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Epigenética: así modificas con la dieta el funcionamiento de tus genes
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Epigenética: así modificas con la dieta el funcionamiento de tus genes

Todo está escrito en los genes... hasta cierto punto. Nuestro estilo de vida va regulando su intensidad y el modo de expresarse, por eso la alimentación juega un importante papel

Foto: Tus hábitos dietéticos influyen en tu epigenoma. (iStock)
Tus hábitos dietéticos influyen en tu epigenoma. (iStock)

Durante décadas se ha debatido acerca de si en cada uno de nosotros prima más lo innato o lo adquirido, es decir, si pesa más la carga genética o el constructo cultural. Por una parte, sabemos que nuestro genoma, el material genético que heredamos de nuestros padres, contiene los mensajes necesarios para que nuestro cuerpo se forme y funcione a lo largo de toda la vida. Nacemos con unos genes determinados y morimos con ellos. No los podemos tocar. Sabemos también que estos genes no solo están ahí: tienen que ser operativos y para ello existen mecanismos internos que regulan sus funciones con precisión.

Ahora bien, también hay otro tipo de mecanismos que permiten modular los genes dependiendo de cómo sea nuestro entorno: nuestros hábitos y conductas pueden realizar las llamadas modificaciones epigenéticas; es decir, cambios en la forma de funcionar de algunos genes. “De forma muy básica, podríamos decir que las modificaciones epigenéticas son somo señales de circulación que se añaden a los genes; algunas facilitarán su aceleración, como si permitieras que el coche/el gen) circulara a más velocidad; otras, en cambio, ralentizarán su funcionamiento, como si le indicaras que redujera su velocidad”.

“Nuestra forma de alimentarnos puede aumentar o disminuir la predisposición a desarrollar algunas enfermedades”

Quien nos pone este ejemplo es David Bueno i Torrent, doctor en Biología y autor de 'Epigenoma para cambiar tu cuerpo y tu vida' (Plataforma Editorial). Nos explica que, del mismo modo que cada persona tiene su genoma -el conjunto de sus genes- también tiene su propio epigenoma, “que es el conjunto de todas estas marcas que se van haciendo en interacción con el medio ambiente”. Para enredar un poco más el asunto, resulta que también cada grupo celular tiene un epigenoma ligeramente diferente según las tareas que deban realizar. Por ejemplo, “las neuronas del cerebro, para poderse enviar señales entre sí, tienen que tener unos genes activos y otros silenciados, y lo van regulando a medida que lo necesitan. En cambio, las células hepáticas activarán y silenciarán genes diferentes, porque su función es otra”.

No es una dieta milagro

Como decíamos, son nuestros hábitos, conducta y entorno los que propician estas modificaciones. Y dentro de nuestra forma de vida, juega un papel importante la dieta: “Nuestra forma de alimentarnos puede aumentar o disminuir la predisposición a desarrollar algunas enfermedades”, afirma Bueno, para de inmediato hacer énfasis en algo que considera esencial: “Que nadie espere una dieta milagro de las que circulan por internet y que no son sino chorradas que pueden ser muy peligrosas. Si uno se cree que comiendo brócoli y pescado crudo va a vivir hasta los 120 años sin ponerse enfermo nunca, que se le quite de la cabeza. Esto no funciona así”.

placeholder Una dieta pobre en proteínas predispone a la obesidad. (iStock)
Una dieta pobre en proteínas predispone a la obesidad. (iStock)

La primera observación que nos brinda la epigenética es casi de Perogrullo: las dietas equilibradas, tipo mediterránea o japonesa tradicional, son las que mejor funcionan porque gestionan mejores modificaciones epigenéticas. “Es algo que ya sabíamos, que ya se había observado. Pero ahora sabemos por qué sucede esto a nivel genético. Te permite enfatizar qué es lo que no debes comer en abundancia porque te puede perjudicar”.

  • Dieta pobre en proteínas: hay determinados genes relacionados con los glucocorticoides -las hormonas que regulan la inflamación, el estrés y algunos aspectos del metabolismo- que, ante una dieta pobre en proteínas, no se metilan bien, es decir, no se silencian tanto como sería deseable. "Y esto hace que quienes tienen este tipo de dieta tengan más propensión a procesos inflamatorios y dolor corporal, que regulen peor su estrés y que no les funcione tan bien el metabolismo de grasas y azúcares, por lo que tendrán más tendencia a almacenar grasa. Descubrir este aspecto epigenético permite entender por qué se engorda más cuando se comen pocas proteínas; antes se pensaba que se debía a que comías más azúcares y grasas, pero ahora se ha visto que es porque no metilas correctamente, no quemas lo suficiente y, en cambio, acumulas".
  • Arroz integral: consumirlo tiene sus ventajas, ya que en su cáscara encontramos un componente, orinazol gamma, que incrementa las metilaciones en genes relacionados con la dopamina y en algunas zonas del cerebro donde se regula el hambre. “Esto hace que regules mejor la sensación de hambre, que te sientas saciado con poca cantidad de comida y que, por tanto, disminuya la posibilidad de que desarrolles obesidad”.
  • Brócoli: las crucíferas -como la col o el brócoli- son las verduras que tienen más moléculas con unos grupos que se llaman 'acetilos' y que son necesarios para ‘acetilar’ algunos genes, es decir, para acelerarlos. “Estos acetilos sirven para que se activen algunos genes supresores de tumores; como su propio nombre indica, estos genes, cuando están muy activos, reducen la probabilidad de que se produzcan tumores. Está claro que nunca va a haber riesgo cero, todos tenemos esa espada de Damocles, pero es una primera línea de defensa”. Una vez más, no se trata de desayunar, comer y cenar brócoli; basta con que lo incorporemos a nuestra dieta.
placeholder Brócoli. (iStock)
Brócoli. (iStock)
  • Frutos secos y pescado: desde hace mucho tiempo sabemos que los ácidos grasos omega 3 y omega 6 están involucrados en la formación de algunas conexiones en el cerebro. Sí, todos hemos oído alguna vez aquello de que ‘el pescado es bueno para la memoria’, pero no se sabía bien el porqué. “Ahora se ha visto que los ácidos grasos también provocan en las neuronas del cerebro modificaciones epigenéticas que propician una mayor memoria, más capacidad de aprendizaje y disminuyen la probabilidad de sufrir, por ejemplo, Alzheimer e incluso esquizofrenia”. Los frutos secos producen una molécula muy similar a estos ácidos grasos que cumple la misma función. En cuanto al pescado, no los produce, sino que los obtiene de las algas con que se alimenta.
  • Dulces: no todos percibimos el sabor dulce con la misma intensidad; por eso, algunos sentimos más avidez que otros por comer estos alimentos. Algunos somos más golosos. “Pero no está claro qué es primero: si el hecho de comer más o menos azúcar te produce esas modificaciones epigenéticas o, simplemente, ya las tienes y eso te impulsa a comer más dulce y, en consecuencia, a elevar el riesgo de padecer diabetes”. En este sentido, y dado que la infancia es la época más sensible a las modificaciones epigenéticas, tal vez un consumo excesivo de chuches en la niñez podría predisponer a una mayor sensibilidad al dulce en la etapa adulta. “Podría ser… pero no hay pruebas”
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Foto: iStock.

  • Grasas trans: de lo que sí hay pruebas es de que un consumo excesivo de grasas trans -las de la bollería industrial y los ultraprocesados- “produce en los niños modificaciones epigenéticas en los genes que controlan el hambre, la producción de insulina y la gestión de las grasas del cuerpo; esto hace que después, de adultos, tengan muchas más probabilidades de ser obesos y de manifestar diabetes tipo 2. Si nos damos cuenta, la investigación científica nos permite encontrar el porqué de hechos que conocías, pero de los que desconocías las causas. Sabíamos que los niños que más bollería industrial comían terminaban teniendo sobrepeso. Pensábamos que era porque acumulaban ya más grasa desde pequeños, pero en realidad se debe a esas modificaciones que los predisponen a la obesidad en la edad adulta”.

Así pues, en esa constante disquisición entre qué parte de nosotros es innata y cuál adquirida, entre qué corresponde a la genética y qué a la conducta, la epigenética se situaría a medio camino entre ambas. Pero, además, resulta que las modificaciones epigenéticas no afectan a todo el mundo por igual: ninguno de nosotros sabemos lo propensos que somos a que comer brócoli, arroz integral o pescado nos allane el camino hacia la salud o la enfermedad. “Es todo una cuestión de probabilidades, concluye David Nueno-, así que, como no sabemos si tenemos o no unos genes que nos favorezcan, mejor seguir con una dieta equilibrada”.

Durante décadas se ha debatido acerca de si en cada uno de nosotros prima más lo innato o lo adquirido, es decir, si pesa más la carga genética o el constructo cultural. Por una parte, sabemos que nuestro genoma, el material genético que heredamos de nuestros padres, contiene los mensajes necesarios para que nuestro cuerpo se forme y funcione a lo largo de toda la vida. Nacemos con unos genes determinados y morimos con ellos. No los podemos tocar. Sabemos también que estos genes no solo están ahí: tienen que ser operativos y para ello existen mecanismos internos que regulan sus funciones con precisión.

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