Esta es la razón por la que comes y no te sacias
Sentirse satisfecho después de una comida depende de muchas cosas y no solo de lo que se ingiera. Un grupo de científicos ha encontrado una clave: el efecto de la glucosa en las neuronas. Un paso para controlar la obesidad
Hay personas que son capaces de ingerir enormes cantidades de comida sin pestañear. Son como un saco sin fondo. Nunca se ven saciadas. Y esto es un problema, más ahora, cuando el mundo está enfermo de obesidad: 1.900 millones de personas en el mundo tiene sobrepeso y más de 650 millones son obesos, según las cifras que maneja la Organización Mundial de la Salud (OMS). La necesidad de concienciar a la sociedad de esta situación lleva a que se haya instaurado el 4 de marzo como el Día Mundial de la Obesidad.
En el lado opuesto, están los que se llenan con poco. Está claro que cada uno tiene un tope y, salvo casos extremos, la mayor parte nos encontramos en una -más o menos amplia- franja intermedia.
La compleja ciencia que estudia la obesidad y los mecanismos de regulación del apetito ha encontrado algunas pistas para comprender este proceso fisiológico, pero es un enrevesado escenario repleto de actores (hormonas, péptidos, neurotransmisores...), en el que los más conocidos son la leptina (que dice al cerebro que deje de comer) y la grelina (que ordena seguir comiendo).
La glucosa activa mecanismos cerebrales que regulan los sentimientos de hambre y saciedad para ajustar la alimentación a las necesidades
Ahora ha entrado en escena otro actor, la glucosa, cuyo papel es poner en marcha los mecanismos para que los circuitos neuronales del cerebro que regulan los sentimientos de hambre y saciedad modifiquen sus conexiones y así ajustar la alimentación de forma que se mantenga el equilibrio entre lo que se come y lo que se gasta.
Activadores de la saciedad
Ese papel de la glucosa acaba de ser descubierto por un equipo de científicos del Centro para el Comportamiento del Sabor y la Alimentación del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS, por sus siglas en francés) y el Centro de Neuropatología de la Universidad de Luxemburgo, que ha publicado sus hallazgos en abierto en la revista 'Cell Reports'.
Dirigidos por Alexandre Benani, los investigadores han demostrado que esos circuitos se activan en la escala de tiempo de una comida, regulando posteriormente el comportamiento de alimentación. Para ello, se centraron en un grupo pequeño de neuronas que se encuentran en el hipotálamo (una zona cerebral estratégica en la regulación del apetito), las POMC, que limitan la ingesta de alimentos. Estas neuronas son sensibles a las fluctuaciones en nutrientes como la glucosa, ácidos grasos o aminoácidos.
Las POMC están conectadas con otras neuronas, entre ellas los astrocitos. Después de una comida, los niveles de glucosa en sangre aumentan temporalmente, y los astrocitos detectan esta señal y se retraen, pero cuando se libera ese freno se activan las POMC, lo que finalmente promueve la sensación de saciedad.
"No sabemos por qué la glucosa promueve este comportamiento, pero estamos trabajando para, finalmente, definir los mecanismos moleculares en juego", explica a Alimente Alexandre Benani. "Pensamos que los astrocitos tienen receptores de glucosa y cuando son activados por la glucosa, los astrocitos cambian de forma".
Este mecanismo ayudaría a explicar por qué los alimentos ricos en hidratos de carbono son saciantes. Benani asegura que su trabajo "demuestra que la glucosa estimula la saciedad gracias a la activación de las neuronas POMC y la movilización de astrocitos. Se trata de un circuito neuronal homeostático y esto explicaría por qué los alimentos más placenteros son ricos en azúcares, por ejemplo, las patatas".
Además, el azúcar también activa otras neuronas de los circuitos hedónicos (del placer y la recompensa). Esa capacidad adictiva del azúcar puede parecernos negativa, pero no piensa así el científico del CNRS, para quien realmente esto puede responder a un mecanismo evolutivo adaptativo muy beneficioso: "El azúcar es necesario y vital para el funcionamiento del organismo, por ello es necesario memorizar las fuentes de alimentos azucarados para volver a consumirlos”. Aunque, añade, “también es necesario memorizar las fuentes de alimentos que causan náuseas, molestias, para no consumirlas más”.
Las grasas no sacian
Sorprendentemente, una comida rica en grasas no conduce a esta remodelación neuronal. ¿Significa esto que los lípidos son menos efectivos para satisfacer el hambre? "No sabemos por qué las grasas no tienen la capacidad de estimular el mecanismo que hemos descubierto”, admite Alexandre Benani, que lejos de conformarse con esta realidad se ha propuesto desentrañar por qué los lípidos no son tan saciantes y expone diferentes hipótesis: “Creemos que las grasas bloquean el mensaje de glucosa. ¿Cuál es el propósito de esto? Tampoco lo sé. ¿Tal vez promueve el almacenamiento de energía grasa en el tejido adiposo, siempre y cuando esta energía esté disponible, que pudo haber resistido las hambrunas en el pasado? Si es así, ¿no debería saciarse el cuerpo con grasa para almacenarla? Esta es una suposición”.
Los hallazgos sobre la relación de la glucosa y la saciedad también tienen aplicación a la salud humana. Por ejemplo, para explicar la polifagia que suelen tener las personas diabéticas, en las que, según este científico, “la señal de la glucosa siempre es alta ya que el cerebro no la percibe correctamente”.
Las investigaciones se han desarrollado en ratones, aunque Benani sostiene que son trasladables a los humanos.
La investigación tiene una aplicación práctica para su director: “Las personas sanas deben evitar el consumo de edulcorantes, pero sí pueden tomar un pequeño dulce (por ejemplo, chocolate) como postre o con el café”.
Hay personas que son capaces de ingerir enormes cantidades de comida sin pestañear. Son como un saco sin fondo. Nunca se ven saciadas. Y esto es un problema, más ahora, cuando el mundo está enfermo de obesidad: 1.900 millones de personas en el mundo tiene sobrepeso y más de 650 millones son obesos, según las cifras que maneja la Organización Mundial de la Salud (OMS). La necesidad de concienciar a la sociedad de esta situación lleva a que se haya instaurado el 4 de marzo como el Día Mundial de la Obesidad.