Día Mundial de la Alimentación: la FAO avisa de que nos dirigimos al abismo
Poner algo en el plato de 7.700 millones de personas tiene serias repercusiones en nuestra salud y también en la del planeta. Hoy es el día para reflexionar y poner soluciones a este problema
Somos conscientes de que existe una gran desigualdad. Tanto entre las personas que nos rodean como entre las que viven en diferentes partes del mundo. Algunas, aunque sean hirientes, no representan una crisis enorme. Este puede ser el caso del multimillonario que posee un yate frente a un español medio. Pero en determinadas ocasiones, esa desigualdad trasciende las fronteras económicas y afecta a nuestro bienestar directo: a las cosas que nos llevamos a la boca.
Según la FAO, en el planeta tierra hay "672 millones de adultos y 124 millones de niños que sufren obesidad". Para dar un contexto a esas cifras podemos decir que un 10,3% de la población mundial sufre este problema de salud extraordinariamente serio. Por otro lado, como aclara la organización mundial, "más de 820 millones de personas padecen hambre". Unos con tanto y otros con tan poco, y mientras tanto, la salud de ambos en peligro.
Según explican desde la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN), dependiente del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, "la dieta poco saludable constituye el principal factor de riesgo de muertes por enfermedades no transmisibles, incluidas las cardiovasculares, la diabetes y ciertos tipos de cáncer, y se estima una contribución a una quinta parte del número total de muertes a nivel mundial".
El problema del medio ambiente
La crisis alimentaria actual no se limita a la falta y al exceso de alimentos, sino que por el camino que estamos siguiendo también nos enfrentamos a una crisis alimentaria mucho mayor al afectar al medio ambiente. Tal vez no seamos conscientes del impacto que la agricultura tiene en nuestro entorno. Según explican desde AECOSAN, "hoy en día solo nueve especies de plantas representan el 66% de la producción total de cultivos, a pesar del hecho de que a lo largo de la historia, más de 6.000 especies se han cultivado para obtener alimentos".
La agricultura intensiva, aunque necesaria para alimentar a 7.700 millones de personas, tiene un impacto directo en el suelo y en los ecosistemas que dependen de él. Los niveles de salinidad de la tierra situada en la superficie aumentan y el fósforo, necesario para esta industria, cada vez es más escaso. El problema con este mineral es que es muy raro encontrarlo en la superficie y la mayor parte se encuentra en las profundidades oceánicas. Los mayores productores a nivel mundial son China y Marruecos, lo que deja el control de la agricultura mundial en manos de estas dos naciones y sus depósitos.
Diversificar los cultivos solo promueve unos ecosistemas que, si no idénticos, son similares a los originales, lo que permite una mayor supervivencia, tanto de las plantas como del suelo.
Los remedios
El esfuerzo para ganar la lucha contra la crisis alimentaria mundial comienza por la concienciación de todos, tanto de los ciudadanos como de las empresas y de los propios estados, y que estos apliquen medidas de peso para conseguir reducir el consumo excesivo de alimentos, la sobreexplotación y también el hambre en el mundo. Nosotros no estamos exentos de culpa. Según explican desde Too Good to Go, una app dedicada a la lucha contra el desperdicio de alimentos, "los españoles se sitúan entre los europeos menos concienciados, mientras que franceses, británicos y alemanes están más mentalizados sobre el problema. En este país, solo 1 de cada 10 españoles cree que el desperdicio de alimentos contribuye al cambio climático". Sí, tenemos que hacer algo al respecto.
Somos conscientes de que existe una gran desigualdad. Tanto entre las personas que nos rodean como entre las que viven en diferentes partes del mundo. Algunas, aunque sean hirientes, no representan una crisis enorme. Este puede ser el caso del multimillonario que posee un yate frente a un español medio. Pero en determinadas ocasiones, esa desigualdad trasciende las fronteras económicas y afecta a nuestro bienestar directo: a las cosas que nos llevamos a la boca.
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