Microcápsulas de nutrientes, la clave para salvar al tercer mundo
Es un problema que afecta no solo a los más desfavorecidos, sino a nosotros también. Se calcula que el 80% de los españoles no tiene suficiente vitamina A, pero es la misma historia para el yodo o la vitamina D
En 1803, uno de los más célebres médicos españoles, y probablemente uno de los mayores filántropos de la historia mundial, Francisco Javier de Balmis y Berenguer, zarpó del puerto de La Coruña con 37 personas, de los cuales 22 eran niños huérfanos que tenían o muy pronto iban a tener la viruela. ¿Por qué? Para erradicarla. Fueron utilizados como 'incubadoras' de una versión extraordinariamente leve de la enfermedad (pero que tenía los mismos efectos inmunizadores), la 'viruela bovina', de la que proviene la palabra 'vacuna'. Dieron la vuelta al mundo inmunizando a la población de las Islas Canarias, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Nueva España, las Filipinas y parte de China.
Hoy en día, por supuesto, la viruela está erradicada, y solo sobreviven pequeñas muestras ultracongeladas en laboratorios de máxima seguridad. Pero la investigación científica sigue (por suerte) empeñada en mejorar el bienestar de la población mundial, y si es sin que esta se dé cuenta, mejor que mejor. Ese, al menos, es el punto de vista de los investigadores detrás de un nuevo invento del Massachusetts Institute of Technology (MIT) en Estados Unidos. Es la universidad técnica más respetada del mundo y su inversión en I+D dedicada a salud se ha multiplicado en los últimos años. Así lo explicaba Patricia Matey en Alimente cuando hablaba de otra creación del MIT que vio la luz en octubre: una cápsula oral de liberación de insulina que evitaba la necesidad de los pinchazos.
"La fortificación ha demostrado ser efectiva en alimentos básicos que consumimos todos los días"
Ahora, los investigadores de esta institución han decidido afrontar la desnutrición. Sí, este es un problema del que oímos hablar continuamente, pero asumimos que sus repercusiones se limitan a la delgadez extrema, y eso no tiene por qué ser el caso, ni mucho menos. Para empezar, debemos hablar de los micronutrientes. Cuando una ONG pide nuestra colaboración para alimentar a gente del tercer mundo, no es raro que utilice la foto de un niño de poco más de 2 años al que se le mide el brazo, dado que está visiblemente delgado. ¿La causa? La falta de comida. El problema es que hay muchos otros que tienen un aspecto sano y normal, al menos a primera vista, pero su bioquímica carece de compuestos orgánicos y minerales esenciales para funcionar sin problemas. Estos son los micronutrientes.
Hemos oído hablar de ellos miles de veces: hierro, potasio, fósforo, vitaminas (A, grupo B, C, D, E y K), yodo... Decenas de sustancias que nuestro cuerpo no puede generar por sí mismo, sino que debe adquirirlas a través de la ingesta de alimentos (en esto, la vitamina D podría ser una excepción dado que nuestro cuerpo la fabrica en la piel gracias a los rayos solares, pero, como explica el doctor Ángel Durántez, "la gran mayoría de mis pacientes presentan valores insuficientes de vitamina D, ya sea en verano o en invierno. Solo algunos pocos, por su profesión o disponibilidad de tiempo, pasan suficientes horas al sol en manga corta").
Y nosotros, que tenemos acceso a todo tipo de alimentos y a sus nutrientes, tenemos deficiencias. Así lo explica el Ministerio de Sanidad en la encuesta ENIDE, que evalúa la calidad nutricional de la población española. Según explica este informe, determinados grupos poblacionales españoles tienen deficiencia de calcio, hierro, potasio, zinc, magnesio, selenio, yodo y vitaminas A, D (entre el 80% y el 90% de la población tiene ingestas insuficientes), E y B9. Si nos pasa esto a nosotros, ¿qué le pasará a la gente con muchas más limitaciones dietéticas?
Inventiva al rescate
Los nutrientes de los alimentos son frágiles. El tiempo los degrada, así como el cocinado. Los investigadores del MIT han desarrollado unas microcápsulas de polímeros diseñadas para enriquecer los alimentos y conferirles a sus nutrientes una protección frente a estos daños. Uno de los investigadores, el profesor Robert Langer, explica: "Estamos muy contentos de que nuestro equipo haya sido capaz de desarrollar este sistema de suministro de nutrientes único que tiene el potencial de ayudar a miles de millones de personas en los países en vías de desarrollo". Él y la investigadora Ana Jaklenec son los responsables principales de esta invención, aunque también han contado con el apoyo de los científicos Aaron Anselmo, Zian Zu y Simone Buerkli.
Como explica la investigadora Ana Jaklenec, las repercusiones de este desarrollo son inmensas. La falta de vitamina A es la principal causa evitable de ceguera, además de debilitar el sistema inmune, lo que hace susceptibles a las personas de padecer enfermedades. Por otra parte, la insuficiencia de hierro provoca anemia e impide el desarrollo cognitivo de los más pequeños. "Esto lleva a un círculo vicioso de pobreza", explica Jaklenec. Y continúa: "A estos niños no les va bien en el colegio debido a su mala salud y, cuando crecen, tienen dificultades encontrando trabajos, por lo que sus propios hijos viven y crecen en el mismo ambiente de pobreza".
Esta idea, en realidad, no es nada nueva. Como explicábamos en Alimente, durante el siglo pasado la Unión Europea legisló para promover que se enriqueciese la sal con yodo, un elemento necesario en nuestra dieta pero del que muchos de nosotros carecemos (según la encuesta ENIDE, el porcentaje de población española con carencia de este micronutriente se sitúa entre el 21% y el 34%). Es por esto que esa 'lucha legislativa' sigue en marcha gracias al profesor Henry Völzke, de la Universidad de Greifswald, en Alemania. Este investigador es el coordinador del proyecto europeo EUTHYROID (nótese que la glándula tiroides es completamente dependiente del yodo y su relación es más que estrecha). El propio profesor Völzke explica que "en Europa, tan solo el 27% de los hogares tiene acceso a la sal yodada, lo que deja a 350 millones de ciudadanos expuestos a la deficiencia de este elemento y a sus posibles consecuencias". Y apostilla: "Necesitamos unos niveles de yodo controlados en toda la sal, sin restricciones. Necesitamos legislación".
Los investigadores del MIT han tomado como ejemplo e inspiración la lucha del profesor Völzke, como explica la investigadora Jaklenec: "La fortificación ha demostrado ser efectiva en alimentos básicos, en cosas que están en nuestra cocina siempre y que usamos todos los días. Todo el mundo toma sal o harina, con lo que los consumidores no necesitan llevar a cabo ningún tipo de cambio en su estilo de vida". Dicho de otro modo: más nutrición a cambio de un esfuerzo cero.
Cómo funciona
Se trata de unas microcápsulas (en una prueba fueron añadidas a barras de pan), compuestas por un polímero conocido como BMC -aunque probaron un total de 50 diferentes-. Tras decidirse por él (es necesario aclarar que este compuesto ha sido aprobado por todas las autoridades competentes en Estados Unidos y ya es uno de los más usados para encapsular los suplementos alimentarios), comprobaron que era capaz de 'sellar y encerrar' hasta 11 micronutrientes diferentes, entre los que se incluyen el zinc, el hierro y las vitaminas B2, B3, B8, C y A. Además, cada cápsula puede, de forma segura, incluir en su interior una combinación de cuatro diferentes.
Las pruebas en el laboratorio mostraron que estos micronutrientes no sufrían el más mínimo daño a pesar de estar hirviéndose durante más de dos horas. La cápsula los protege, además, de químicos oxidantes y de la luz ultravioleta. Lo único que lo rompe es un entorno ácido, como el que es generado de forma completamente natural en nuestro estómago y que llega a alcanzar un pH de 1,5. Cuando esto pasa, los nutrientes son liberados y absorbidos por nuestra pared intestinal.
Las pruebas
Por supuesto, el primer e inevitable paso después del diseño y fabricación era probarlo, pero no directamente en humanos. Los primeros sujetos de estudio fueron ratones de laboratorio, donde se demostró que, en efecto, las partículas se disolvían al entrar en contacto con los jugos gástricos y que su contenido viajaba hasta el intestino delgado donde, como hemos dicho, era absorbido.
Comprobada su seguridad, era el turno de los humanos. Las pruebas fueron llevadas a cabo por el profesor de la ETH Zurich Michael Zimmerman. La primera consistió en suplementos de hierro introducidos en gachas de maíz. Los sujetos de estudio fueron mujeres universitarias suizas que sufrían anemia. Los resultados, por desgracia, no fueron los deseados, pues absorbieron la mitad del hierro que el grupo de control, que consumió el mineral no encapsulado.
Por supuesto, los investigadores no se dieron por vencidos y decidieron reformular las partículas, aumentando la concentración de hierro del 3% al 18%. También cambiaron el alimento escogido, introduciéndolas en harina de trigo con la que después se elaboró pan. Llevaban razón: la absorción pasó a ser idéntica que la de el mineral sin encapsular.
Como explica otro de los investigadores, Aaron Anselmo: "La reformulación de las micropartículas fue posible porque diseñamos la posibilidad de 'afinarla' de una forma útil para las producciones a gran escala. Esto nos permitió mejorar la absorción basándonos en los resultados de la primera prueba".
El futuro
Esto no se va a quedar en una prueba de laboratorio, los investigadores se van a encargar de ello. Han pedido la aprobación tanto de la OMS como de la FAO para realizar experimentos a gran escala en países en vía de desarrollo en los que determinadas carencias nutricionales son muy comunes.
Estos investigadores, al igual que el doctor Balmis, pretenden extender algo relativamente simple pero fundamental para nuestra salud a zonas del mundo en las que no tienen tanta suerte como nosotros. No solo eso, sino que sus aplicaciones podrían ser de utilidad hasta en el mundo desarrollado, si tenemos en cuenta que, a pesar de no tener por qué, seguimos estando malnutridos.
En 1803, uno de los más célebres médicos españoles, y probablemente uno de los mayores filántropos de la historia mundial, Francisco Javier de Balmis y Berenguer, zarpó del puerto de La Coruña con 37 personas, de los cuales 22 eran niños huérfanos que tenían o muy pronto iban a tener la viruela. ¿Por qué? Para erradicarla. Fueron utilizados como 'incubadoras' de una versión extraordinariamente leve de la enfermedad (pero que tenía los mismos efectos inmunizadores), la 'viruela bovina', de la que proviene la palabra 'vacuna'. Dieron la vuelta al mundo inmunizando a la población de las Islas Canarias, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Nueva España, las Filipinas y parte de China.
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