Dos intentos de suicidio y rezar todos los días hasta las cuatro de la madrugada: el infierno de vivir con TOC
Los expertos explican que la pandemia empeoró las tasas de prevalencia en poblaciones vulnerables, como las personas que ya tenían problemas en salud mental
José Antonio comenzó a presentar síntomas de trastorno obsesivo-compulsivo, más conocido como TOC, durante su segundo año de instituto. Sufría acoso escolar y en los recreos, mientras sus compañeros jugaban, él rezaba y pedía que acabaran las agresiones y los insultos.
Más tarde aparecieron los rezos a media noche y el problema fue a más: “No dormía. Empezaba a las once de la noche y me acostaba a las cuatro de la mañana”. Al rezo hasta altas horas de la madrugada se unió una obsesión por limpiar excesivamente: “Me lavaba las manos o limpiaba la tapa del váter durante 40 minutos”.
Y durante la pandemia, la situación se desbordó para este joven de 21 años. “Mis padres veían mi comportamiento, pero hasta que no conté lo que me pasaba no supieron lo que estaba viviendo”.
En ese momento, ningún miembro de su familia, ni siquiera él, sabían ponerle nombre a lo que pasaba. Entonces, su madre buscó en un libro de psicología que tenía por casa para ver si alguno de los síntomas que presentaba José Antonio encajaba con la descripción de alguna de las dolencias descritas en el mismo.
Al día siguiente de contarlo, llamaron a salud mental del Servicio Andaluz de Salud (SAS) y un mes después le dieron cita en psiquiatría y también en psicología. Sin embargo, las visitas no eran suficientes: “Tenía una cita cada dos meses y medio. Mi familia tuvo que buscar un psicólogo privado”.
Y así fue como José Antonio y sus padres se trasladaron de Málaga a Granada en busca de respuestas. Allí la Asociación TOC Granada les ayudó mucho, pero aun así los servicios de las consultas eran de pago. “Llegué a la asociación como última opción, no tenía esperanza de vivir. Intenté quitarme la vida dos veces durante la pandemia”, confiesa.
Según comenta la doctora en Psicología, Noelia Morán Rodríguez, la prevalencia de TOC en España es del 1% aproximadamente y aunque sea un porcentaje muy bajo, la pandemia empeoró las tasas de prevalencia: “Sobre todo en poblaciones particularmente vulnerables, como las personas que ya tenían problemas en salud mental, trabajadores sanitarios, mujeres embarazadas o personas infectadas por covid”.
José Antonio sigue teniendo cita psicológica online una vez a la semana, aunque ya tiene el alta en psiquiatría: “Soy una persona completamente diferente. Antes no me reconocía, pensaba que estaba loco y que mi vida no tenía sentido”. Ahora lucha por su sueño, que es el rap: “Empecé hace cuatro años y a día de hoy es mi motivación”.
Obsesiones y compulsiones
El TOC es un trastorno mental caracterizado por dos síntomas centrales, las obsesiones y compulsiones. “Las obsesiones hacen referencia a un conjunto de pensamientos, imágenes o impulsos que la persona reconoce que son producto de su mente y que valora como intrusivos, desagradables, inoportunos, indeseados, absurdos, indebidos y muy controlables. Uno de los problemas de las obsesiones es que dominan la vida de las personas, por más que intentan apartarlas de su mente, no pueden deshacerse de ellas y les generan mucho malestar, tensión o ansiedad.”, aclara Morán.
Además, añade que las obsesiones pueden contener temáticas muy variadas, de tal manera que una misma persona puede presentar distintos subtipos de obsesión. “Una persona puede tener obsesiones relacionadas con la contaminación y cuando va en el metro o en el autobús le pueden asaltar pensamientos intrusivos sobre la posibilidad de contagiarse al tocar algo y sobre lo catastrófico que será”, ejemplifica Morán.
"La persona se siente obligada a hacer algo, habitualmente de forma ritualizada, para neutralizar o prevenir la obsesión"
“Esto nos hace comprender que las obsesiones no se limitan a simples preocupaciones de la vida cotidiana, sino que tienen un contenido más complejo y grave para la persona. Sean cuales sean las obsesiones se dan de forma tan persistente, tan frecuente y son vividas con tanto malestar que la persona comienza a realizar diferentes actos o comportamientos para tratar de neutralizarlas o prevenirlas, esto son las compulsiones”, manifiesta.
Según Morán, las compulsiones están al servicio de las obsesiones, ya que el individuo “se siente obligado a hacer algo, habitualmente de forma ritualizada, para neutralizar o prevenir la obsesión”: “Por ejemplo, la persona con obsesiones relacionadas con que el impulso a hacer daño a algún ser querido puede repetirse el mismo número de veces que no es una persona agresiva y que quiere a sus familiares para reducir así el malestar y, puede tratar de evitar tener cuchillos cerca cuando está a solas con sus familiares”.
Igualmente, afirma que la combinación de las obsesiones y compulsiones “ocupan una parte sustancial del tiempo diario de la persona, generan un intenso malestar y no le dejan hacer su vida como les gustaría hacerlo”: “Es cuando hablamos de la intensa interferencia del TOC que se traduce en sufrimiento personal, problemas de salud, problemas laborales o interpersonales”.
Por su parte, Luis Agüera, vocal de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (SEPSM) puntualiza que dentro del TOC existe un amplio espectro de gravedad y que hay personas con ciertos rasgos de personalidad que no constituyen una enfermedad que tienen un carácter evolutivo: “Hay veces que los niños pequeños, de seis o siete años (y más los niños que las niñas), pueden tener la necesidad de ordenar, de la simetría o de repetir una frase o una canción. Algunos de estos fenómenos le ocurren a todas las personas y no es anormal porque desaparecen de manera espontánea cuando el niño madura psicológicamente. Pero si con 13 o 15 años empieza a haber muchas compulsiones, pues sí se debe examinar y ver si puede necesitar tratamiento”. “Las personas con TOC nunca están seguros de que es suficiente. Fregar una sartén 20 veces te impide llevar una vida normal”, anota.
Tratamiento
El trastorno tiene dos tratamientos fundamentales: psicoterapia, fundamentalmente de tipo cognitivo-conductual, y fármacos. “Es una de las enfermedades psiquiátricas más difíciles de tratar, es un problema complejo. En pacientes extraordinariamente graves, que están bloqueados y no pueden funcionar, se implantan electrodos en el cerebro para disminuir o eliminar la enfermedad. En otros casos, también muy dramáticos, tocan los núcleos del cerebro mediante un procedimiento quirúrgico de neurocirugía y le devuelven la vida a estas personas”, concluye.
A su vez, Morán precisa que una de las variables que influye en el éxito de las intervenciones es el tiempo que se haya tardado en acudir a tratamiento: “Sabemos que no siempre se acude de forma inmediata”. “Dentro de las razones que explican esta tardanza encontramos primero la idea de que debería poder controlar los síntomas y segundo la vergüenza, el miedo al rechazo o a la visión que los demás tendrán de ellos/as por su problemática. Para muchas personas con TOC, hablar sobre sus obsesiones y compulsiones supone enfrentarse al estigma social sobre los problemas en salud mental”, anota.
“Todavía se siguen pensando cosas como, por ejemplo, que una persona con un TOC es una persona más débil, menos válida, que es un maniático, que son peligrosos o que es su culpa estar así. Nada más lejos de la realidad, estas personas no quiere tener TOC. Tienen una serie de dificultades que precisan de ayuda, y no se limita a la intervención psicológica o farmacológica, sino que se extiende a la comprensión, acompañamiento y apoyo de las personas que le rodean y del conjunto de la sociedad”, continúa.
Al hilo de este mensaje, José Antonio confiesa que la sociedad no es consciente del “infierno” que es padecer TOC: “No saben lo que es. Me da rabia cuando escucho a alguien decir: ‘Esto me da TOC’”.
José Antonio comenzó a presentar síntomas de trastorno obsesivo-compulsivo, más conocido como TOC, durante su segundo año de instituto. Sufría acoso escolar y en los recreos, mientras sus compañeros jugaban, él rezaba y pedía que acabaran las agresiones y los insultos.
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