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Seis cosas que no van a ocurrir en Ucrania (ni tampoco en Rusia) en 2023
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Seis cosas que no van a ocurrir en Ucrania (ni tampoco en Rusia) en 2023

Hacer pronósticos a largo plazo sobre la guerra de Ucrania no es análisis, es una estafa. Pero hay algo más de margen para descartar escenarios con los que se ha venido especulando

Foto: Ilustración: EC Diseño.
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Dejar pronósticos por escrito sobre la evolución de algo tan complejo como la guerra de Ucrania es una temeridad. Cualquier intento de hacerlo se sitúa en ese vastísimo campo de juego que hay entre el análisis y la estafa. Una opción de mínimos es establecer un periodo de tiempo (2023), darle la vuelta a la pregunta (¿qué es lo que NO va a ocurrir en Ucrania?) y trasladársela a una decena de diplomáticos, militares y analistas de varios países. Con una última premisa: basta con que falle una de las seis ideas para descontrolar las otras cinco.

1. La guerra no va a acabar pronto.

Los dos bandos están dando por hecho que el conflicto va para largo. Rusia no va a renunciar a su pretensión de quedarse con las cuatro regiones anexionadas, algo que a su vez es imposible de aceptar para Ucrania. El Ejército ruso continúa cavando trincheras defensivas a lo largo del frente y prepara —como poco— una nueva leva de reclutamiento que llegaría en febrero o marzo. Su plan pasa por resistir y desgastar, destruyendo mientras tanto las infraestructuras, para después retomar la iniciativa. El país más extenso del mundo tiene tres veces la población de su rival, ha entrado en economía de guerra y el presupuesto militar se sigue inflando, aun a costa de recortar en todo lo demás. Para Putin, es una cuestión de supervivencia y su aparato propagandístico se esfuerza por trasladar ese mensaje —el de la batalla existencial contra la OTAN— a todas las capas de la sociedad.

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En el lado ucraniano, las cosas no son muy distintas. Ningún Gobierno de Kiev va a ceder las cuatro regiones que reclaman los invasores. Mientras se mantenga la ayuda occidental, el colapso de la economía ucraniana no se va a producir de la noche a la mañana. Tampoco el hundimiento de sus Fuerzas Armadas, que van a seguir desestabilizando cualquier intento ruso de consolidar el control del territorio ocupado. Por todo lo anterior, las posibilidades de que se alcance un acuerdo de paz a lo largo de 2023 son escasas. “Como mucho, podría haber un alto el fuego”, dice una fuente militar. Y ni siquiera los análisis más optimistas, como el de Mike Martin, exmilitar e investigador del King´s College de Londres, ven plausible un desenlace antes del verano.

2. El frente no se va a congelar.

No hay muchos motivos para pensar que la línea del frente se vaya a mantener estática durante muchos más meses. Lo normal es que siga evolucionando y que la intensidad de los combates aumente a partir de enero, un tira y afloja que se espera que se prolongue como poco hasta el verano. Tanto el Ejército ucraniano como el ruso están preparando nuevas ofensivas y solo un cambio importante de los factores externos podría obligarles a renunciar a ello. Las tropas de Putin tienen tres movimientos lógicos a su alcance: mantener la presión en el Donbás, tratar de recuperar terreno perdido en Jersón y Zaporiyia, y probar con una nueva ofensiva en el norte. No tanto a través de Bielorrusia, sino directamente desde territorio ruso, por ejemplo, reabriendo la línea de Járkov.

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Por el lado ucraniano, se espera que continúe la guerra de corrosión y hay varias opciones sobre la mesa. Según Borja Lasheras, analista y autor de Estación Ucrania, la más evidente sería romper el corredor terrestre, partiendo en dos los territorios ocupados. “Quizá centrándose primero en Melitópol y, si se evoluciona positivamente, lanzándose después a la que sería la batalla más simbólica de todas: recuperar Mariúpol”. Uno de los factores que podrían influir en este capítulo es la dificultad para seguir encontrando munición con que sostener las campañas. Ucrania depende de la ayuda occidental, y las reservas de los países de la OTAN están empezando a agotarse. Rusia, aunque con enormes dificultades, parece que está consiguiendo abastecerse, gracias a los esfuerzos de su industria —cada día más militarizada— y al apoyo de países como Irán o Corea del Norte.

3. Rusia no va a tener un Gobierno prooccidental.

La mayoría de los kremlinólogos ven muy poco probable que Vladímir Putin pierda el poder a lo largo de 2023. La recesión económica rusa se debería intensificar en los próximos meses, pero, por mucho que crezca el descontento, nadie espera que las condiciones de vida de la población vayan a colapsar hasta el punto de forzar una revuelta. Y aunque eso sucediese, los mejor situados para ocupar el vacío no serían políticos o activistas prooccidentales y prodemocráticos. Como sostenía Francisco Veiga en una entrevista en este periódico, dentro del espectro político ruso actual, Putin es un moderado.

Foto: EC Diseño

Los caudillos que han ganado peso en estos meses (como el checheno Kadírov o como Prigozhin, líder de Wagner) son más radicales en sus planteamientos que el presidente. Y la oposición más fuerte y visible viene del ultranacionalismo, de quienes protestan porque el Ejército ruso no está consiguiendo sus objetivos. Algunos llevan ya meses pidiendo sin eufemismos que se intensifique la ofensiva, y hablan con naturalidad del uso de armas atómicas. “Salvo un golpe interno, un colapso del Ejército o una derrota muy muy simbólica en el campo de batalla, Putin no debería tener dificultades en mantenerse en el poder”, pronostica desde Moscú un analista con más de una década de experiencia en el país.

4. China no va a cambiar su postura.

El Gobierno de Pekín es el único que podría acelerar un desenlace de la guerra si se lo propone. Pero no parece que algo así vaya a ocurrir a medio plazo, a no ser que cambie alguno de los otros factores. Lo más normal es que China siga tomando distancias, pero que, en lo esencial, mantenga su “neutralidad favorable a Rusia” —como definió un diplomático asiático la postura al inicio de la contienda—: que siga comerciando con Putin, que se siga aprovechando de los hidrocarburos baratos, pero sin llegar a transferir armas o tecnología militar. “Se está presionando a Pekín, por supuesto, pero ellos salen ganando con este perfil bajo. No tienen ninguna prisa y ven todo esto como otro síntoma del declive de Occidente”, razona un analista que mantiene contacto directo con cuadros del régimen chino.

Foto: Reacción al simulacro de fuego real realizado por China en Taiwán. (EFE/EPA/Ritchie B. Tongo) Opinión

También hay que tener en cuenta que la diplomacia del país asiático está virando lentamente su estrategia europea para contener la embestida económica de Estados Unidos, intentando que Bruselas priorice los intereses comerciales y se sitúe en un terreno lo más neutral posible. El embajador chino ante la UE, Fu Cong, ofreció a finales de 2022 unas declaraciones con precisión quirúrgica —publicadas, en exclusiva y en inglés, por el South China Morning Post. Admitió públicamente por primera vez que la invasión de Ucrania había puesto a su país “en una posición muy difícil”, al tener que “elegir ente dos amigos”, y había creado “un problema para las relaciones bilaterales con la UE”. El gigante asiático, además, se encuentra en un momento interno muy frágil por el desastre en que ha desembocado la política de covid cero y por la desaceleración económica. Aunque pueda utilizar el conflicto para modular los ánimos de la población en sus órganos de propaganda, el Partido Comunista chino tiene todos los incentivos para tratar de arreglar sus asuntos internos antes de lanzarse a aventuras en que ahora mismo tiene poco que ganar y mucho que perder.

5. Los aliados occidentales no van a abandonar a Ucrania.

Salvadas las elecciones de mitad de mandato en Estados Unidos, no hay ninguna cita electoral a la vista que pueda poner en peligro el apoyo occidental a Ucrania. Hay presidenciales en República Checa y parlamentarias en Grecia, Estonia y Finlandia. Nada relevante. Las únicas elecciones que pueden tener un impacto real —aunque tampoco decisivo— para Ucrania en 2023 son las de Turquía, miembro clave de la OTAN. Erdogan sigue siendo favorito, pero no se descarta que acabe derrotado por un frente opositor amplio. Un Frankenstein que, en cualquier caso, se vería obligado a hacer equilibrios de poder incompatibles con cambios radicales de postura respecto a una guerra que se libra al otro lado del mar Negro.

Foto: Brittney Griner. (Reuters/Evgenia Novozhenina)

La estrategia de Putin —totalmente transparente en su propaganda— pasa por desgastar el apoyo occidental a Ucrania, empezando por los aliados menos convencidos. Pero por ahora los sondeos de opinión muestran que el apoyo a Kiev sigue siendo masivo, tanto en EEUU como en la UE. Es cierto que empieza a aflorar cierto hastío en algunos países, como Alemania, y se da por hecho que la presión para alcanzar un acuerdo de paz se vaya incrementando a medida que se dilapidan miles de millones. Con todo, es difícil imaginar un giro de timón, sobre todo si no hay cambios radicales en el frente de batalla y si Ucrania logra mantener la narrativa de éxito actual. “Me preocupa más que la victoria ucraniana se dé por descontada y nos relajemos”, apuntilla Lasheras. Incluso en el Partido Republicano de EEUU más de la mitad del electorado sigue siendo partidario de enviar armas, aunque tienden a exigir una mayor implicación económica de la UE.

En Europa, el invierno finalmente no está siendo tan duro como se auguraba (aunque el próximo podría ser mucho peor) y nada hace pensar en una contestación callejera capaz de forzar un cambio de rumbo de los actuales gobiernos. Según un diplomático europeo que viaja constantemente a Kiev, la duda más bien es hasta dónde va a seguir creciendo la solidaridad, y aumentando la cantidad y potencia de las armas enviadas. “Aunque se intente enviar un mensaje pacificador y se exageren los esfuerzos diplomáticos, en la práctica, lo que se debate es cuánto más dinero se necesita para sostener a Ucrania y empujar el frente”.

Foto: Lanzamiento de un misil Patriot PAC-3. (Lockheed Martin)

6. No habrá Apocalipsis nuclear.

Este es el pronóstico más fácil de todos porque, en caso de que falle, no habrá nadie para recordárnoslo. Los expertos militares consultados creen que el peligro de que se juegue con armas atómicas ha disminuido respecto a fases anteriores de la guerra. Nadie se atreve a descartar todavía algún tipo de maniobra de disuasión con ojivas nucleares en zonas deshabitadas o en aguas internacionales, una de las teorías recogidas por el experto militar de este diario, Juanjo Fernández. O un ataque con armas tácticas, del que se realizaron tantas hipótesis hace meses. “Sería un recurso a la desesperada para Putin si se ve realmente acorralado. Pero nadie quiere llegar a eso”.

Dejar pronósticos por escrito sobre la evolución de algo tan complejo como la guerra de Ucrania es una temeridad. Cualquier intento de hacerlo se sitúa en ese vastísimo campo de juego que hay entre el análisis y la estafa. Una opción de mínimos es establecer un periodo de tiempo (2023), darle la vuelta a la pregunta (¿qué es lo que NO va a ocurrir en Ucrania?) y trasladársela a una decena de diplomáticos, militares y analistas de varios países. Con una última premisa: basta con que falle una de las seis ideas para descontrolar las otras cinco.

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