La nueva evidencia del omega-3: así protege el cerebro y dispara las neuronas
Científicos de EEUU constatan el poderoso beneficio cognitivo del ácido graso a través del uso de la neuroimagen en un estudio que identifica los nutrientes clave
Aunque existen multitud de estudios sobre las bondades de los ácidos omega-3, basados en su mayoría en cuestionarios sobre dieta y su relación con el riesgo de padecer demencia y alzhéimer, la reciente y ambiciosa investigación de los científicos de la Universidad de Illinois ha abordado la cuestión de una forma diferente. La nueva evidencia refuerza la idoneidad de los ácidos grasos para la salud del cerebro. El modelo no sigue un cuestionario con hábitos alimenticios y un seguimiento de la evolución de cada individuo objeto del estudio como observar sus funciones cognitivas. Ahora, los investigadores liderados por Christopher Zwilling y Aron Barbey han usado un vehículo más directo: analizar la concentración de determinados nutrientes en la sangre que llega al cerebro para averiguar su impacto en la conexión neuronal y la capacidad cognitiva.
Las pantallas de los escáneres de la Universidad de Illinois se iluminan cuando la sangre transporta determinados niveles de ácidos grasos omega-3, vitaminas y aminoácidos. Marcadores de la sangre que delatan las conexiones cerebrales en reposo, la activación de diferentes áreas de la materia gris cercanas entre sí, que sirven para lograr una mayor eficiencia cognitiva. Así es como los investigadores descifran qué nutrientes mejoran la eficiencia de nuestras propias redes de datos: las que usamos para acceder a nuestra memoria, conocimientos y procesos que nos permiten resolver problemas y realizar tareas. Después, lo comprueban cruzando los datos con diferentes tests de inteligencia y cognitivos.
La resonancia magnética reveló que mejoraba la conexión de las redes neuronales y la actividad cerebral
El objetivo es saber qué nutrientes necesitamos ingerir -y los alimentos que los contienen- para retrasar lo máximo posible la degeneración de todo el sistema operativo de nuestro cerebro cuando la edad avanza. El envejecimiento de la población y la mayor esperanza de vida han planteado en los últimos años uno de los grandes retos de la nutrición y la medicina: identificar cuáles son los mejores alimentos para nuestro cerebro y cómo funcionan. El objetivo es doble: si vivimos más y se puede prevenir la degeneración cognitiva, no solo aumenta la calidad de vida, sino que además habrá menos personas dependientes y un menor coste sanitario.
Dieta mediterránea
Para ello, han estudiado en un grupo de más de un centenar de ancianos sanos que no sufren ninguna degeneración cognitiva, los niveles de los sospechosos habituales: aquellos que en multitud de estudios epidemiológicos han arrojado evidencia científica sobre sus beneficios, es decir, los ácidos omega-3, los omega-6, los carotenoides, el licopeno y otros, presentes en alimentos como el salmón y la trucha, las nueces, verduras crucíferas. Alimentos que los propios investigadores asocian en su estudio a los que contiene la dieta mediterránea.
Los niveles en sangre sirvieron como método de análisis para dos pruebas distintas: la primera medía a través de técnicas avanzadas de neuroimagen la eficiencia de las redes neuronales en siete áreas del cerebro, mientras que la segunda se trataba de una combinación de tres tipos de test cognitivos y de inteligencia.
El resultado de las imágenes de la resonancia magnética cerebral arrojaron que cuanto más elevados eran los niveles en sangre de los omega-3 y los omega-6, mayor era la conexión neuronal y la actividad de las áreas estudiadas. Se aplicó el método denominado fMRI, que consiste en una resonancia cuando el cerebro está en reposo. Es considerado muy útil ya que reduce la desviación que produciría cualquier actividad cerebral y que enmascararía el efecto de los nutrientes en la concentración de la sangre.
Ayudan a la eficiencia cognitiva, lo que permite acceder a la información relevante en menos tiempo
Según Barbey, “la eficiencia tiene que ver con la forma en que se comunica la información dentro de la red. Observamos la 'eficiencia local', cómo se comparte la información dentro de un conjunto espacialmente limitado de regiones cerebrales, y también la 'eficiencia global', que refleja cómo se requieren muchos pasos para transferir información desde cualquier región a cualquier otra región de la red. Si nuestra red está configurada de manera más eficiente, será más fácil acceder a la información relevante y realizar cualquier tarea en menos tiempo”.
Más inteligencia
Además de la información obtenida en las resonancias, según los tests de inteligencia y cognitivos, los mejores resultados se dieron también cuando la sangre transportaba una mayor cantidad de omega-3 y 6, riboflavina, folato, vitamina B12 y vitamina D, licopeno y caretonoides.
Todo el trabajo se basa en la acción de una combinación de nutrientes, no de uno a uno de forma aislada, tal y como explicó Zwilling: “Debido a que estamos investigando cómo los grupos de nutrientes trabajan juntos, obtenemos una imagen más precisa de cómo el cuerpo los procesa y cómo pueden afectar el cerebro y la salud cognitiva". Los resultados son prometedores, ya que se llevó a cabo un seguimiento con la mitad de los participantes, dos años después, en el que se sometieron de nuevo a las pruebas obteniendo los mismos resultados.
Aunque existen multitud de estudios sobre las bondades de los ácidos omega-3, basados en su mayoría en cuestionarios sobre dieta y su relación con el riesgo de padecer demencia y alzhéimer, la reciente y ambiciosa investigación de los científicos de la Universidad de Illinois ha abordado la cuestión de una forma diferente. La nueva evidencia refuerza la idoneidad de los ácidos grasos para la salud del cerebro. El modelo no sigue un cuestionario con hábitos alimenticios y un seguimiento de la evolución de cada individuo objeto del estudio como observar sus funciones cognitivas. Ahora, los investigadores liderados por Christopher Zwilling y Aron Barbey han usado un vehículo más directo: analizar la concentración de determinados nutrientes en la sangre que llega al cerebro para averiguar su impacto en la conexión neuronal y la capacidad cognitiva.