¿Cómo es eso de cambiar de vida e irte al campo a cultivar tomates?
La crisis ambiental, la despoblación del medio rural y las ganas de cambiar las cosas, empezando por su propia vida, están detrás de exitosas iniciativas agrícolas lideradas por mujeres profesionales, que han aprendido el oficio cultivando el terreno
Hace años que el gusanillo medioambiental está horadando nuestras conciencias. Cada vez estamos más mentalizados de que debemos hacer algo por la sostenibilidad y lo primero que está a nuestro alcance es cambiar los hábitos de consumo de alimentos, limitando los de origen animal y aumentando los vegetales. Además, priorizar los de proximidad (y de temporada) tiene la ventaja de ahorrar combustible en su transporte y, por supuesto, aportan valor económico a la zona en la que se producen.
Sin embargo, hay quien va más lejos y no se conforma con modificar sus costumbres de consumo, y va más allá, reseteando su propia vida y dejando atrás un pasado urbanita para construir un presente y un futuro en el medio rural, un nuevo proyecto del que lo laboral es, a menudo, el detonante.
Natalia del Fresno y Montse Velasco son dos buenos ejemplos de emprendimiento agrario, aunque las dos han llegado al medio rural por diferentes circunstancias. La primera, a sus poco más de 30 años, es ya una veterana en esto de la agricultura ecológica, a la que lleva dedicándose 7 años. Por su parte, Velasco ha pasado la barrera de los 50 y después de décadas trabajando en el mundo de la restauración, dio un volantazo a su vida para desarrollar su negocio en unos terrenos familiares.
Aprendizaje sobre el terreno
Del Fresno, graduada en Magisterio de Educación Especial, dice que “no quería pasarme la vida en un aula”, y junto con Simón García, ingeniero agrónomo, pusieron en marcha Tómate la Huerta. “Teníamos claro que queríamos trabajar en el medio rural, al aire libre, y que de alguna manera queríamos poner nuestro granito de arena en intentar cambiar las cosas, el modelo de consumo que estamos llevando a nivel global, como sociedad, y de repente se nos presentó la oportunidad de poner en marcha el proyecto en Torremocha del Jarama (Madrid), y nos lanzamos a la piscina”. Sin formación práctica en las tareas agrícolas, “todo lo hemos aprendido con la práctica”, señala, aunque sí han jugado con la ventaja de “contar con una base técnica muy fuerte que aporta la formación de Simón”.
La joven admite que los cuatro primeros años fueron muy duros, “trabajando 14 horas diarias, los siete días de la semana, sin parar”, y luchando contra el desánimo, porque “tampoco veíamos que fuera sostenible ni económica ni vitalmente”. Pero pasados esos cuatro años, “vimos cómo se iba estableciendo nuestra marca dentro de Madrid y poco a poco las cuentas fueron saliendo”. Ahora, atraviesan un buen momento, han contratado a dos personas -una para el reparto y otra para la huerta y los pedidos- y disponen de tiempo libre.
Regreso a la tierra
Montse Velasco, licenciada en Historia Medieval, sabía algo más de agricultura porque su familia se dedicaba a la ganadería. Hace unos meses puso en marcha Huerta y Pico en unos terrenos familiares en Torrecaballeros (Segovia), después de su cese en su trabajo de siempre. “El mercado laboral no está fácil pasados los 50 y ser granjera me pareció la solución”, cuenta a El Confidencial.
"El medio rural sigue siendo difícil para una mujer agricultora, sigue estando vacío -sin habitantes-, olvidado e infravalorado"
Que fuera la solución no implica que fuera una salida de emergencia. “Como trabajo es esfuerzo e ilusión y como forma de vida, es sanador; me gusta vivir en el campo, siempre he cultivado un huerto en casa, pienso como todos los hortelanos -domésticos o profesionales- que recoger los productos frescos-maduros-sanos que vas a comer ese día no tiene precio”.
Con todo, como Del Fresno, admite que hasta ver encarrilado el proyecto ha tenido que superar muchas barreras, un proceso “largo, con muchos trámites, a veces desalentador y lo que antes parecía que no tenía precio sí lo tiene”.
La promotora de Huerto y Pico reconoce que, desprovisto de ese halo romántico, “el medio rural sigue siendo difícil para una mujer agricultora, sigue estando vacío -sin habitantes-, olvidado e infravalorado”. Lo del revitalizar el campo y el mundo rural “se vende bien en un programa electoral”, pero tira de historia para recordar el famoso lema absolutista “todo por el campo, pero sin el campo”.
Certificado ecológico
Velasco subraya que su proyecto es “simplemente, una granja tradicional -en una parcela de dos hectáreas y media en suelo rústico definido como paisaje valioso con protección natural- con huerta, frutales, otros cultivos, ganado y un espacio para vender estos alimentos al consumidor final”.
Aunque la producción es a escala humana, de productos de temporada para consumo de proximidad y sin utilizar abonos ni fitosanitarios químicos, son “productos ecológicos sin certificación”. Aparte de no utilizar sustancias químicas, todos los residuos se reciclan. Hasta el excedente se aprovecha, por ejemplo, los huevos -que se recogen a mano- de las gallinas, que van a parar a un convento para la fabricación de dulces. Los precios son directos, adecuados para el productor y el consumidor.
Según esta agricultora, “se ha desvirtuado-secuestrado el concepto ecológico para utilizarlo, en muchos casos, solo como reclamo comercial con fines económicos que prevalecen sobre los productos, se ha convertido en una marca excluyente en función de la decisión de organismos certificadores y se ha disfrazado con bonitos e innecesarios envases (donde caben todas las etiquetas y certificados)”.
Por el contrario, Tomate la Huerta sí cuenta con la certificación ecológica, que en la Comunidad de Madrid es pública. Natalia del Fresno aclara que en otras comunidades es privado y por esto “entiendo que haya personas que no crean en una certificación oficial positiva para garantizar que algo está cumpliendo los parámetros de la Unión Europea de la agricultura ecológica”. Eso sí, subraya que los controles periódicos a los que las autoridades someten los cultivos -suelo, frutos, hojas, semillas, etc- son muy rigurosos, “para demostrar que no hay rastros de productos bioquímicos”.
Las dos mujeres han apostado por un proyecto de vida rural, están ilusionadas, pero conviven con un cierto grado de incertidumbre. Montse Velasco todavía tiene que ver despegar su granja, que está abierta al público para que compre -y recolecte- directamente los alimentos que en ella se producen. Después de unos años duros, Natalia del Fresno dice que ahora se mantienen a flote, pero “estamos asustados con los continuos mensajes sobre la crisis económica que se avecina. Es cierto que nuestros productos tienen un coste mayor que el de los productos que se venden en las superficies y sí tenemos miedo de que acabe repercutiendo en los ajustes que tengan que hacerse los consumidores y no puedan acceder a los productos que ofrecemos”.
Lo que pase en los próximos meses está por venir, y lo que ya es una realidad es que apostar por los alimentos de proximidad es un gran paso a favor del medioambiente y del mundo rural.
Hace años que el gusanillo medioambiental está horadando nuestras conciencias. Cada vez estamos más mentalizados de que debemos hacer algo por la sostenibilidad y lo primero que está a nuestro alcance es cambiar los hábitos de consumo de alimentos, limitando los de origen animal y aumentando los vegetales. Además, priorizar los de proximidad (y de temporada) tiene la ventaja de ahorrar combustible en su transporte y, por supuesto, aportan valor económico a la zona en la que se producen.