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Apuntes prácticos para forjar una relación con el vino sin complejos
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CONSEJOS ÚTILES

Apuntes prácticos para forjar una relación con el vino sin complejos

Para un tú a tú con el vino, ante todo naturalidad. Porque saber más o menos no debería ser un impedimento para pedirlo y disfrutarlo

Foto: Expositor de una enoteca. (EFE/Mariscal)
Expositor de una enoteca. (EFE/Mariscal)

Disfrutar del vino es eso, puro disfrute. Por eso cualquier cosa que conlleve un impedimento se traduce en una limitación de ese placer. Pero es que relacionarse con el vino no exige entender de vino. Se recurre mucho a la obviedad, pero es cierto: la única premisa es que guste. A partir de aquí, para gustos los colores y cada persona tiene el propio influido por la experiencia, el conocimiento o la afición que uno pueda tener. Esto es lo que va a condicionar la relación más o menos fluida con el vino en cuanto al consumo y acercamiento sin complejo alguno. Otra cosa es catar y distinguir aromas, esto sí, requiere de mucho tiempo, mucha práctica y buena memoria olfativa. Pero no es el caso que nos ocupa.

Para el ciudadano de a pie, al que gusta un vino en diferentes ocasiones y momentos, estos son algunos estereotipos que viene bien dejar de manejar y consejos para que cualquier encuentro vinícola sea un disfrute pleno desde la total sencillez. Porque hay que incidir en esto: tomar vino no exige protocolo alguno y mucho menos tener que saber todo sobre él para disfrutarlo.

placeholder El vino tinto puede ser un excelente compañero del pescado.
El vino tinto puede ser un excelente compañero del pescado.

Se ha insistido ya mucho en esto, pero nunca viene mal repetir que la máxima de los blancos para el pescado y los tintos para las carnes debe ser superada, porque la experiencia demuestra que hay infinitos casos en los que este supuesto ‘buen entendimiento’ no se produce. Depende de muchos factores como son las características del propio alimento, el tipo de elaboración al que es sometido, la salsa que, por ejemplo, lo puede acompañar… y, por supuesto, el gusto personal. Porque además no es obligatorio tomar lo que mejor le vaya a lo que comemos. Si apetece un vino determinado, pidámoslo porque seguro que cualquiera somos capaces de comer por un lado y beber por otro sin tener que renunciar a la apetencia, gusto o capricho del momento.

No es ninguna vergüenza llevarte el vino que te ha sobrado en un restaurante. Es tuyo, has pagado la botella y en cualquier lugar no tienen que extrañarse por pedir que te lo preparen para llevártelo. Es más, todo establecimiento tendría que ofrecerlo cada vez que en una mesa no se termina el vino que se ha pedido, incluso referir esa posibilidad cuando la mesa duda si pedir o no vino. Pero es cierto que nos puede el pudor y el qué dirán de quienes nos acompañan o nos rodean. Pues no tengan complejo alguno, el objetivo es que esto se convierta en algo normal, natural, porque además tiene efectos positivos. Aparte de reducir las posibilidades de ‘caer’ en un control de tráfico, también favorece el consumo. Por un lado, cuando se duda si pedir o no una botella por si no la terminamos, pero por otro, cuando esa botella se ha quedado corta en la mesa y nos apetece una copita más… La posibilidad de poder llevarte lo que no se ha terminado anima a pedirla o pedirlas. En cualquier caso, no requiere justificación y es verdad que poco a poco es un comportamiento que se empieza a ver más.

Foto: En el viñedo de Gorka Izaguirre. (Bizkaiko Txakolina)

Como tampoco pasa nada por preguntar los precios de los vinos cuando nos ofrecen referencias fuera de carta. Y es que no sería la primera vez que uno pide un vino de la carta, te responden que no lo tienen, pero que disponen de otros que se parecen, o que son de la zona, y que “están bien”. Pero a la hora de pedir la cuenta, ¡¡oh sorpresa!! No suelen ser nunca más baratos, sino siempre algo más caros que tu pedido inicial. Pero, claro, ya te lo has bebido… ¿Qué haces?, ¿te pones como una furia? No, pero he aquí la conclusión a la que hay que llegar: la próxima vez, ante una recomendación fuera de carta, pides también el precio de dicha botella. Una vez más, cosa que debería hacer quien te la está ofreciendo antes de que preguntes pero que, desgraciadamente, no es habitual. Por tanto, la pregunta no ofende y despeja dudas.

En este sentido, también si te recomiendan un vino, pruébalo primero para saber si lo queréis o no. Por supuesto, pregunta antes si puedes hacerlo, que seguro te van a decir que sí. A partir de ese momento se toma un sorbito y si no gusta se dice educadamente y se opta por otro. Es verdad que un buen profesional ofrecerá siempre un vino con un precio moderado porque si es del gusto de la mesa se pedirá una segunda botella.

Foto: Uvas de hondarrabi. (DO Arabako Txakolina)

Luego está el momento de qué comensal lo hace cuando le ofrecen probar un vino para comprobar si es el que se ha pedido, si gusta y está en las condiciones adecuadas de consumo, temperatura incluida. Solo es eso, no tiene más, aunque es habitual que por vergüenza o miedo a no saber casi se sortee entre los reunidos quién será el elegido para probarlo. Pues, una vez más, total naturalidad porque es un detalle del local con la clientela. Por aportar alguna pista: las sensaciones sospechosas son avinagradas; cuando aparecen aromas metálicos o de fruta sobremadura es que el vino empieza a estar oxidado, y los olores a cartón mojado o a humedad son propios de un hongo que aparece en el corcho. Si sentimos algo de esto se le dice al sumiller que ante la duda, si es profesional, seguro cambiará la botella sin cuestionarlo. No obstante, es cada vez más raro encontrar algún problema en un vino, por lo que podemos probar y aprobar sin temor a equivocarnos.

placeholder Hay que probar el vino antes de decidirse.  (EFE/Julio César Rivas)
Hay que probar el vino antes de decidirse. (EFE/Julio César Rivas)

Ah, y cuando en la botella aparecen sedimentos (partículas en la parte inferior), no hay que preocuparse, no es que esté malo sino que puede ser síntoma de edad o que no ha sido manipulado en exceso durante su elaboración. Es más, en las etiquetas de algunos vinos lo indican para que el consumidor no se extrañe el verlos en el fondo o en las paredes de la botella. Y tampoco pasa nada si caen en la copa, siempre que no se queden todos en la misma, claro.

En otro orden de cosas, dejar claro que no es ningún delito poner hielo al vino. Es cierto que no es lo habitual porque el agua no le hace favor alguno, pero el objetivo es que se consuma… y cada cual como le apetezca. Y es verdad que sobre todo en verano hay diversas referencias que se llevan bien con una temperatura muy fría. Además, es que España es uno de los principales países productores de vino y el que más pegas le pone a su consumo, ¡con todo lo que tenemos de vender! Es más, siempre será mejor admitir con normalidad que se pida con hielo antes que animar a que se prefiera una cerveza, ¿o no?

Sin abandonar el tema temperatura, otra recomendación doméstica: darle al vino un golpe de frigorífico o congelador si te urge abrir una botella no le va a hacer ningún mal. Va a coger la temperatura ideal muy rápido y lo vamos a disfrutar mucho más que si se abre directamente cogido del botellero. Porque a no ser que lo tengamos en un armario con temperatura controlada, el vino va a estar más caliente de lo recomendado. Ah, y por supuesto, tener una cubitera a mano es una solución estupenda para asegurar que ese vino lo tomemos en las condiciones ideales de principio a fin, sea el vino que sea; esto es, tintos incluidos.

placeholder Vinos en su botellero. (iStock)
Vinos en su botellero. (iStock)

Por cierto, no todos los vinos mejoran con los años. Sí van a mejor los que se han elaborado pensando en que vayan creciendo en la botella y por ende ganando en complejidad, equilibrio…, pero esto no es común a todos los vinos porque depende del tipo de elaboración de que se trate. Dicho esto, se da por hecho que reservas y grandes reservas son los grandes aliados del paso del tiempo, aunque hay crianzas que evolucionan estupendamente y vinos jóvenes de zonas concretas que, por circunstancias concretas (variedad, procedencia, localización, vinificación...), sorprenden con un año de reposo cuando, a priori, fueron pensados para consumir en el corto plazo. No obstante, no guarden cualquier botella confiando en ese paso de los años porque seguro que cuando vayan a abrirla ya pasó su mejor momento o, directamente, murió.

Y, para el final, uno de los apuntes más importantes porque es un acierto: cuando en el encuentro seamos más de tres, optar por un mágnum es siempre la mejor opción. Una botella suele ser poco para tres personas –siempre que sean aficionadas, claro–, y si en la reunión solo vamos a tomar un vino, lo acertado es recurrir a las botellas de litro y medio. En este formato los vinos evolucionan mejor y nos aseguramos disfrutar durante toda la velada. Apunto esto porque hay ocasiones en las que dos botellas de un mismo vino no resultan iguales porque han envejecido de distinta forma, a otro ritmo… y es que no hay que olvidar que el vino es un ser vivo.

Disfrutar del vino es eso, puro disfrute. Por eso cualquier cosa que conlleve un impedimento se traduce en una limitación de ese placer. Pero es que relacionarse con el vino no exige entender de vino. Se recurre mucho a la obviedad, pero es cierto: la única premisa es que guste. A partir de aquí, para gustos los colores y cada persona tiene el propio influido por la experiencia, el conocimiento o la afición que uno pueda tener. Esto es lo que va a condicionar la relación más o menos fluida con el vino en cuanto al consumo y acercamiento sin complejo alguno. Otra cosa es catar y distinguir aromas, esto sí, requiere de mucho tiempo, mucha práctica y buena memoria olfativa. Pero no es el caso que nos ocupa.

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