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El factor Kirsty: ahora los 'influencers' quieren que seamos buenos
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El factor Kirsty: ahora los 'influencers' quieren que seamos buenos

Los 'influencers' empiezan a convertirse en una especie de guías morales y empresarios de la bondad, ya sean profesores de gimnasia, nutricionistas, 'influencers' de la crianza (en serio) o fisioterapeutas

Foto: Kirsty Godso (Fashionista)
Kirsty Godso (Fashionista)

Al principio era solo mi profesora de gimnasia. Se llamaba Kirsty, era neozelandesa y debería haber advertido ya entonces que era demasiado buena para mí. Había entrenado a la tenista Maria Sharapova, la modelo Kaia Gerber y varias "it girls" y protagonistas de las revistas de moda estadounidenses. Pero me funcionaba: gracias a la aplicación en la que daba clases, volví a hacer deporte tres o cuatro días a la semana. Podía entrenar en casa, era barato y cuando pasaba por delante de un espejo me miraba y me parecía que había bajado un poco de peso. Kirsty me gustaba. Kirsty me hacía bien.

Luego todo empezó a complicarse porque Kirsty no solo quería ser profesora de gimnasia. En la aplicación, además de los programas y los entrenamientos divididos por el tipo de ejercicio, aparecían sesiones diseñadas para tu estado de ánimo: ¿enfadado? ¿Resuelto? ¿Nervioso? Kirsty también empezó a darme consejos sobre nutrición y recetas: batido de plátano y coco, huevos revueltos con aguacate. Googleé a Kirsty y descubrí que era una estrella. La llamaban “fitfluencer” y la entrevistaban en todas partes para que hablara de moda, de sus negocios —entre ellos, una empresa de polvo de proteína—, sus patrocinadores —entre ellos, una empresa de protección solar— y su filosofía de vida tras dejar en un segundo plano los entrenamientos. “Todavía estoy centrada en la wellness, pero no solo en el fitness”, decía en una entrevista en una publicación llamada, apropiadamente, Fashionista. “He estudiado nutrición deportiva y siempre intento educar a la gente sobre los ingredientes, bien sean para el cuidado de la piel o en la comida”, decía. Kirsty quería educarme. No he vuelto a abrir la aplicación.

Kirsty Godso es solo un ejemplo más de la tendencia que tienen los influencers a convertirse en una especie de guías morales y empresarios de la bondad. Sean profesores de gimnasia, nutricionistas, influencers de la crianza (en serio) o fisioterapeutas, sienten que su especialidad profesional se les queda pequeña. Con un lenguaje tomado de la divulgación científica, entre citas de estudios y algunas palabras oscuras para recordarnos que dominan disciplinas de las que nosotros no tenemos ni idea, van introduciendo poco a poco recomendaciones que ya no están dirigidas a estar en forma, criar juiciosamente a los hijos o comer de manera razonable: quieren guiarnos para que tengamos una vida moralmente buena. Se trata de un negocio pujante y me alegro por ellos: escriben libros, crean empresas con decenas de empleados, reciben patrocinios y dan cursos y charlas. Nada que no hayan hecho los profesionales de éxito en el siempre codiciado mercado de los consejos, aunque tradicionalmente se sirvieran de los medios de comunicación y no de las redes sociales para construir su carrera. Quienes nos dedicamos a generar “contenido” sabemos que a veces hay que ampliar los temas que se tocan porque, si no, se queda uno sin “contenido” que crear. Mi pregunta, simplemente, es: ¿por qué estamos convirtiendo en algo moral —virtuoso o perverso— cuestiones como la gimnasia o los aguacates, por no hablar de los tiempos de la lactancia?

Perplejidad

Insisto en que mi perplejidad no es ante los influencers, sino ante los ciudadanos aparentemente autónomos y sensatos que necesitamos recibir de manera constante juicios morales sobre nuestras actividades cotidianas. Sobre todo cuando existe una disonancia tan clara entre la mentalidad de estos prescriptores y la de cualquier individuo común. Es lógico que para un profesional de la salud esta sea lo primero, e intente convencernos de que nuestra mayor preocupación debe ser estar sanos y prolongar al máximo la vida; por eso tienen sentido interno que nutricionistas afirmen que el consumo de alcohol es “injustificable” o que “no existe consumo seguro de azúcar”. Sin embargo, eso no tiene ningún sentido si crees que el fin de la vida no solo es vivir mucho, sino pasártelo un poco bien. Quizá solo una influencer de crianza nos pueda decir que estamos desconectados de “nuestros bebés como especie, como cultura” porque el diccionario de la RAE da un matiz despectivo a la palabra “mamitis”, lo que trasluce, dice la influencer, “lo enferma que está esta sociedad”.

¿Por qué necesitamos que estos influencers nos repitan y recuerden que somos seres profundamente imperfectos?

Tal vez solo un profesional del ejercicio como Kirsty pueda decir, ay, que necesitamos un “espacio creativo para los rebeldes del fitness”. Todo eso está muy bien para los profesionales, pero es imposible para los ciudadanos que trabajan ocho horas o se deprimen porque están en paro, que tienen hijos o a un abuelo pachucho. Entonces, ¿por qué necesitamos que estos influencers nos repitan y recuerden que somos seres profundamente imperfectos, y que solo con su guía emprenderemos el camino hacia la virtud? La respuesta sencilla, supongo, es que nos gusta.

Vivimos en una era de abundancia de la información. Muchas veces esta resulta contradictoria y difícil de interpretar, pero es suficiente para hacernos una idea de los consensos más habituales acerca de cuestiones como el ejercicio, la alimentación o la crianza, y para poderlos adaptar a la forma de vida que hemos decidido llevar. A estas alturas los gurús son redundantes, si lo que buscamos es conocimiento. Pero claro, si lo que queremos es disciplina, que nos regañen y nos enseñen ejemplos morales que con su sacrificio han logrado hacer las cosas mejor que uno, sin duda tienen sentido. Ahora bien: eso se parece más a, como se ha hecho tradicionalmente, consultar a los curas que, como quieren transmitirnos, a la ciencia.

Al principio era solo mi profesora de gimnasia. Se llamaba Kirsty, era neozelandesa y debería haber advertido ya entonces que era demasiado buena para mí. Había entrenado a la tenista Maria Sharapova, la modelo Kaia Gerber y varias "it girls" y protagonistas de las revistas de moda estadounidenses. Pero me funcionaba: gracias a la aplicación en la que daba clases, volví a hacer deporte tres o cuatro días a la semana. Podía entrenar en casa, era barato y cuando pasaba por delante de un espejo me miraba y me parecía que había bajado un poco de peso. Kirsty me gustaba. Kirsty me hacía bien.

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