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Toda la vida a dieta, pero no puedo parar de comer
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¿Qué hacer?

Toda la vida a dieta, pero no puedo parar de comer

¿Comes sin hambre, atracas la nevera, eres incapaz de cocinar sin hincar el diente a cada alimento? Es probable que la ansiedad se esconda detrás de cada bocado

Foto: Hambre emocional. (iStock)
Hambre emocional. (iStock)

No parar de comer es un síntoma de algo más. Ese picoteo constante, ese comer de poquito a poquito buscando dosis de calma y placer, es un problema de nuestra mente que se manifiesta a través de un hambre (emocional), de una llamada del cerebro que nos hace creer que necesitamos comer, mientras enmascara otras necesidades.

¿Cómo saber si padeces ansiedad por la comida? Estas son las señales en las que debes fijarte:

  • La más evidente es que comes sin hambre. Es tu mente la que te invita a comer, no tu estómago. El hambre no llega de manera gradual, sino que aparece de pronto y de manera intensa.
  • Comes descontroladamente, a deshora, grandes cantidades en unos minutos o durante un par de horas no paras de picotear. Por ejemplo, vuelves del trabajo y hasta la hora de la cena no dejas de ir y venir a la cocina, o atracas la nevera a medianoche en busca de dulces, sobras o quesos.
  • Comes por aburrimiento, por estrés, en momentos de muchos nervios...
  • Después de comer tienes sentimientos de culpa y vergüenza. Sientes falta de control sobre cómo y cuánto comes.
  • Llevas toda la vida a dieta, intentando controlar este modelo de comer, pero algo se interpone en tu objetivo. Puede incluso que no te sientas cómodo/a con tu cuerpo.

El componente emocional

Identificar estos síntomas es muy importante, ya que no se trata solo de un problema nutricional, sino psicológico. De hecho, muchas de las personas que lo padecen han llevado a cabo dietas restrictivas que, por lo general, no les han funcionado y que además han supuesto un acelerador a su problema.

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Foto: iStock.

Muchas de las causas por las que comemos compulsivamente son emocionales. “Una dificultad de la persona para estar en contacto con emociones incómodas, como el estrés, la angustia o la soledad, hacen que, a falta de otras herramientas, traten de buscar la calma a través de la comida”, explica Tania López, psicóloga coordinadora del área de nutrición del Centro Júlia Farré.

"La insatisfacción genera comer compulsivamente, dado que la comida proporciona calma", Tania López

Cuando dejamos de escucharnos, cuando dejamos de atendernos a nosotros mismos, la mente puede engañarnos haciéndonos creer que la comida es lo que necesitamos para nutrir esas carencias. “La sensación de vacío, o la insatisfacción con algún aspecto de nuestra vida, también genera este modo de comer compulsivamente, dado que la comida proporciona, además de sensación de calma, placer. Activa todo el circuito de recompensas, liberando dopamina”, nos explica la psicóloga.

También nos recuerda que la autoexigencia es frecuente detrás de estos perfiles de pacientes: “Cuando hay una voz interna muy crítica basada en el nada es suficiente, una voz que interpreta errores como fracasos o cuando se tienen creencias muy negativas de uno mismo” pueden aparecer este tipo de relaciones con la comida.

El conocido gen FTO o mutaciones genéticas como las de MC4R pueden estar detrás de estos hábitos alimenticios, haciendo a las personas más propensas a inclinarse por los alimentos más calóricos o haciéndoles tener más dificultades en percibir saciedad después de comer. Sin embargo, los estudios coinciden en que, independientemente de la genética, unos buenos hábitos alimenticios pueden solventar cualquier problema de sobrepeso u obesidad.

¿Qué hacer para solucionar el problema?

Las dietas restrictivas, en contra de ser una solución, pueden ser una agravante del problema. Tania López nos explica que esas dietas en las que hay que comer muy pocas cantidades o hay ciertos alimentos prohibidos pueden hacer que acabemos sobredimensionando los alimentos: “Los magnificamos y aumentamos nuestro deseo hedónico por ellos. Por tanto, cuando nos plantamos delante de ellos, no nos basta uno para saciarnos, sino que comemos muchos y compulsivamente”.

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Foto: iStock.

Para frenar este hábito es necesario que, antes de atender al aspecto nutricional, tengamos en cuenta a nuestra psique. El primer paso es tomar conciencia de nuestra relación con la comida, antes de comer debemos pensar por qué lo hacemos, qué sentimientos estamos intentando mitigar y de dónde vienen esos sentimientos. Si ya hemos comido, debemos preguntarnos qué hemos conseguido y cómo nos sentimos. “¿Para qué he comido? Esta pregunta es muy importante. Puede ser para calmarnos, por placer, para buscar compañía, para darnos un premio, para castigarnos, para darnos consuelo...”, aclara López.

El segundo paso es buscar alternativas a esos sentimientos, es decir, canalizarlos de otra manera y reaprender a comer, pero esta vez de manera consciente, desintoxicando nuestra relación con la comida.

Decidir de manera voluntaria qué y cuánto vamos a comer, tomarnos un tiempo para prepararlo y para comerlo, y volver a reconocer en nosotros la verdadera sensación de apetito o hambre (física) son aspectos fundamentales en esta reeducación.

En los últimos meses las teorías del mindful eating están dando soluciones a estas malas relaciones con la comida, consiguiendo cada vez más adeptos entre los que han identificado este problema con su alimentación y tratan de solucionarlo con una llamada consciente sobre la forma de relacionarse con la comida.

No parar de comer es un síntoma de algo más. Ese picoteo constante, ese comer de poquito a poquito buscando dosis de calma y placer, es un problema de nuestra mente que se manifiesta a través de un hambre (emocional), de una llamada del cerebro que nos hace creer que necesitamos comer, mientras enmascara otras necesidades.

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