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Casa Alicia, tradición aburguesada (y amor por los platos de cuchara)
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Casa Alicia, tradición aburguesada (y amor por los platos de cuchara)

Aunque acaba de abrir sus puertas, tiene una cocina de siempre, tradicional, de guisos y platos de cuchara. No hay fusión, no hay tendencias; solo respeto por el producto y un toque casero para chuparse los dedos

Foto: Casa Alicia.
Casa Alicia.

No tiene nada que ver con las recientes aperturas de la capital –aunque solo lleve en funcionamiento desde enero de este año–, porque no responde al perfil de los restaurantes casi clónicos que protagonizan las inauguraciones más o menos recientes. No es un comedor minimalista, de aire 'hipster', toques industriales o muebles 'vintage'. Tampoco en la carta se encuentran baos, tiraditos o ceviches, no hay fusión (o confusión) ni terminología asiática en los platos, no. Porque estamos ante una casa de comidas, estilosa, eso sí, con platos de siempre y propuestas conocidas.

No es minimalista: estamos ante una casa de comidas -estilosa, eso sí-, con platos de siempre y propuestas conocidas

Los propietarios del exclusivo Arts Club –en la calle Velázquez– han apostado en Casa Alicia por una clientela muy del barrio de Salamanca, incluyendo a los habituales hombres de negocios. El local que antiguamente ocupara El Borbollón se ha transformado en tres espacios diferenciados en los que triunfa una estética bastante clásica, a pesar de las paredes de ladrillo visto y algún que otro cuadro de factura moderna. A la entrada hay una barra bien pertrechada (funciona con horario ininterrumpido), con barriles a modo de mesa para tapear a base de medias raciones. Arriba está el comedor, y en el piso de abajo un amplio y polivalente espacio (incluyendo dos salones privados) en el que igual se puede tomar una copa que alargar la sobremesa –algo muy propio de las casas de comidas de toda la vida– con una partida de cartas y un buen destilado.

placeholder Lentejas con oreja. Todo un clásico.
Lentejas con oreja. Todo un clásico.

Y esa es precisamente la idea; que el restaurante recupere recetas con ese indudable toque casero. Una cocina tradicional de guisos y platos de cuchara, pero también productos en los que prima la calidad, desde unas buenas conservas (anchoas, mejillones, ahumados e incluso caviar iraní) a quesos y embutidos ibéricos, o los mariscos frescos, de irreprochable calidad (como los magníficos camarones de tamaño considerable que tuvimos la oportunidad de probar). Y por supuesto están las típicas entradas entre las que no pueden faltar las croquetas, que preparan con leche de oveja, especialmente conseguidas las de jamón, con ese sabor a hueso, un puntito rancio, que tanto (nos) gusta. También es habitual la ensaladilla de marisco, una propuesta que no termina de convencer, no solo por su parquedad en el marisco, sino por su sabor dulce (lleva ajo negro, que al estar fermentado tiene un tono dulzón, a regaliz), inapropiado para una ensaladilla rusa. Pueden pedirse asimismo cualquiera de sus productos de temporada (alcachofas, espárragos) y siempre la tortilla, los torreznos o unos huevos fritos con patatas o pisto.

Los propietarios, artífices también de la carta –no quieren desvelar el nombre del jefe de cocina, razón que no alcanzamos a comprender– pretenden que la cuchara tenga protagonismo en el menú. Por eso ahí están las lentejas con oreja, los garbanzos con bacalao, la fabada o la crema Alicia (de calabacín), sencilla pero con un punto picante de pimienta. Merece la pena probar sus suaves escabeches –quizás algo faltos de personalidad–, como el de perdiz, que llega a la mesa con el ave entera, que el camarero deshuesa y prepara delante del comensal, un detalle cada vez más infrecuente que es de agradecer.

placeholder Cocochas a la bilbaína.
Cocochas a la bilbaína.

Con los segundos llegan igualmente los pescados clásicos, bacalao, lenguado, merluza, rape, cocochas, que preparan al gusto del cliente (plancha, horno, pilpil, bilbaína), una materia prima que no requiere de disfraces. Y con las carnes, los callos, las carrilleras, el rabo de toro, la presa ibérica o los típicos cortes de carne roja, además de steak tartar, propuesta que se ha vuelto imprescindible en la restauración madrileña.

El toque dulce sigue el mismo patrón: tarta de manzana, arroz con leche, carpaccio de frutas…, con un idéntico nivel de cocina razonable, que no depara sorpresas pero pensada al gusto de la mayoría. Destacable servicio de sala, de la vieja escuela, comandado por Ricardo Prado (con amplia experiencia en el grupo Oter) y una bodega más que correcta, con una selección de vinos por copas, espumosos y jereces.

Casa Alicia. Recoletos 7. Madrid. Tel: 91 296 65 20.

Precio medio: 45-60 euros. Cierra las noches de los domingos y de los lunes.

No tiene nada que ver con las recientes aperturas de la capital –aunque solo lleve en funcionamiento desde enero de este año–, porque no responde al perfil de los restaurantes casi clónicos que protagonizan las inauguraciones más o menos recientes. No es un comedor minimalista, de aire 'hipster', toques industriales o muebles 'vintage'. Tampoco en la carta se encuentran baos, tiraditos o ceviches, no hay fusión (o confusión) ni terminología asiática en los platos, no. Porque estamos ante una casa de comidas, estilosa, eso sí, con platos de siempre y propuestas conocidas.

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