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Una nueva forma de comprar fruta: te la venden tus vecinos
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PRODUCTOS ECOLÓGICOS

Una nueva forma de comprar fruta: te la venden tus vecinos

Los grupos de consumo son asociaciones de personas, generalmente vecinos, que se ponen en contacto directo con los productores de su misma zona para comprarles sus productos

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Foto: iStock.

Nacieron en los años 90, pero parece que este modelo de consumo cada día llama la atención a más gente. Quieren comer más saludable y probar alternativas de consumo más sostenibles y justas con los productores. Recordar que la verdura nace en la tierra y dar esquinazo al plástico de las estanterías del supermercado.

Los grupos de consumo son asociaciones de personas, generalmente vecinos, que se ponen en contacto directo con los productores de su misma zona para comprarles sus productos. El motivo más común es encontrar mejor calidad de producto y ecológico, pero además suele tratarse de personas sensibles al cuidado del medio ambiente y amigas de un comercio que pague precios justos a los productores y que al mismo tiempo sean asequibles para los consumidores.

La fórmula más habitual suele ser una 'caja cerrada' de fruta y verdura semanal o quincenal

La mayoría suele ofrecer frutas y verduras de huertas cercanas, que en ocasiones complementan con productos envasados y/o artesanales (como yogures, mieles, pasta, conservas, etc.), carnicería, huevos..., pero siempre en la línea del producto ecológico y la sostenibilidad ambiental.

¿Cómo funcionan?

Me lo gestiono, me lo compro, me lo guiso y me lo como. Cualquier grupo de consumidores (de amigos, vecinos, socios de una plataforma...) que se ponga en contacto con un agricultor al que compre directamente sus productos se ha convertido en un grupo de consumo.

Son autogestionados, es decir, los propios miembros administran y realizan el trabajo. Acuerdan pedidos mínimos con el agricultor y este provee al grupo de un surtido de alimentos con la periodicidad acordada.

La fórmula más habitual suele ser una compra (por cada socio) de una 'caja cerrada' de fruta y verdura semanal o quincenal, es decir, un surtido variado de productos de temporada que no se puede modificar y que se recoge en el local designado al efecto (puede ser una tienda, un local de una asociación vecinal, un bar...). Una compra mínima, que garantiza el compromiso con el agricultor y que se puede complementar con otras antes de realizar el pedido o en los mercadillos que a menudo se realizan para dar salida al resto de frutas y verduras que sea necesario.

¿Ventajas?

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Foto: iStock.
  • Compras directamente al productor y por tanto ahorras los costes de los intermediarios.
  • El producto pasa por menos manos y eso hace que sea más fresco. Siempre son productos de temporada y generalmente locales.
  • Sabes de dónde viene lo que consumes y pagas un dinero justo al que lo produce. En muchos casos conoces personalmente al agricultor, al ganadero..., y puedes pisar y ver el terreno donde se cultivan tus alimentos.
  • Algunas fórmulas te ponen todo más fácil y te acercan la compra a un local o incluso a tu casa.

¿Desventajas?

  • Pertenecer a uno de estos grupos implica compartir las tareas, que no siempre terminan de estar bien organizadas.
  • Puede que no satisfagan del todo nuestras necesidades. Por ejemplo, si en nuestra localidad, o la huerta que nos sirve, tienen un repertorio limitado en ciertos meses del año, recibiremos durante varios pedidos muy poca variedad de frutas y verduras, mientras echamos de menos otras.
  • Los repartos suelen ser solo una vez a la semana y generalmente hay que acercarse a un local a una hora concreta.

No tan puristas

Existen otros modelos de compra ecológica sin intermediarios. Algunos nacen de los propios grupos de consumo que van agrandándose y evolucionando, mantienen el objetivo de estar en contacto con el campo, pero no quieren, o no pueden, cargar con las tareas de gestión y además quieren llegar a más gente y buscan mayor libertad a la hora de escoger los productos. Son una opción intermedia entre las superficies convencionales y los grupos de consumo y se presentan como únicos intermediarios entre el campo y las casas.

Uno de los más comunes son las cooperativas de consumo, una 'profesionalización' de los grupos que evita a los socios realizar el trabajo de gestión (contacto con proveedores, mantenimiento del local, atención al cliente, anotación de pedido...) y ofrece más posibilidades, como la compra en una tienda física u online, e incluso permite comprar sin necesidad de ser socio.

La Reverde (Cádiz) pasó de ser un grupo de consumo que le compraba a unos agricultores a constituirse como cooperativa y ahora les ha contratado. Marta García Portela es socia y técnica, y cuenta que han conseguido crear “un empleo estable y fijo, y nos comprometemos a pagarle el salario a los agricultores, vaya como vaya la cooperativa”. Los precios de La Reverde son parecidos a cualquier frutería del barrio, pero sus clientes están mucho más implicados: “En general los socios son personas muy comprometidas, que quieren consumir de temporada y haya lo que haya se adaptan”. Aunque reconoce que a otros les cuesta seguir este modelo: “La sociedad está acostumbrada a comprar y consumir de un modo muy distinto y tenemos que estar continuamente concienciando, explicando por qué no todos los meses tenemos de todo y a veces tampoco en las cantidades que nos piden. Por otro lado, explicamos las cualidades de todos los productos, que para muchos pueden no ser muy habituales, y así se animen a cocinarlos”.

“Los socios están comprometidos, consumen de temporada y se adaptan a lo que hay"

En La Reverde las compras se pueden realizar en la propia finca. Los socios conocen el terreno y a los agricultores. “Son socios agradecidos -cuenta Marta-. Nos llegan un montón de felicitaciones, ánimos... A la gente le gusta saber que lo que está comiendo es saludable”, aunque asegura que mucha gente no solo se acerca a la cooperativa por ser ecológica o por ese trato directo con el campo, sino porque busca buena calidad en el producto. “El sabor del tomate que te llega en julio, cuando llevas no sé cuántos meses sin comer un tomate, no tiene nada que ver. La patata es distinta a todas las patatas que has comido antes”.

Som Alimentació (Valencia) es otro ejemplo de cooperativa nacida de un grupo de consumo. Fernando Navalón, miembro del Consejo Rector, opina que, aunque haya posturas muy diversas, lo que a él le ha movido a dar un paso es que el grupo de consumo tiene un límite: “Al ser autogestionado es complicado conseguir que se junten más de 30 personas”. Explica que además esta fórmula da mejor salida a los productos locales: “En mi anterior grupo de consumo, el agricultor se quejaba de que no éramos constantes. Claro, éramos 16 familias y con eso no vive. Ahora somos 450”.

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Aquí los socios tienen dos opciones: o pagar una cuota de 6 euros o hacer cuatro horas de voluntariado al mes. “El voluntariado nos permite repartir el trabajo, dar la oportunidad a la gente de participar y además reducir costes, teniendo en cuenta que parte del trabajo está profesionalizado”, explica Navalón. En Som Alimentació no hay pedidos mínimos, ni cajas cerradas semanales. Hay una tienda situada en Valencia, ciudad en la que compran no socios y socios (estos últimos con un descuento).

Zocamiñoca en A Coruña, La Garbancita Ecológica en Madrid, 30 Panex en Barcelona, Aigua Clara en Valencia, Landare en Pamplona o Alborinco en Gran Canaria son otros ejemplos de cooperativas y asociaciones de consumidores, o de consumidores y agricultores. Muchas de ellas además se mantienen sobre un espíritu de concienciación y educación, llevando a cabo talleres, charlas y sesiones informativas para tratar de acercar la realidad del campo a los consumidores.

Más alternativas

Otras fórmulas, aunque menos puristas, son las empresas que se han hecho eco de esta inquietud y se alzan como una opción muy cómoda entre el campo y la mesa, sin intermediarios. Una de ellas, con origen francés y que ya cuenta con 100 comunidades en España, es La Colmena Que Dice Sí. La empresa brinda a cualquier interesado la oportunidad de abrir una Colmena en su ciudad, valora la viabilidad del proyecto y ofrece su web como escaparate de compras y sitio de ventas. Los encargados de estos puntos de distribución, de las Colmenas, entran en contacto con los productores y se encargan de organizar los días de distribución. Por cada 100 euros que paga el consumidor, 10 son para La Colmena Que Dice Sí, otros 10 para el distribuidor y 80 para el productor.

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Foto: iStock.

La web da la oportunidad de comprar bajo carta y no requiere un consumo mínimo, basta con registrarse. Pablo Chamberlain, biólogo y representante de La Colmena Que Dice Sí en la Quinta de los Molinos (Madrid), afirma que “la gente que compra valora el contacto con el productor, sabe que los precios no pueden ser más bajos, porque es un producto que cuesta hacerlo”. Asegura que los productos son de gran calidad: “A mí, por ejemplo, la carne me la traen todas las semanas, no tiene conservantes, hay que comerla en el día o congelarla. La gente se queda por la calidad. Son gente del barrio. Dejan el coche en segunda fila, entran en el local y salen en cinco minutos con la caja. La compra ya la han hecho previamente desde casa online”, cuenta el biólogo, que además distribuye sus propios huevos ecológicos.

También existen tiendas online de productos ecológicos sin intermediarios que sirven a domicilio como Ecojarma, Naturaletha o Ecovamos.

Nacieron en los años 90, pero parece que este modelo de consumo cada día llama la atención a más gente. Quieren comer más saludable y probar alternativas de consumo más sostenibles y justas con los productores. Recordar que la verdura nace en la tierra y dar esquinazo al plástico de las estanterías del supermercado.