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Los dogmas a eliminar de los 'yihadistas' gastronómicos
  1. Gastronomía y cocina
Muy pesados

Los dogmas a eliminar de los 'yihadistas' gastronómicos

Tenemos que aguantar a auténticos 'plastas' sabelotodo que carecen de cualquier habilidad gastronómica pero se consideran paladines de la 'corrección de la tradición culinaria'. Es hora de mandarlos a paseo

Foto: Foto: iStock.
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Es curioso que en la era de la información, en la que nuevos tipos de personas, costumbres, actividades e ideas aparecen sin cesar y, por regla general, lo nuevo es mejor (la regla número uno del mundo basado en el consumismo en el que vivimos), todavía existan auténticos fanáticos religiosos imperturbables por el paso del tiempo y de los irrebatibles argumentos. Su dogma no está basado en una explicación de los fenómentos naturales más allá del conocimiento humano, ni sobre la posición de la tierra respecto al sol, ni sobre una serie de doctrinas filosóficas diseñadas para crear una sociedad. No, estos auténticos radicales lo son con la gastronomía. Por poner un ejemplo que todos reconoceríamos: "Yo viví en Italia y soy un experto en la gastronomía de allí. La carbonara no lleva nata, eso es una herejía". ¿Pues sabes qué, yihadista alimentario? A mí me gusta la carbonara con nata y con beicon, y a mucha honra.

Pero vamos por partes. ¿Qué es una carbonara tradicional? La experiencia personal que tenemos día tras día no es la realidad, según los italianos. La carbonara es un plato, no una salsa. ¿Pizza a la carbonara? ¡Sacrilegio! ¿Tallarines carbonara? Jamás se ha visto tal despropósito. ¿Macarrones (sin más)? ¡Por encima de la tumba de Zucchero! Solo se puede elaborar este plato con espaguetis, fettuccine, rigatoni o bucatini. Nada más. Al igual que un balón de la liga de fútbol, los ingredientes son reglamentarios y jamás se pueden intercambiar: queso parmesano o pecorino romano, huevos, aceite de oliva virgen extra, guanciale (vamos, panceta italiana. Eso sí, "infinitamente mejor") y pimienta negra.

"Eso no es paella, es arroz con cosas", un comentario de lo más innecesario

El proceso es muy sencillo: hacer los espaguetis por un lado mientras en una sartén se dora la panceta. Mientras tanto, batir los huevos, añadir a esa 'prototortilla' el queso (rallado), la pimienta y una pizca de sal y vuelve a mezclarlo todo. Después, colamos la pasta y en un bol grande ponemos todos los ingredientes (salsa, panceta y espaguetis) y ya está. Es así de fácil. No ponemos en duda que sea una receta muy sabrosa, pero historiada, pues no. La versión española puede sustituir los huevos o simplemente añadirles nata durante el batido para hacerla más densa, más suave y más sabrosa. A primera vista (ni a segunda) es un sacrilegio. De hecho, parece añadirle un extra. Podríamos conocerla como 'la carbonara mejorada' o como 'carbonara 2.0'.

placeholder Tienen nata y una pinta deliciosa. Viva la carbonara. (iStock)
Tienen nata y una pinta deliciosa. Viva la carbonara. (iStock)

Pero no es este plato italiano el único dogma. En España tenemos nuestros propios integristas radicales, capaces de robarle la gracia a cualquier cosa. En cada plato típico de cada comunidad autónoma hay alguno, pero los más hirientes son la tortilla de patatas, la paella y el cocido. Es hora de derribar los muros de la tradición.

La paella

En concreto, el problema es la valenciana. Los ingredientes son los que son. La que todos conocemos es eso, una herejía. La 'paella' no lleva ni calamares, ni gambas o langostinos, ni mejillones, ni carne de ternera o cerdo, ni pimientos. Esas son las bases del mayor evento paellístico del mundo, el Concurso Internacional de Paella Valenciana de Sueca. Además, se hace con caracoles y garrofó (un típo de judía). Pocos fuera de las fronteras levantinas han tenido siquiera la posibilidad de comer una auténtica 'paella', por lo que el término se ha aplicado a todo arroz amarillo, normalmente con una mezcla de carne y mariscos.

Podemos estar tremendamente orgullosos de nuestras paellas en un evento familiar o con amigos, pero si tenemos la 'desgracia' de estar acompañados por un valenciano, no tardaremos mucho en ser objeto de tremendas e hirientes críticas, encabezadas por un nada deseable "Eso no es paella, es arroz con cosas". Pues bueno, ya es hora de liberar el término. Que sí, que asumimos que vuestra tradición es mejor, pero al igual que la palabra 'jamás' cambió de significado (originalmente significaba 'siempre'), también lo puede hacer la paella, y todos tan contentos.

La tortilla de patatas

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Foto: iStock.

Múltiples guerras civiles se desatan cada fin de semana a lo largo y ancho de España por este plato. Y no por un solo motivo. Hay cuatro grandes frentes: los que la prefieren correcta, con el corazón todavía líquido al estilo Betanzos, los que prefieren un armatoste seco, demasiado cocido; los que les encanta la textura y sabor suaves que proporciona la cebolla, y los que prefieren quitarle toda la gracia a este maravilloso plato. ¿Hay algún punto de vista correcto? Por supuesto, el del autor de estas líneas: poco hecha y con cebolla. De todos modos, es innegable que es un punto de vista completamente subjetivo y no carente de hipocresía en el caso de reprocharle a un amante de las tortillas muy hechas sus gustos. La idea que debería permanecer en nuestras mentes es: si cada uno prefiere una distinta, pues se hacen más tortillas y así ganamos todos.

El cocido

Aquí el problema somos, cómo no, los de Madrid. Da igual que se intente hacernos comprobar, empíricamente, que estamos equivocados, que con pimientos y zanahoria está mejor, o con chalotas, o con morcilla, o con espinacas. Es imposible. Además, nos hemos apropiado del término 'cocido' y ya no nos hace falta especificar de dónde. Como si no se hubiesen guisado garbanzos en la península ibérica desde antes de los romanos.

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Foto: iStock.

Lo más hiriente de los madrileños es que, según nuestras propias costumbres, "en cada casa se hace diferente", lo que, dicho de otro modo, significa que mientras lo haga un madrileño, puede hacerlo como le venga en gana, como si quiere añadirle uvas, pero si alguien de fuera de la capital añade algo, por pequeño que sea, será merecedor de una reprimenda chulesca.

Es curioso que en la era de la información, en la que nuevos tipos de personas, costumbres, actividades e ideas aparecen sin cesar y, por regla general, lo nuevo es mejor (la regla número uno del mundo basado en el consumismo en el que vivimos), todavía existan auténticos fanáticos religiosos imperturbables por el paso del tiempo y de los irrebatibles argumentos. Su dogma no está basado en una explicación de los fenómentos naturales más allá del conocimiento humano, ni sobre la posición de la tierra respecto al sol, ni sobre una serie de doctrinas filosóficas diseñadas para crear una sociedad. No, estos auténticos radicales lo son con la gastronomía. Por poner un ejemplo que todos reconoceríamos: "Yo viví en Italia y soy un experto en la gastronomía de allí. La carbonara no lleva nata, eso es una herejía". ¿Pues sabes qué, yihadista alimentario? A mí me gusta la carbonara con nata y con beicon, y a mucha honra.

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