El gran desafío de la 'silenciosa' hepatitis vírica: "En algunas ocasiones es fulminante"
Este tipo de enfermedad transmisible se caracteriza por producir inflamación del hígado y, en su vertiente crónica, pueden llegar a provocar enfermedades hepáticas graves e, incluso, cáncer de hígado
La hepatitis vírica supone la segunda causa infecciosa de muerte en el mundo, con 1,3 millones de fallecimientos al año, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Este tipo de enfermedad transmisible se caracteriza por producir inflamación del hígado y, en su vertiente crónica, pueden llegar a provocar enfermedades hepáticas graves e, incluso, cáncer de hígado.
Este domingo, 28 de julio, está marcado en el calendario por ser el Día Mundial contra la Hepatitis. Esta enfermedad se puede desarrollar por varios motivos, como el consumo excesivo de alcohol, algunos medicamentos o enfermedades autoinmunes, pero la causa más común es la vírica. En este último tipo de la patología, el diagnóstico sigue siendo un desafío de salud pública debido al estancamiento en la tasa de cobertura de las pruebas y de los tratamientos.
Pero antes de seguir hablando de sus riesgos y retos, vamos a definir qué es la hepatitis vírica de la mano del Dr. Federico García, presidente de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC): “Un proceso de inflamación del hígado causado por un virus. Los más frecuentes son los que conocemos como virus de la hepatitis A, B, C, D y E”. Estos virus se pueden transmitir por vía fecal-oral, parenteral o sexual.
Una enfermedad silenciosa
Uno de los grandes problemas de esta enfermedad es que es una patología silenciosa. Más allá del daño que pueda ocasionar en sí, este se puede incrementar de manera exponencial simplemente porque el paciente no sepa que la padece hasta que es tarde, ya que no produce síntomas hasta que está muy avanzada.
“Especialmente en aquellas que se cronifican como son la hepatitis B, C y D, los riesgos para la salud son que una persona se infecta, no sabe que está infectada porque no produce absolutamente ningún síntoma y, dependiendo de cuál sea el virus con el que se haya infectado, en un tiempo variable entre los 10 y los 30 años puede debutar la enfermedad con una cirrosis hepática, una descompensación hepática, con eventos mucho más serios como un hepatocarcinoma o, incluso, la muerte”, alerta el experto en microbiología.
En cuanto a la hepatitis A y E, que se cronifican en menor medida, “el riesgo es que puede tener un cuadro agudo, severo e, incluso, en algunas ocasiones es fulminante”.
Y además del riesgo para uno mismo, destaca que el portador que desconoce la enfermedad “se convierte en un transmisor, con lo cual puede contagiar por ejemplo a una pareja sexual”.
Situación actual
En la actualidad están aumentando los registros de casos de hepatitis A y E, pero se trata de un derivado de un mejor diagnóstico, según explica el presidente de SEIMC.
En general, la hepatitis vírica “está en una situación de control bastante importante”. En el caso de la A y B las vacunas existentes son un arma muy efectiva. Frente a la E, aunque hay vacunas “su acceso es difícil” y en cuanto a la C “aunque no tenemos vacuna, tenemos fármacos que son muy efectivos. Si una persona tiene, se diagnostica y se trata, el 98% de se cura”.
Aunque “tengamos una buena situación no debemos bajar la guardia"
Eso sí, aunque “tengamos una buena situación, no quiere decir que debamos de bajar la guardia”, destaca García. En cualquier caso, debemos tener en cuenta que el diagnóstico de este grupo de enfermedades sigue siendo un desafío de salud pública debido al estancamiento en la tasa de cobertura de las pruebas y de los tratamientos.
Cómo conseguir el desafío de la eliminación
Uno de los grandes retos a los que nos enfrentamos en la actualidad es la eliminación de las hepatitis virales, un objetivo que la OMS se ha puesto para 2030 y en el que el Ministerio de Sanidad también está trabajando (con especial atención en la C).
Para conseguir este desafío son necesarias “políticas de detección de estos casos ocultos, que cuando se diagnostican es porque están en el estadio muy avanzado de la enfermedad”, señala el presidente de la SEIMC.
Uno de los mejores ejemplos de cómo se puede llevar a cabo lo conocíamos hace unos días. Este martes, Andalucía anunciaba su Plan Estratégico para el Abordaje de las Hepatitis Víricas 2024-2030 (PEAHEP), una hoja de ruta para mejorar la gestión de las hepatitis virales en el sur, donde el año pasado se registraron 621 nuevos casos de hepatitis vírica.
A pesar de la nueva directriz andaluza, lo cierto es que en la mayoría de regiones no existen planes de este tipo. Por ello, García reclama: “Necesitamos un mayor apoyo y una mayor concienciación sobre la situación de la hepatitis vírica y la implementación por parte de las comunidades autónomas de políticas que ya están dictadas por parte del Ministerio, pero que no está sucediendo de una manera equitativa en todo el territorio nacional”.
En cuanto a los desafíos por cada uno de los virus, respecto a la hepatitis A el microbiólogo señala que hay “que conseguir que los casos se detecten de una manera eficaz y rápida y así poder limitar su expansión”. De igual manera, hay que lograr “que los pacientes con hepatitis B y D se diagnostiquen correctamente y se pueden tratar para la infección y no haya evolución hacia descompensaciones”.
Mención aparte merece la C. El experto señala que en España nos encontramos con “un paradigma”, somos un país que está en la senda hacia eliminación de la hepatitis muy bien situación con respecto a nuestros vecinos europeos, “pero todavía hay muchos pacientes que se pueden tratar y para esto lo que hay que hacer es impulsar”.
Respecto a la hepatitis E, nos encontramos con que es un campo que está todavía “muy verde, en el que hay que explorar en cuanto a diagnóstico en a humanos, pero también en el mundo animal dentro del concepto de one health”.
La hepatitis vírica supone la segunda causa infecciosa de muerte en el mundo, con 1,3 millones de fallecimientos al año, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Este tipo de enfermedad transmisible se caracteriza por producir inflamación del hígado y, en su vertiente crónica, pueden llegar a provocar enfermedades hepáticas graves e, incluso, cáncer de hígado.
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