Éxtasis a los 14, recaídas y miedo a "terminar en una cuneta": historia de 23 años de adicciones
Sergio Jerez dejó de consumir en 2016. Estudió un título en intervención de adicciones y ahora acompaña a otras personas en su rehabilitación
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La movida madrileña supuso una explosión de libertad y creatividad. Los jóvenes salían con chaquetas de cuero, cinturones grandes, hombreras o cardados en el pelo y grupos como Hombres G o Alaska y los Pegamoides sonaban sin parar en las salas de música. Sin embargo, el peor capítulo de la década de los 80 fueron las drogas.
Tanto fue así que años más tarde, en 1993, al Ministerio de Sanidad ya le preocupaba el incipiente consumo de drogas de diseño parecidas a las anfetaminas en algunos ambientes festivos. En concreto, mencionaban el éxtasis o MDMA en su memoria del Plan Nacional Sobre Drogas de ese mismo año.
En aquel momento, Sergio Jerez, el protagonista de esta historia, era un adolescente de 14. Vivía en Alcobendas y empezaba a salir por la noche. Un día un amigo le ofreció una pastilla de éxtasis que fue el desencadenante de 23 años de adicción. Recuerda que al principio consumía de forma "recreativa y experimental" los fines de semana.
Fue la tónica general durante unos tres años. A partir de ahí le empezó a sentar mal esta droga y los días después de la fiesta eran "devastadores", con vómitos, bajones emocionales y cierta paranoia. Hasta que una noche, le ofrecieron una "pócima mágica": vodka con naranja y cocaína.
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Las salidas nocturnas se incrementaron y hasta se bebía alguna cerveza fuera del fin de semana. Con 20 años ya sumaba un día a sus juergas, los jueves. "Ahí ya era adicto, pero no percibía ningún tipo de riesgo, lo normalizaba", cuenta en conversación con El Confidencial.
Mientras sus fiestas eran sagradas, porque salía "cuando le apetecía", por el día estudiaba un ciclo formativo de grado superior de Administración y Finanzas. Confiesa que con 25 años se bebía "ocho copas como mínimo" y lo acompañaba con "un gramo de cocaína". Fue entonces cuando sus amigos de toda la vida le empezaron a dejar de lado: "Se dieron cuenta de que mi ritmo era otro, ellos se iban a casa a las cinco de la mañana y yo a veces me presentaba a las 14 del día siguiente, todavía sin dormir. Alucinaban y yo me iba aislando en el consumo cada vez más".
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¿Y qué hacía si nadie le seguía? Salir solo a las discotecas. Aunque los estudios no los había abandonado, tardó seis años en graduarse en Turismo. "Tenía un examen de historia del arte el jueves y me lo preparaba. De pronto sentía craving [deseo o necesidad por alcanzar el estado psicológico que ofrecen las drogas] y no me presentaba. Me autoengañaba, me repetía que, como ya me lo sabía, no tendría que estudiar para la recuperación. Eso era síntoma de que mi problema era grave", afirma.
Con 28, Sergio acaba su grado y comienza un "momento de paroxismo enorme" que se tradujo en episodios de consumo cada vez más habituales: “Condicionaban toda mi vida”. Seguía pasando el tiempo, pero la situación no mejoraba. "Cada día que salía me perdía por Madrid con lo peor de cada casa. Una voz interna me empezaba a avisar del peligro, de hecho, tenía miedo de acabar en una cuneta. Eso influyó bastante en que yo tomase acción y pidiera ayuda", manifiesta.
Aunque iba esporádicamente a un Centro de Atención Integral a Drogodependencias (Caid), para justificar la adicción ante la pareja que tenía en aquel momento y su familia, seguía consumiendo: "Se suponía que iba allí de forma libre y manipulaba los controles con la orina de otras personas". Tras más de dos años de mentiras, le confesó todo a su psicóloga del centro: "Estaba destrozado, le dije que por favor me ayudara a internarme en alguna clínica".
"Consumía todos los días, desde las 12 de la mañana bebía cerveza y lo alternaba con cocaína. Aquel verano fue de los peores de mi vida"
En mayo de 2012 ingresó en una clínica de Madrid: "Yo esperaba que se obrase un milagro, pensaba que cuando saliera de allí sería una persona nueva, sin tener en cuenta el trabajo interno que hay que hacer para superar una adicción". Por ese motivo, tras varias semanas sin salir, en el primer permiso de 12 horas que le concedieron, se bebió unas cuantas cervezas. "Lo hablaba con algún compañero y me decía ‘¿Tú estás loco?’. Mi trampa en ese momento era que yo iba a dejar la cocaína, que era lo chungo, el alcohol no. Al fin de semana siguiente me lo dieron libre y ya la cagué del todo. El lunes a las 9 de la mañana tenía que regresar al centro, me expulsaron y no pude volver ni a por mis cosas", describe.
Ese episodio le marcó, ya que lo vivió como un fracaso: "Me afectó muchísimo. Consumía todos los días, desde las 12 de la mañana bebía cerveza y lo alternaba con cocaína. Aquel verano fue de los peores de mi vida". Sergio sabía que cerca de su casa había una asociación que trabajaba con adicciones, había pasado por delante mil veces. "Tengo que venir algún día", se decía. Y así lo hizo, en noviembre de ese mismo año acudió en busca de auxilio: "Lo que encontré en esos grupos de ayuda mutua, me fascinó y dejé de consumir".
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Recuerda cómo pasaban los meses y se encontraba bien, cada vez mejor. Tenía trabajo y logró modificar ciertas dinámicas. "Son las fases iniciales, muchas personas recaen porque se quedan en esa deshabituación. Al sexto mes, mi mente me empieza a engañar y siento que ya estoy bien y puedo hacer vida fuera de la asociación sin tener que ir a terapia. La mayoría del grupo me dice que es un error y que iba a recaer, yo no era capaz de captar lo que me querían decir", expone.
Dejó de acudir a las sesiones y se marchó a un pueblo de Teruel con menos de 4.000 habitantes: "Pensé que no tendría tantos estímulos y que podía prolongar y asentar mi abstinencia y así lo hice durante más de un año, hasta 2014. Simplemente, estaba en contención, sin hacer ningún tipo de trabajo, simplemente estaba aguantando las ganas de consumir. Eso solo tiene un camino: la recaída".
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Y fue allí, en ese ambiente tranquilo, en el que se empezó a gestar un nuevo regreso a sus patrones de consumo. "Igual algún día me daré una última fiesta", cavilaba. Efectivamente, en septiembre de 2014 salió un día a unas fiestas de un pueblo aledaño: "En mi cabeza estaba proyectado y se ejecutó. Conocí a unos chavales y me ofrecieron una pastilla. Cuando vuelves a consumir tras un periodo de abstinencia, la adicción vuelve con más fuerza, es como si tuvieras una deuda. Me volví a Madrid, a mi casa de siempre, pero mi madre estuvo hospitalizada un tiempo y estaba solo. Esa época fue terrible, salía todos los días y encadenaba tres o cuatro noches seguidas, algo que jamás había hecho".
La situación se prolongó hasta 2015, cuando Sergio volvió a esa asociación que estaba en su barrio, aunque seguía consumiendo. En 2016 el deterioro a nivel emocional era notorio. "Cada borrachera me sumía en una depresión durante cuatro días. Hasta que un compañero del grupo me sugirió que fuera más días a terapia, no solo dos. Me quedaba esa opción o seguir con la adicción y morirme. Me volqué en el tratamiento y funcionó, mi asociación los fines de semana no estaba abierta y me busqué otra en la sierra. Necesitaba una motivación para levantarme por las mañanas y darle sentido a mi vida", revela.
En 2017 cumplió un año “limpio” de drogas y se emparejó con la mujer con la que sigue actualmente: "No es casualidad". Igualmente, empezó a moderar grupos en su asociación y en otras y conoció a un psiquiatra especializado en adicciones, Gabriel Rubio: "Veía que aportaba al grupo y sentía que me podía dedicar a ello".
Por ese motivo, se animó a estudiar un título en la UNED sobre intervención en adicciones. En 2019 subió algún vídeo a YouTube hablando de alcohol, cocaína y otras drogas: "Ahora hay muchas personas que le dan voz, pero en ese momento no lo visibilizaba nadie”. En febrero de 2023 se abrió una cuenta en TikTok. “Publiqué un vídeo con dos botellas de alcohol en el supermercado, diciendo que me había destrozado la vida y llego al millón de reproducciones", admite. Hasta que un día, tiró el contenido de una botella por una alcantarilla y el vídeo se hizo aún más viral.
A partir de ahí, Sergio creó un personaje “excéntrico” con un objetivo: dar visibilidad a las adicciones. "Por tu cara sé que quieres 4.500 monsters, cocaína, fentanilo y diez fichas para el casino", dice en uno de sus vídeos mientras arroja el contenido de la bebida energética a las vías del tren: "Realmente cae a una repisa, pero juego con los ángulos". "Quiero llegar a un público joven. Si les dices que la droga es muy mala, te mandan a tomar por saco y el mensaje les puede causar rechazo", narra.
De forma simultánea, sigue ayudando a otras personas a superar su drogodependencia y acudiendo a terapia para que las redes "no se hagan con él". "Quizá el mensaje de mis vídeos es más profundo de lo que aparenta. Yo no buscaba hacerme tan viral", finaliza.
La movida madrileña supuso una explosión de libertad y creatividad. Los jóvenes salían con chaquetas de cuero, cinturones grandes, hombreras o cardados en el pelo y grupos como Hombres G o Alaska y los Pegamoides sonaban sin parar en las salas de música. Sin embargo, el peor capítulo de la década de los 80 fueron las drogas.