Los cuatro requisitos que sí cumplen los auténticos probióticos
Los alimentos que presumen de contener estos microorganismos tienen el sello de sanos. No es así exactamente porque, además de la presencia de bacterias, deben cumplir otras exigencias para considerarlos beneficiosos para la salud
Los probióticos tienen la capacidad de otorgar la cualidad de ‘bueno para la salud’ a aquel producto al que acompañan. Por ejemplo, su presencia en los alimentos automáticamente los convierte en saludables y, por tanto, atractivos para los consumidores, que cada vez están más preocupados por mantenerse sanos a través de la nutrición y el estilo de vida. Conociendo esta realidad, numerosos productos se ofrecen con mensajes del tipo 'fortificado', 'alto en vitaminas y minerales', 'sin colesterol' o 'con microorganismos vivos', entre otros.
Precisamente, estos últimos son los probióticos, según la definición de 2014 de un comité de expertos europeos: "Microorganismos vivos que, cuando se administran en cantidades adecuadas, confieren un beneficio para la salud del huésped". A día de hoy todavía persiste cierta confusión entre los consumidores acerca de qué requisitos deben reunir los probióticos para, realmente, proporcionar los beneficios que prometen. Igualmente, las empresas deben ofertar sus productos ajustados a esas condiciones.
Las recomendaciones proceden de un comité de ocho expertos en el tema que hacen hincapié en criterios que estaban poco claros
Para aclarar este aspecto, un grupo de ocho científicos, entre los que se incluyen dos miembros de la junta de la Asociación Científica Internacional de Probióticos y Prebióticos (ISAPP), han elaborado un documento que recoge esos criterios necesarios para calificar a los microorganismos como probióticos y lo han hecho público a través de la revista 'Frontiers in Microbiology'. El texto ha sido bien recibido por los especialistas en este campo, como el doctor Guillermo Álvarez Calatayud, presidente de la Sociedad Española de Microbiota, Probióticos y Prebióticos (SEMiPyP), que destaca a Alimente: “Es un manifiesto muy interesante y desarrollado por grandes expertos en el tema, que hacen hincapié en criterios que no estaban muy claros”.
Todos no son iguales
Álvarez Calatayud considera que “los probióticos se están tratando de manera superficial”, y el documento acotará mejor este campo. Precisamente, ahora se habla indistintamente de probióticos para referirse a los microorganismos presentes en fermentados tan diferentes como el yogur y el chucrut o en el tracto digestivo. “Este uso excesivamente amplio del término plantea un problema científico: no transmite una distinción entre las cepas bacterianas que tienen un posible beneficio para la salud y las cepas que tienen un beneficio demostrado para la salud, como se prueba en un estudio en humanos”, argumentan los expertos. Ese uso indebido, sostienen, “reduce la transparencia para los consumidores y genera confusión sobre lo que realmente logra el consumo de probióticos”.
Por ello, el documento recoge que para que una cepa bacteriana se denomine probiótico debe ser: pura y correctamente caracterizada (o dicho de otra manera: que se conozca con nombre y apellidos y a qué familia pertenece); segura para los fines previstos (esta responsabilidad recae en el fabricante); su beneficio para la salud debe estar respaldado por un ensayo clínico y debe mantenerse vivo en el producto en una dosis lo suficientemente alta como para transmitir sus beneficios para la salud, a lo largo de su vida útil.
El uso correcto del término probiótico, según estos criterios, brindará a los consumidores una mayor transparencia sobre los beneficios que pueden esperar cuando consumen productos que contienen microorganismos vivos. También les permitirá sopesar los costes y beneficios de diferentes artículos en el mercado.
¿Realmente son útiles?
Los beneficios más reconocidos por la población general son para numerosos trastornos gastrointestinales; sin embargo, la Asociación Americana de Gastroenterología (AGA) acaba de publicar sus guías clínicas y recoge que, para la mayoría de afecciones digestivas, no existe suficiente evidencia científica que respalde el uso de estos complementos. Álvarez Calatayud defiende que sí son beneficiosos y son aptos para todas las personas, con algunas excepciones como son “los grandes inmunodeprimidos o los ingresados en Cuidados Intensivos y tienen un catéter central”. En determinadas circunstancias, “modulan y mejoran la microbiota cuando la dieta no obtiene el efecto deseado”.
La dieta es el punto clave, porque, como dice el gastroenterólogo, “los individuos sanos, con un estilo de vida saludable y una dieta correcta, no necesitan ningún suplemento”. El efecto probiótico se puede obtener, fundamentalmente, con leches fermentadas (sobre todo yogur y kéfir), encurtidos (chucrut) y bebidas fermentadas (kombucha). Y en este contexto, también hay que incorporar prebióticos (el alimento para los microorganismos vivos), que es la fibra dietética (frutas, verduras, legumbres, etc).
Teniendo en cuenta todas las limitaciones, Guillermo Álvarez Calatayud reitera los beneficios que aportan los probióticos, pero lamenta su utilización como reclamo no solo por parte de empresas y consumidores sino “de algunas medicinas alternativas que hablan de sus maravillas y de dietas probióticas sin ningún rigor científico. Esto hace mucho daño a las sociedades científicas serias”.
Pues es de esperar que el nuevo documento arroje, de una vez por todas, luz sobre cuáles son los verdaderos probióticos y sus efectos saludables.
Los probióticos tienen la capacidad de otorgar la cualidad de ‘bueno para la salud’ a aquel producto al que acompañan. Por ejemplo, su presencia en los alimentos automáticamente los convierte en saludables y, por tanto, atractivos para los consumidores, que cada vez están más preocupados por mantenerse sanos a través de la nutrición y el estilo de vida. Conociendo esta realidad, numerosos productos se ofrecen con mensajes del tipo 'fortificado', 'alto en vitaminas y minerales', 'sin colesterol' o 'con microorganismos vivos', entre otros.