosato (considerado el herbicida estrella de la factoría Monsanto) “es un teratógeno (que produce malformaciones en el feto) y es posiblemente cancerígeno. Las plantas resisten ese veneno y lo incorporan, por lo que pasa a la cadena alimenticia”.
Como consumidores genera cierta inquietud que durante todos estos años los científicos no hayan llegado a un acuerdo acerca de las bondades o posibles desastres de los organismos modificado genéticamente. Para liar un poco más, tenemos la carta abierta que 800 científicos han firmado para pedir que se abandone esta tecnología y que se puede consultar en internet. Además, Greenpeace se ha propuesto que el consumidor deje de lado a las marcas que emplean transgénicos con la publicación de sus famosa 'Guía roja y verde'. Debemos tener presente que la mayoría de fabricantes no avisa de su uso en el etiquetado de los productos, por lo que la ONG se ha animado a hacer pública la información en este directorio de empresas en el que encontramos a Nestlé, Grupo Sos, Kelloggs, Unilever, Danone, Chovi o Delaviuda, entre otros.
Hay quienes rastrean en el etiquetado de todo alimento que cae en sus manos cualquier atisbo de organismo modificado genéticamente. En caso de que sea así, lo desechan sin el menor miramiento. Nos habremos topado con los consumidores escépticos que recelan de una industria que desata sentimientos encontrados: los que la consideran una tecnología utilísima y quienes se aterrorizan ante su sola mención pues es una palabra que les suena casi tan mal como 'nuclear' o 'tóxico'.
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