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Comer cuando viajamos en avión no es tan sencillo como parece
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Gastronomía de altura

Comer cuando viajamos en avión no es tan sencillo como parece

Con las vacaciones de verano es su quincena más intensa, miles de españoles preparan el viaje en avión (los más afortunados de ida, y los menos, de vuelta), lo que supone una carga extra para el sistema digestivo

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Según los datos del informe del Foro de la Regulación Inteligente “La revolución aérea española: del monopolio al liderazgo mundial en veinte años” elaborado en 2018, solo en 2017 los aeropuertos españoles movieron a casi 250 millones de pasajeros, de los cuales un 70% procedía o tenía como destino un aeropuerto ubicado fuera de las fronteras españolas, y cerca de dos millones de aviones aterrizaron o despegaron en nuestro país.

"La sal se percibe un 30% menos intensa y el azúcar entre un 15% y un 20% cuando viajamos en avión"

Muchas horas entre aeropuertos y aviones que hacen que, a veces, tengamos que comer en ellos, pero nuestro apetito en los aviones disminuye y además, ¿sabías que nuestro sentido del gusto se altera cuando viajamos en un avión? Está claro que estando a kilómetros del suelo la presión del aire cambia, pero no solo es eso lo que se ve afectado. Esta diferencia de presión hace que se adormezcan un tercio de nuestras papilas gustativas, por eso no llegamos a percibir los alimentos tan salados o dulces como lo haríamos en tierra firme. De hecho, según los datos de una investigación realizada por expertos del Instituto Fraunhofer de Física de la Construcción IBP, “la sal se percibe entre un 20% y un 30% menos intensa y el azúcar entre un 15% y un 20%”. Esta puede ser la explicación a la mala fama de los menús de las aerolíneas que siempre han estado bajo sospechas y calificaciones de insípidos y sosos…

En este sentido, la nutricionista Clara Sánchez Bermúdez del Colegio Profesional de Dietistas-Nutricionistas de Cantabria CODINUCAN, (colegio perteneciente al Consejo General de Colegios Oficiales de Dietistas-Nutricionsitas-CGCODN) explica que “la percepción es mínima y relativa”. Y añade: “Según un estudio realizado en aviones en el año 2011, la disminución en la presión atmosférica acompañada de la falta de humedad y el zumbido de los motores altera la función de las papilas gustativas, reduciendo nuestro sentido del gusto. Como consecuencia apreciamos entre un 15% y 30% menos los sabores dulce y salado, mientras que la percepción de los agrios amargos y picantes se mantienen al 100%. A medida que la presión atmosférica disminuye (es decir, a medida que estamos más alto) estos porcentajes se incrementan; por ejemplo un deportista de montaña a 5.000 metros de altitud, además de la reducción en su percepción gustativa muestra también una ligera pérdida de apetito”.

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Foto: iStock

En cuanto a los cambios que sufre nuestro cuerpo la especialista explica que “los cambios en la presión atmosférica, debido al despegue y al aterrizaje suelen ocasionar molestias en el oído y senos paranasales, así como molestias digestivas. Esto se debe a que los gases presentes en nuestro organismo se expanden rápidamente (cuando despegamos, se reduce la presión) o se comprimen (cuando aterrizamos se incrementa la presión). Otro cambio que se da en nuestro organismo con la altura es la “hipoxia”, esto quiere decir que nuestro cuerpo transporta menos oxígeno y, por consiguiente, nuestro corazón se acelera (se incrementa la frecuencia cardiaca) produciendo fatiga; además, a medida que nos alejamos del nivel del mar la humedad disminuye, por lo que si el vuelo es muy largo podemos deshidratarnos con mayor facilidad. El ruido de los motores, las turbulencias y las vibraciones son factores determinantes capaces de generar cefaleas, dolor torácico o abdominal. Aquellas personas con problemas circulatorios tienen mayor riesgo de padecer coágulos de sangre o trombos, ya que la circulación de retorno se ve afectada debido al sedentarismo. Las piernas hinchadas y la retención de líquidos están asociados a la misma causa, por lo que es importante que estas personas se den pequeños paseos o muevan constantemente las piernas y usen medias de compresión graduada, si el viaje dura más de 6 horas”.

Más fruta y menos bollos

Sánchez insiste en que es fundamental “ir bien hidratado, ser previsores y beber suficiente agua los días previos evitará la deshidratación y prevendrá la hinchazón de las piernas. Asimismo, uno o dos días antes de subir al avión evitar consumir alimentos flatulentos tales como legumbres, col, coliflor, lombarda, coles de Bruselas, brócoli, alcachofas, además, así como refrescos con gas, cerveza con o sin alcohol y bebidas alcohólicas, ya que el alcohol satura el hígado y además deshidrata en exceso”.

Por otro lado, según la nutricionista, “el café tampoco es un buen compañero de viaje porque también fomenta la deshidratación y además potencia la taquicardia producida por la situación de hipoxia, por lo que sería recomendable no consumirlo al menos el mismo día del vuelo”.

placeholder Comida de avión en primera clase. iStock
Comida de avión en primera clase. iStock

Y añade: “Los alimentos de fácil digestión como frutas -en especial la piña, los frutos rojos y las ciruelas-, verduras y hortalizas no flatulentas (tomates, espinacas, acelgas, calabacín, zanahoria…), arroz, patatas o pasta elaborados de forma sencilla (cocidos y sin añadir grasas) favorecen un rápido vaciado gástrico, evitando así molestias digestivas o la sudoración excesiva (cuando consumimos alimentos altamente calóricos se produce un incremento de la temperatura corporal asociada a la termogénesis, que favorece la deshidratación). Además, si aplicamos estas normas, también reduciremos la sensación de cansancio. Los lácteos enteros pueden producir molestias digestivas, por lo que la recomendación en evitarlos. Por el contrario, los yogures bajos en grasa son muy buenos aliados”.

“Lo mejor es optar por alimentos ligeros: fruta, tortitas de maíz, espelta o arroz y, sobre todo, agua”

Durante el vuelo, según la experta, “lo recomendable es optar por alimentos ligeros: fruta, tortitas de maíz, espelta o arroz, abundante agua. Y si el viaje es largo, seguir la pauta anterior (alimentos no flatulentos, bajos en grasa, no alcohol, no burbujas, no café, no lácteos enteros)”. ¿Mejor dulce o salado? La recomendación de la doctora es “elaborar tentempiés equilibrados y saludables según la apetencia o el gusto del comensal, teniendo en cuenta que lo ideal es que contengan baja carga calórica para evitar molestias digestivas. Ya sea dulce o salado, el consejo es no optar por pasteles, ni por bollería industrial ni por ejemplo, bocadillos de queso de cabra con nueces y salmón. Es mejor bocadillos de pollo, jamón serrano, jamón cocido o pavo con tomate o una pieza de fruta; una buena opción es también el gazpacho que suelen ofrecer a bordo”.

Sin embargo, continúa, “los frutos secos no son el aliado ideal ya que, a pesar de ser alimentos saludables, ya que su contenido en puede producir molestias digestivas al ser difíciles de digerir”. ¿Mejor bocadillo o menú? “Ambos son buenas opciones”, según Sánchez, “un bocadillo de jamón con tomate o de pollo con ensalada o un menú compuesto por una ensalada de tomates con queso fresco y de segundo un plato bajo en grasa son buenas opciones”. En cuanto a la elección entre agua o refresco, la doctora lo tiene claro: “siempre agua o refresco sin gas”.

Según los datos del informe del Foro de la Regulación Inteligente “La revolución aérea española: del monopolio al liderazgo mundial en veinte años” elaborado en 2018, solo en 2017 los aeropuertos españoles movieron a casi 250 millones de pasajeros, de los cuales un 70% procedía o tenía como destino un aeropuerto ubicado fuera de las fronteras españolas, y cerca de dos millones de aviones aterrizaron o despegaron en nuestro país.

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