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Jamás tomes una decisión importante si tienes hambre
  1. Consumo
Sin relación con la comida

Jamás tomes una decisión importante si tienes hambre

Algo tan simple como haber comido algo en las últimas horas puede hacernos ganar mucho (o hacernos perder poco). Las elecciones que tomamos con el estómago vacío son peores, incluso las que nada tienen que ver con la comida

Foto: Foto: iStock.
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Tomamos cientos de decisiones al día. La inmensa mayor parte de ellas no tienen importancia y, como mucho, solo pueden suponer un pequeño contratiempo en nuestro día a día. Pero de vez en cuando nos encontramos en una situación en la que debemos elegir una opción que tendrá cierto impacto en nuestra vida y, como es lógico, intentaremos escoger la que nos haga salir más beneficiados. Pero no es solo nuestra capacidad de razonamiento la que tiene voz y voto en la decisión, sino también factores mucho más viscerales, sobre los que no tenemos control y que luchan por que escojamos peor. Uno de ellos es el hambre.

Así lo exponen en su estudio los investigadores Benjamin T. Vincent y Jordan Skrynka, de la Universidad de Dundee, en el Reino Unido. En su trabajo, los científicos describen cómo las elecciones que tomamos se ven influenciadas por las ganas de comer. Pero vamos por partes.

"Existe relación entre el hambre y la toma de decisiones. Las preferencias cambiaron dramáticamente"

Una de las máximas de los más ahorradores es: "Jamás compres comida con el estómago vacío". Ir al supermercado estando hambrientos solo hace que compremos más comida, más insana, más cara y menos lógica. Por el contrario, si vamos porque hay que ir, después de una ingesta normal (o superior), compraremos con cabeza. Esto hará que adquiramos solo lo que necesitamos, sin que haya un 'monstruo de las galletas' en nuestro interior gritándonos: "¡Compra calorías! Cuantas más, mejor".

Pero, según los investigadores anteriormente mencionados, la toma de cualquier tipo de decisión, incluidas las que no tienen absolutamente nada que ver con la comida, también se ve influenciada por nuestro apetito. Para averiguarlo, los investigadores eligieron un grupo de estudio formado por 28 mujeres y 22 hombres con una edad media de 21,7 años. A esos participantes se les propuso, en dos ocasiones diferentes, hacer una elección hipotética con respecto a tres áreas fundamentales de sus vidas: la comida, el dinero y la música.

Las preguntas se realizaron en dos ocasiones. En la primera, se pidió a los participantes que hiciesen una comida copiosa como mínimo dos horas antes de someterse a la prueba. En la segunda, se les pidió que no ingirieran ningún alimento en las últimas 10 horas. Los resultados fueron más que notables: "Descubrimos que existía una gran relación entre el hambre y la toma de decisiones. Las preferencias de los participantes cambiaron de forma dramática en lo que a cantidad de la recompensa y plazo hasta obtenerla se refería", explica el doctor Benjamin Vincent. Y continúa: "La gente, por regla general, sabe que no debe hacer la compra cuando sienten hambre porque son más propensos a tomar decisiones que son insanas o indulgentes. Nuestra investigación sugiere que esto también puede ocurrir para decisiones que nada tienen que ver con la comida, como negociar con un banco una hipoteca", apostilla el investigador.

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Por supuesto, como explican los investigadores, este descubrimiento puede tener una gran repercusión. No necesariamente científica (que también), sino porque determinadas campañas de marketing pueden intentar aprovecharse de este factor que en tantas ocasiones escapa a nuestro control. Esto se debe a que, en sus respuestas, los participantes con hambre tendían a elegir opciones menos provechosas, siempre y cuando obtuvieran su recompensa antes.

Es esta relación entre el tiempo que tardamos en obtener lo que queremos y la recompensa en sí el nexo de unión entre la compra en el supermercado y la elección de otros productos o servicios que nada tengan que ver con la comida. Para que nos sintamos identificados, se pueden poner dos ejemplos. El primero, el gastronómico, sería entrar con hambre a un supermercado en nuestra vuelta a casa del trabajo y elegir entre una bolsa de patatas fritas o todos los ingredientes necesarios para hacer un buen guiso de pescado. Uno está muchísimo más rico que el otro (y no es tan difícil de preparar), pero no es una satisfacción instantánea. Del mismo modo, si tenemos el estómago vacío y vamos a una tienda de zapatos, será más probable que, si no quedan existencias de nuestra talla del modelo que nos gusta, aceptemos elegir otro (peor) en vez de esperar unos días.

Tomamos cientos de decisiones al día. La inmensa mayor parte de ellas no tienen importancia y, como mucho, solo pueden suponer un pequeño contratiempo en nuestro día a día. Pero de vez en cuando nos encontramos en una situación en la que debemos elegir una opción que tendrá cierto impacto en nuestra vida y, como es lógico, intentaremos escoger la que nos haga salir más beneficiados. Pero no es solo nuestra capacidad de razonamiento la que tiene voz y voto en la decisión, sino también factores mucho más viscerales, sobre los que no tenemos control y que luchan por que escojamos peor. Uno de ellos es el hambre.

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