La importancia del consumo de proteínas durante la vejez
La limitación de la ingesta de proteínas hace que el músculo pierda calidad y reduzca su fuerza y capacidad funcional
Sentados en un banco del parque, sus piernas trabajan al unísono. Con una cadencia pausada, pero constante, dos ancianos pedalean en una de las máquinas existentes en un parque cercano a su domicilio. Un ejercicio que unido a la necesaria ingesta de proteínas en la dieta en edades avanzadas palía la pérdida de masa muscular. El envejecimiento produce cambios en la composición corporal que induce a una pérdida progresiva de la masa magra, o masa muscular, y una mayor acumulación de masa grasa.
“Una mayor pérdida de músculo implica mayor pérdida de función y, por tanto, mayor riesgo de dependencia. Por eso, y dado que el músculo se compone fundamentalmente de proteínas, para intentar preservar la masa muscular y con ello la funcionalidad de la persona, es esencial garantizar en la dieta del adulto mayor un aporte adecuado de estas”, indica Ana Horcajada Ruiz, médico especialista en Geriatría del Hospital Universitario de la Princesa y de la Comisión de Nutrición del mismo hospital.
La reducción del consumo de proteínas en la dieta por parte de las personas adultas mayores suele ser más elevada que en otros grupos de edad. “Una de las causas que ocasiona esta situación es la elevada prevalencia de los problemas bucodentales que dificultan la masticación de alimentos ricos en proteínas, como la carne roja”, apunta Horcajada. A este factor se añade el problema cada vez más frecuente de la soledad en este rango de edad “que da lugar a que consuman dietas monótonas y menos elaboradas, que se repiten durante la semana. En este contexto, se pueden llegar a dejar fuera alimentos ricos en proteínas, siendo, además, muy complicado cambiar este tipo de rutinas”, añade esta experta.
A medida que se envejece, además, las personas desarrollan comorbilidades, es decir, enfermedades que se van añadiendo y se van sumando, haciendo que los requerimientos proteicos aumenten. “Cuando hay inflamación, que es equivalente a la presencia de enfermedad, existe menos posibilidad de que el paciente aproveche las proteínas ingeridas. Por eso, es beneficioso incrementar la cantidad de proteínas y controlar la enfermedad, para que su consumo sea el más adecuado en cada momento. Diseñar un programa personalizado”, dice Federico Cuesta, jefe de sección de Agudos del departamento de Geriatría del madrileño Hospital Clínico San Carlos.
La mayoría de nuestros tejidos (sangre, piel, pelo, hueso…) están formados por proteínas. Su déficit impacta a muchos niveles y uno de ellos es el muscular. “La limitación de la ingesta de proteínas hace que el músculo pierda calidad (conocido como sarcopenia) y reduzca su fuerza y capacidad funcional: el caminar es más lento, hay caídas de repetición, dependencia para realización de actividades de la vida diaria (autocuidado, realización de compras, uso de transporte...), etc”, describe Naiara Fernández Gutiérrez, coordinadora del grupo de Alimentación y Nutrición de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG).
Si la situación no se revierte, “la persona mayor puede volverse dependiente, necesitar de un cuidador personal”, asegura. Además, una baja disponibilidad de proteínas a nivel óseo incrementa el riesgo de fracturas, “y en personas dependientes limita la capacidad de reparación de la piel, precipitando la aparición de lesiones cutáneas relacionadas con la dependencia (úlceras por presión y lesiones asociadas a la humedad)”, agrega esta especialista.
Durante la vejez, se reduce la síntesis de proteínas en los diferentes tejidos, por lo que es necesario aumentar el aporte externo para garantizar su disponibilidad en el mantenimiento y reparación de los tejidos. “En personas más jóvenes la ingesta recomendada de proteínas se fija en 0,8 gramos por kilogramo de peso, mientras que en personas mayores es necesario un aporte cercano a 1,1-1,3 gramos de proteína/kg de peso, rango en el que la ingesta recomendada dependerá de la existencia de enfermedades crónicas o fragilidad”, manifiesta la doctora Fernández.
Sin embargo, es importante individualizar los requerimientos nutricionales en base a la situación nutricional, la actividad física y la presencia de enfermedades. “De tal manera que en situaciones de enfermedad grave o desnutrición la recomendación aumenta hasta 2 gramos por cada kilogramo de peso al día”, explica la doctora Horcajada. De la cantidad de proteínas que tenemos que ingerir en la dieta, lo recomendable es que el 60% de estas sea de origen animal y el 40%, de origen vegetal. “Esto se debe a que las primeras son proteínas de mayor valor biológico, es decir, con aminoácidos esenciales, como la leucina, necesarios para un buen estado nutricional”, mantiene. Por ello, la experta del Hospital Universitario La Princesa recomienda el consumo diario de alimentos como los lácteos, el pescado, las aves, la carne y la clara de huevo por ser ricos en proteínas animales; así como la ingesta de legumbres como las judías y la soja, y de frutos secos como las nueces, por ser todos ellos ricos en proteínas vegetales.
A la adecuada ingesta de proteínas en adultos de edad avanzada hay que añadir la práctica de ejercicio físico multicomponente para garantizar la salud óptima del músculo. “Además de la recomendación de actividad física cardiovascular (andar, bicicleta, elíptica…) se recomienda incorporar ejercicio de fuerza muscular (trabajo con el propio peso, uso de bandas elásticas, mancuernas, presa de cuádriceps), así como ejercicios de flexibilidad y equilibrio”, insiste la portavoz de SEGG. Este tipo de entrenamiento ha demostrado que no solo es eficaz en la salud muscular, sino también en la reducción del riesgo de caídas, “por lo que completarían un plan de ejercicio completo, con impacto en la salud global de las personas mayores”, declara.
En ocasiones, las personas mayores no alcanzan los requerimientos de proteínas recomendados a través de la alimentación. En estos casos se sugiere la supervisión de un profesional sanitario que evalúe su dieta habitual y, en especial, las proteínas que ingiere. “Hay que estudiar su situación clínica, sus enfermedades y tratamientos crónicos, y llevar a cabo una primera intervención en la que se modifique la dieta para garantizar un adecuado consumo de proteína”, explica la médico geriatra del Hospital Universitario La Princesa. La última decisión de añadir un suplemento proteico se tomará “cuando, a pesar de la dieta, no se alcancen los requerimientos necesarios, o bien, cuando dichos requerimientos se vean aumentados por situaciones de estrés como enfermedades agudas, cirugías…etc. donde la demanda de estos nutrientes es mayor”, afirma.
Sentados en un banco del parque, sus piernas trabajan al unísono. Con una cadencia pausada, pero constante, dos ancianos pedalean en una de las máquinas existentes en un parque cercano a su domicilio. Un ejercicio que unido a la necesaria ingesta de proteínas en la dieta en edades avanzadas palía la pérdida de masa muscular. El envejecimiento produce cambios en la composición corporal que induce a una pérdida progresiva de la masa magra, o masa muscular, y una mayor acumulación de masa grasa.
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