Hiperempatía: ¿qué pasa cuando los demás te importan demasiado?
Llorar por la pérdida de un ser querido es normal. Lo extraño sería no hacerlo. Pero si ese llanto nace de la pena de otra persona, quizá estés absorbiendo una emoción ajena
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A priori, uno piensa que ser muy empático es mucho mejor que ser empático a secas. Y es que, la lógica nos lleva a pensar que si ponerse en el lugar del otro y comprender sus emociones, tanto las positivas como las negativas, ya es uno rasgo de la personalidad plausible, ¿cómo no va a ser doblemente encomiable ser hiperempático?
Bien, pues lo cierto es que la hiperempatía o la capacidad que tienen determinadas personas por comprender el dolor ajeno y sentirlo como propio de un modo desproporcionado, trae más problemas que beneficios, aunque depende del contexto.
“En el lado positivo, supone ser más sensible a las emociones de los demás, lo cual ayuda a entenderles mejor y, por tanto, también contribuye a que se les pueda ayudar de un modo más eficaz. Asimismo, es más sencillo establecer la conexión emocional con los otros”, señala Rodrigo Martínez de Ubago, psicólogo clínico y colaborador docente de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, quien además considera que esta capacidad puede ser de mucha utilidad en ciertas profesiones del ámbito de la psicología, la educación o la medicina.
Además, el experto también ve en la hiperempatía una buena herramienta si nos dedicamos a profesiones que requieren detectar voluntades y emociones, como, por ejemplo, en la mediación y resolución de conflictos.
También encontramos ventajas en el mundo del arte y la literatura, ya que la hiperempatía está relacionada con una alta creatividad y un pensamiento introspectivo, lo que permite desarrollar una gran profundidad emocional.
Emociones ajenas que hacemos propias
Esos aspectos que juegan a favor del hiperempático quedan ensombrecidos por otros que corren en su contra. Así, "cuando las emociones dependen de las de los demás, es fácil perder el control. Estas personas son demasiado sensibles y propensas a sentir emociones que en realidad no son suyas”, apunta el experto.
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De hecho, llevado al extremo, estas personas pueden llegar a sufrir trastornos de ansiedad, estrés crónico y fatiga emocional, debido a la apropiación de las emociones de su entorno. “Esto dificulta la toma de decisiones, debido a la influencia del estado emocional de los demás. La hiperempatía también genera problemas de identidad, ya que las personas que tienen este rasgo pueden confundirse entre sus propias emociones y las ajenas”.
También desencadena consecuencias más allá de la salud mental propia. En este sentido, de Ubago señala que los efectos negativos de la hiperempatía se reparten en diferentes esferas. "En la laboral y en profesiones con un alto contacto humano, como en psicología, enfermería o educación, puede llevar al agotamiento emocional y al burnout. En las relaciones familiares y sociales, -continúa el experto- estas personas pueden volverse dependientes emocionalmente, o sentirse abrumados por la carga emocional de sus seres queridos. Y en las relaciones de pareja, algunas tienen dificultades para poner límites emocionales, lo que puede generar dinámicas de codependencia".
No son (necesariamente) unos "santos"
Es importante dejar claro que ser hiperempático no es algo elegido. Este tipo de persona no puede evitar sentir en carne propia sentimientos que no son realmente suyos. De hecho, las emociones que hace suyas no proceden necesariamente de un entorno conocido. No siempre se trata del dolor de un hermano, un amigo, un compañero de trabajo, ni siquiera tiene que ser una persona conocida. En la hiperempatía, las emociones resuenan en exceso. "Sienten muchas emociones y con más intensidad que los demás, sean quienes sean, ya que ni siquiera tienen por qué tener un vínculo con ellos", señala el profesor de psicología.
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Por otro lado, a pesar de que los hiperempáticos suelen ser percibidos como buenas personas, que nos entienden y que se hacen cargo de nuestras emociones, la realidad es que, en demasiadas ocasiones, el hiperempático no lo pasa bien, ya que "no desea sentir las emociones que está sintiendo", remarca Martínez de Ubago.
Empatía vía genética
Esta compasión extrema no responde a la voluntad del que la posee. De hecho, según el experto, ni siquiera se considera que la causa principal de la hiperempatía sea el entorno. "Cada vez hay más estudios que demuestran que su origen está en la biología. En general, la sociedad tiende a pensar que estas características, como los rasgos de personalidad, son adquiridas y se aprenden. Sin embargo, lo cierto es que son características fundamentalmente innatas", asevera el profesor. Y añade: “Uno es más empático por los genes que le han transmitido sus padres que por la educación que haya recibido”.
Se es más empático por los genes que le han transmitido sus padres que por la educación que haya recibido
Además, “la hiperempatía parece ser más frecuente en personas altamente sensibles y en aquellas que han experimentado traumas tempranos, lo que sugiere que la interacción entre la genética y las experiencias de vida puede potenciar este rasgo”, apunta el psicólogo.
Ese dolor no es tuyo
Partiendo de que este exceso de solidaridad emocional no es bueno para el que la posee, se hace necesario aprender a controlarla. Para ello, “en primer lugar, hay que ser consciente del problema. A partir de ahí, hay que trabajar el paso de una empatía emocional a una cognitiva, por ejemplo, integrando pensamientos tales como 'puedo entender cómo te sientes, pero yo no me sentiría igual si me pasara lo mismo que a ti'".
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Además, sería muy recomendable tomar cierta distancia, incluso física, con el otro. “Cada vez que la persona detecte que está sintiendo hiperempatía debe hacerse consciente de que las emociones del otro son un problema del otro, y evitar sentirlo como propio”, aconseja el experto.
Estas recomendaciones forman parte de varias estrategias para regular la hiperempatía y evitar que se convierta en una carga emocional. Entre ellas, está la terapia cognitivo-conductual (TCC), que emplea técnicas para distinguir las emociones propias de las ajenas y así prevenir la fatiga emocional.
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El mindfulness puede ser una buena herramienta para observar las emociones sin absorberlas completamente. También se recomienda la desensibilización gradual, que implica exponerse de forma controlada a estímulos emocionales para fortalecer la resiliencia. En paralelo, es clave aprender a establecer límites emocionales y aplicar técnicas de desapego, es decir, ayudar a los demás sin absorber su sufrimiento.
A priori, uno piensa que ser muy empático es mucho mejor que ser empático a secas. Y es que, la lógica nos lleva a pensar que si ponerse en el lugar del otro y comprender sus emociones, tanto las positivas como las negativas, ya es uno rasgo de la personalidad plausible, ¿cómo no va a ser doblemente encomiable ser hiperempático?