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La sal rosa del Himalaya: ¿es tan buena como nos la pintan?
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Cloruro de sodio

La sal rosa del Himalaya: ¿es tan buena como nos la pintan?

Cada vez hay más tipos, entre ellas la de color rosado, que está de moda. Analizamos los diferentes variedades y si merece la pena pagar su mayor precio

Foto: Sal rosa. (iStock)
Sal rosa. (iStock)

Hace tan solo unos años, la disyuntiva se reducía a escoger entre sal yodada o sal gorda. En cambio, ahora nos surgen infinidad de dudas frente al lineal de sales del supermercado: sal rosa del Himalaya, sal marina, sal kosher, sal Maldon… No es una decisión sencilla, pues cada una de ellas presenta unas características concretas y marida mejor con ciertos alimentos. Además, el precio varía considerablemente de un producto a otro.

Definitivamente, hace falta ser un entendido para escoger con conocimiento de causa y no errar en la elección. De esta manera, sabremos si realmente merece la pena adquirir una sal más cara en virtud de unas bondades que, dicho sea de paso, andan en entredicho. Sí, efectivamente, hablamos de la sal rosa del Himalaya que, al parecer, es capaz de prevenir y resolver una gran cantidad de enfermedades.

Supuestas bondades

Al principio todo suena muy bien. Según relatan en la web dedicada a difundir las excelencias de la sal rosa del Himalaya, debemos remontarnos a 500 millones de años atrás, cuando “un antiguo mar interior se evaporó lentamente, dejando depósitos de lo que ahora nombramos sal rosa del Himalaya”. Esta sal se mantuvo encerrada durante milenios en las montañas del mismo nombre, pero hoy en día "está disponible para todas aquellas personas que quieran cuidarse un poco más y reducir los efectos para la salud de la sal de mesa común”, destacan en la web.

placeholder Foto: iStock.
Foto: iStock.

Hasta ahí todos quedamos sorprendidos por su increíble historia, pero después nos enteramos de que en realidad se extrae de las minas de Khewra, en la provincia de Punjab (Pakistán), a unos 300 kilómetros del Himalaya. Un lugar del que se sacan alrededor de 600.000 toneladas de sal al año y que se ha convertido en todo un reclamo turístico para los más de 300.000 curiosos que peregrinan a este punto del planeta.

No obstante, además de no proceder de la famosa cordillera, un análisis posterior realizado por la Agencia de Protección del Consumidor de Baviera concluyó en 2003 que esta sal únicamente se compone de cloruro sódico y unos pocos minerales más en pequeñas cantidades. Dependiendo de la muestra tomada, se han encontrado de diez a un máximo de veinte. Por lo tanto, los 84 elementos que pregonan todas esas webs brillan por su ausencia.

La sal rosa del Himalaya no procede de esta cordillera, sino de las minas de Khewra, en Pakistán

¿Y cómo pudo llegar esta sal a nuestra mesa? ¿A qué mente sagaz se le ocurrió que el producto merecía exportarse al resto del mundo? Pues, según explica el químico italiano Dario Bressanini, autor del blog 'La ciencia en la cocina' del diario 'La Repubblica', fue todo producto del empeño del autodeclarado biofísico Peter Ferreira, quien la introdujo en Alemania en la década de los 90 mientras impartía una serie de conferencias. Posteriormente, publicó un libro titulado 'El agua y la sal', donde ensalzó aspectos como que se trata de una sal no contaminada por el ser humano que contiene 84 elementos esenciales para la salud. "Todo ello sin rigor científico alguno para un producto que se nos vende como milagroso", añaden sus detractores.

"El consumidor en realidad está ingiriendo sal común (NaCl) a un precio veinte veces mayor"

En opinión de Bressanini, aunque esto fuera así, “el cuerpo humano no necesita 84 oligoelementos". En concreto, según la Sociedad Italiana de Nutrición, "el cuerpo humano únicamente precisa de quince. Podríamos incluso hablar de 24, pero nunca de 84". Resulta curioso, agrega, que se afirme que este producto es puro simplemente porque es antiguo. Por último, cabría hablar del precio. Según afirman desde la web Escepticcionario, "el consumidor en realidad está consumiendo sal común (NaCl) a un precio 20 veces mayor de lo que cuestan el resto de sales que puede adquirir en un supermercado".

placeholder Sal de lava. (iStock)
Sal de lava. (iStock)

Y por si esto fuera poco, este químico contiene trazas de componentes que son perjudiciales para la salud como, por ejemplo, el níquel, el aluminio, el cadmio, el manganeso o el cobre. Este último sí que es necesario para el organismo en pequeñas cantidades, pero en grandes puede resultar tóxico. También habría que hablar de una segunda variedad; la sal negra del Himalaya, cuyo color oscuro se debe a su composición mineral, en la que destacan el hierro, el azufre y el magnesio.

Sal Maldon

Otra opción para salar nuestros platos la encontramos en la sal Maldon, "una creación de la naturaleza que ha recibido una pequeña ayuda de la mano del hombre para liberarla de las garras de su entorno”, tal y como aseguran en su página web oficial. ¿En qué consiste este proceso? “El agua de mar es filtrada y hervida, eliminando así las impurezas. Luego se calienta hasta que la sal cristaliza. Si esto suena sencillo, hay un arte en la temperatura y el tiempo y, en particular, en la tradicional 'cosecha' a mano de la sal de las bateas”, detallan. El fruto de este laborioso trabajo “son los puros y crujientes cristales blancos que solo pueden ser sal Maldon”.

La sal de mesa se obtiene normalmente de minas que antiguamente estuvieron cubiertas por el mar

Por su parte, la sal de mesa que solíamos consumir antes de volvernos tan sofisticados se obtiene normalmente de minas ubicadas en regiones que antiguamente estaban cubiertas por el mar. Normalmente, esta sal se somete a un proceso para eliminar las posibles impurezas. También se nos ofrece la versión yodada, cuyo objetivo principal es prevenir el bocio, además de contar con un antiapelmazante entre sus ingredientes.

Este tipo de sal es propia de la religión judía, cuyos creyentes tienen prohibido ingerir sangre, pero sí pueden comer carne. Entonces, ¿cómo lo hacen? Pues pueden hacerlo siempre y cuando el animal haya sido sacrificado y desangrado según los preceptos del judaísmo. Después cubren la carne con sal kosher con el propósito de eliminar esa sangre prohibida. Si se empleara sal de mesa normal, esta acabaría disolviéndose en la carne. Pero la sal kosher se caracteriza por ser más gruesa, lo que nos permite retirarla tras haber absorbido la sangre.

Hace tan solo unos años, la disyuntiva se reducía a escoger entre sal yodada o sal gorda. En cambio, ahora nos surgen infinidad de dudas frente al lineal de sales del supermercado: sal rosa del Himalaya, sal marina, sal kosher, sal Maldon… No es una decisión sencilla, pues cada una de ellas presenta unas características concretas y marida mejor con ciertos alimentos. Además, el precio varía considerablemente de un producto a otro.

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