"Cambié la medalla olímpica por matar órganos de mi cuerpo e ir en silla de ruedas. Casi me muero"
Miriam tiene un 74% de discapacidad física. No nació con ella, fue a raíz de una enfermedad. Todo comenzó con un leve hormigueo y acabó con un ingreso en la UCI
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"Mi padre era atleta profesional y yo siempre he tenido el deporte presente. Me enseñó el afán de superación y lucha". Así comienza la historia de Miriam Martínez Rico, plata en lanzamiento de peso en los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020, celebrados en 2021.
La joven de 34, natural de Ibi (Alicante), no nació con una discapacidad, sino que fue adquirida, a causa de una enfermedad que ni siquiera sabía que padecía. En 2018 comenzó a sentir un hormigueo, pese a que era extraño, sentía quemazón y solo se manifestaba en el lado izquierdo del cuerpo. No le dio demasiada importancia.
A los tres meses, durante una visita al odontólogo, contó lo que le ocurría y fue allí donde la alertaron por primera vez: "Algo no va bien, ve al médico. Aquí no detectamos nada, pero no cierras bien con esa parte de la boca". Sin embargo, tampoco fue entonces cuando acudió a un profesional. Esto pasó en julio, Miriam trabajaba como ingeniera de edificación y en noviembre, trasladándose a su nuevo destino, Bilbao, sintió que su pierna se dormía. "Será un bajón de azúcar", pensó. Cuando llegó, se fue a entrenar, algo que acostumbraba a hacer todos los días: "Intenté saltar un banco, me di, me hice una herida y no sentía dolor", confiesa a este periódico.
De pronto, la sensación de hormigueo se extendió a su mano: "Decidí que irme a dormir sería la mejor opción, pero me levanté peor. No era capaz de encender la alcachofa de la ducha y se me cayó la taza de café. Me voy a trabajar y veo que las conversaciones me llegan con lentitud". Fue entonces cuando acudió al hospital. "Me acuerdo de que tuve que dictarle a Siri la dirección, no me acuerdo ni de cómo llegué", narra.
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Tras unas horas, el equipo médico de un hospital de Bilbao le explica a Miriam cuál cree que es el diagnóstico: esclerosis múltiple. "Me dicen que han llamado a mi madre, que venía desde lejos, y mi padre en ese momento estaba en Catar. Por la noche me quise mover y me di cuenta de que medio hemisferio de mi cuerpo estaba totalmente inactivo. Pensaba que me estaban quemando con un soplete", asegura.
A las 24 horas de su ingreso, la alicantina comenzó a convulsionar y ese fue el principio de 23 largos días en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). "Mi cuerpo empezó a fallar de manera orgánica, los doctores le dijeron a mi madre que tenía daño cerebral, lesiones desmielinizantes, pero que no veían el foco, que rezara todo lo que pudiera", describe.
Todavía recuerda que le llegaban, a través de un pequeño ventanal, las luces rojas y blancas de San Mamés: "Eso hizo que no tirara la toalla"
Todavía recuerda que le llegaban, a través de un pequeño ventanal, las luces rojas y blancas de San Mamés: "Eso hizo que no tirara la toalla, el fútbol siempre ha sido mi pasión. Pensé que si ellos corrían en ese estadio, yo podría intentar hacerlo de nuevo. Los médicos flipaban, me decían que no sabían si volvería a tragar o hablar".
Tras las semanas más críticas, Miriam decide trasladarse al hospital de Alicante para estar cerca de su círculo: "Mi madre condujo nueve horas y yo iba con un pañal y una vía. Cuando sales del hospital quieres volver a ser la persona de antes, pero la realidad es que ya has perdido tu vida".
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Y, efectivamente, el volver a correr se convirtió en su meta. "No quería convertirme en una carga, opté por callarme todos mis dolores. Hay gente que se queda en esa cama pensando por qué le pasa eso, yo peleé desde el primer minuto por mi rehabilitación. Tuve que aprender a tragar saliva, vestirme o atarme los cordones y eso es duro y cruel", reseña.
Fueron, en total, cinco meses de ingreso, sumado a un mes y medio acudiendo a diario al hospital de día. Primero, volvió a pisar el suelo acompañada de un andador: "Iba un día por la calle con mi padre, habían pasado seis meses, me giré y le dije: 'Papá, yo voy a ir a las paralimpiadas'. Justo estaban los almendros floreciendo y pensé que si aguantan todo el frío del invierno, yo también nacería de nuevo".
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Miriam pasó por varias fases, después del andador vinieron las muletas y, por último, una férula que le ayudaba a caminar. Tan solo era septiembre de 2019, no se había cumplido ni un año de su ingreso. "Mi padre me preguntaba cada mañana: 'Miri, ¿a qué estás dispuesta hoy?'. Lanzábamos la red de la piscina como si fuera una jabalina, intentábamos correr y si me caía, al día siguiente lo intentábamos otra vez", rememora.
Un día, en 2020, recibió una llamada muy esperada: la propuesta de entrenar con la selección española de atletismo paralímpico. En noviembre de ese año, ganó el campeonato de España de lanzamiento de peso. Entrenaba cada día, sin rendirse. De hecho, intentó volver a Bilbao a trabajar, pero la mutua dictaminó que, con un 74% de discapacidad física, no podía. "Yo quería tener 29 años y ser independiente, no 89 y dependiente", expone.
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Empezó entonces a entrenar hasta ocho horas diarias para llegar a los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020, algo que empeoró su salud: "Pensaba que los JJOO sanarían todo, pero fue una huida de la realidad y un error. Lo pagué todavía más con mi cuerpo, dejé mi vida por el camino. No quería aceptar mi grado de discapacidad ni la degeneración de mi enfermedad. Lo malo es que a todo el mundo le daba igual cómo estuviera, era un caballito ganador y se sumaban a mi carrera deportiva". Además, confiesa que se hizo cargo de todos los gastos, ya que no recibió ningún tipo de beca.
Pese a sufrir una crisis en plena ceremonia de apertura de los juegos, seis días antes de competir, consiguió subirse al podio con la medalla de plata en la final de peso de la clase F36: "Quería llegar a Tokio porque era mi sueño, pero me fui degenerando. Sentí que había muerto físicamente, aunque había devuelto espiritualmente todo a mi familia".
Después de los aplausos de los equipos tras su debut, se desmayó. "No me podían ni medicar por vía oral, me ingresaron en el hospital y desde ahí nunca más me quitaron el sondaje, mi vejiga colapsó. Cambié la medalla por matar órganos de mi cuerpo e ir en silla de ruedas. Casi me muero", declara.
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Cuenta que a partir de ese momento, su vida "cayó en picado": "Perdí la beca que me correspondía por ganar la plata porque mi enfermedad había evolucionado y me tenían que reasignar una nueva categoría. Nadie me ayudó, solo el director de la residencia madrileña Joaquín Blume, José Ramón López".
Igualmente, afirma que 2022 fue "el peor año" para su salud. "Me sometí a tratamientos de quimioterapia e inmunoterapia para intentar 'domar' las células de mi cuerpo", continúa. Tras un octavo puesto en el Mundial de Atletismo adaptado de París de 2023, empezó su verdadero proceso de aceptación: "Fue la peor competición de mi vida. Lo pasé muy mal y fue muy duro amar el sufrimiento, pensaba que si no era deportista paralímpica de élite todo el mundo me dejaría de querer. Elegí mi vida a ir a los JJOO de París 2024".
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En octubre de 2024, la tuvieron que intervenir de nuevo, esta vez de la vejiga: "Me la rehicieron, ahora llevo un cable con una bolsa porque ya no funciona. Me indujeron al coma porque mi corazón no soportaba tantas horas de operación".
A día de hoy, su objetivo es competir en JJOO de Los Ángeles 2028, pero esta vez con un nuevo deporte, el piragüismo. Además, ha creado una asociación, Vida Contigo. "Es el proyecto de mi vida. No quiero que nadie se vuelva a sentir como yo, es importante que tengan un acompañamiento, alguien que les diga que les entiende. Esta situación a mí me ha afectado negativamente a la salud mental, me ha creado incertidumbre, he pasado por oncología y he visto a compañeras morir", concluye.
"Mi padre era atleta profesional y yo siempre he tenido el deporte presente. Me enseñó el afán de superación y lucha". Así comienza la historia de Miriam Martínez Rico, plata en lanzamiento de peso en los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020, celebrados en 2021.