Acuicultura: cómo salvar los océanos y servir nuestra mesa a la vez
Se revela como la solución perfecta para atender las demandas de la población. Pero ¿en qué consiste? ¿Cuáles son sus ventajas? ¿Es cierto que usan antibióticos?
Los animales que comemos son básicamente de granja, así que ¿por qué no habría de serlo también el pescado que ingerimos? Cabe destacar que tiene toda la pinta de que para 2050 la acuicultura superará a la pesca tradicional. De hecho, ya en 2017, según podemos leer en el informe titulado 'El estado mundial de la pesca y la acuicultura', elaborado por la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), hubo 37 países en los que la producción de peces cultivados superó a las capturas en el medio natural.
Para muchos expertos, la acuicultura es una manera eficaz de atender las necesidades crecientes de pescado entre la población. Debemos tener presente que los océanos y mares del planeta ya no dan más de sí. Al respecto, la FAO afirma que “seis de cada diez especies comerciales están sobreexplotadas y apenas un 30% de los océanos tienen garantizados sus recursos".
China, el mayor productor de esta fórmula
Actualmente China es -con diferencia- el mayor productor mundial de pescado de piscifactoría. Otros importantes productores están afincados en la India, Indonesia, Vietnam, Bangladesh y Egipto. Lo cierto es que el hecho de que sea China el país líder en estos menesteres tampoco habría de sorprendernos dado que fueron ellos los primeros acuicultores en el año 2000 a.C. En concreto, la primera especie que se crio en una piscifactoría fue la carpa.
“Su cultivo se realizaba en estanques de tierra. Durante la dinastía Tang (618-917 DC), se amplió el rango de las especies cultivadas a partir de la carpa común (C. carpio), incluyendo la carpa plateada (Hypophtalmichthys molitrix), la carpa cabezona (Aristichthys nobilis), carpa herbívora (Ctenopharyngodon idellus), carpa negra (Mylopharyngodon piceus) y la carpa bentónica (Cyrrhina molitorella)”, detallan en un documento de la FAO.
También los griegos y romanos hicieron su particular aportación. No en vano, Aristóteles y Plinio escribieron sobre el cultivo de ostras en la Grecia antigua. Además, se atribuye al general romano Lucinius Mureno la invención del estanque o piscina donde se cultivaban los peces en el siglo I.
En España encontramos los primeros amagos de acuicultura poco antes de 1866. En ese año, según afirman en el Observatorio Español de Acuicultura, se funda el Laboratorio Ictiológico de La Granja del Real Sitio de San Ildefonso. Además, aparece la primera piscifactoría de trucha en el Monasterio de Piedra (Aragón).
Un sector con pocas emisiones
Lo cierto es que esta industria presenta muy bajas emisiones pues se sitúan en el 5% y los expertos aún creen posible rebajarlas un poco más. Por lo tanto, su crecimiento, aunque lo hace a un menor ritmo que en décadas anteriores, resulta imparable. De hecho, sus ventajas son más que evidentes. Así, permite comprobar la trazabilidad del producto, reducir la pesca de especies en peligro de extinción, atender las necesidades nutricionales de la población, además de crear muchísimos puestos de trabajo. En este sentido, se estima que en 2016, 19,3 millones de personas trabajaron en empleos vinculados a este sector.
Se estima que en 2016, 19,3 millones de personas trabajaron en empleos vinculados a este sector
Sin embargo, la acuicultura tiene su contrapartida pues dado el gran volumen de ejemplares que conviven en un espacio tan reducido es preciso emplear químicos y antibióticos para combatir parásitos, hongos y bacterias que, para colmo, ocasionan residuos que permanecen en el ambiente y contaminan las aguas. “Estas instalaciones consumen enormes cantidades de agua dulce o la contaminan con el uso de antibióticos y pesticidas”, apostillan desde la web de Greenpeace.
Virus para combatir las bacterias de los pescados
A esto se añade que si los peces escapan al ecosistema silvestre, una circunstancia que no es rara de ver dada la ingente cantidad que se pueden concentrar en estos espacios, las enfermedades que padecen algunos ejemplares pueden propagarse rápidamente entre los individuos salvajes.
Por supuesto, la industria es consciente de ello y se afana en encontrar soluciones. Una de ellas podría ser el uso de los fagos que tienen su origen en el descubrimiento que realizó hace cien años el microbiólogo franco-canadiense Félix d’Herelle. Este último se percató de que se podían emplear unos virus específicos para combatir con eficacia enfermedades bacterianas. Así pues, las esperanzas están puestas en los fagos, pues podrían convertirse en exitosos tratamientos complementarios o sustitutivos de los antibióticos. En definitiva, se podría reducir el uso de estos medicamentos y combatir, además, las resistencias que cada vez abundan más entre las bacterias.
Otra objeción que se le plantea es la alimentación que reciben estos peces criados en cautividad y que consiste en harina de pescado. “La industria acuícola requiere gran cantidad de pescado para la elaboración de piensos, así como la captura de juveniles para abastecer los stocks de las instalaciones. Por ejemplo, se necesitan entre 4 y 5 kilos de pescado para que un salmón engorde un kilo y 20 más por cada kilo de atún rojo engordado en cautividad”, exponen desde Greenpeace, una ONG que se muestra bastante escéptica con respecto a esta industria cuyo desarrollo puede tener grandes repercusiones medioambientales.
Los animales que comemos son básicamente de granja, así que ¿por qué no habría de serlo también el pescado que ingerimos? Cabe destacar que tiene toda la pinta de que para 2050 la acuicultura superará a la pesca tradicional. De hecho, ya en 2017, según podemos leer en el informe titulado 'El estado mundial de la pesca y la acuicultura', elaborado por la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), hubo 37 países en los que la producción de peces cultivados superó a las capturas en el medio natural.