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Las señales del ictus infantil: cómo detectarlo y minimizar sus secuelas
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SALUD

Las señales del ictus infantil: cómo detectarlo y minimizar sus secuelas

La expresión "cada minuto cuenta" cobra todo el sentido cuando hablamos del ictus pediátrico. Reaccionar a tiempo es clave para obtener un pronóstico optimista

Foto: El ictus pediátrico es una de las diez causas principales de muerte infantil. (iStock)
El ictus pediátrico es una de las diez causas principales de muerte infantil. (iStock)

El ictus es una lesión cerebral que afecta a 190 adultos cada 100.000 personas al año. Un cifra, sin duda, importante que preocupa a la comunidad científica y a la sociedad en general. Ahora bien, existe otro dato que, siendo sensiblemente menor, es probablemente más relevante. Se trata de la prevalencia del ictus en niños y adolescentes. En esta población, "la mayor incidencia se produce en menores de cinco años, especialmente en recién nacidos (1/3.500-10.000/año) y, sobre todo, en prematuros. En la adolescencia, también es algo más prevalente que en otras edades de la infancia (3-10 casos/100.000/año)", apunta la doctora Verónica González Álvarez, experta en neuroinmunología y patología cerebrovascular en la infancia del Hospital Sant Joan de Déu.

La mayor incidencia se produce en menores de cinco años, sobre todo en recién nacidos

Y es que el ictus infantil se encuentra entre las diez causas principales de muerte en la población pediátrica en países desarrollados. Según un estudio australiano publicado en la revista Stroke, las tasas de mortalidad oscilan entre el 7-28% en el caso del ictus isquémico y el 6-54% en el ictus hemorrágico.

Lo que hace diferente al ictus pediátrico

Un ictus, tanto si se produce en un adulto como en un menor, es la misma patología. Se trata de una enfermedad "en la que tienen lugar de forma aguda una serie de síntomas como consecuencia de una lesión cerebral que puede ser isquémica (falta de aporte sanguíneo a una zona del cerebro) o hemorrágica (rotura de una arteria cerebral con sangrado)", define la neuróloga, quien especifica que si esto ocurre en una persona por debajo de los 18 años, entonces estamos hablando de ictus pediátrico.

placeholder La falta de riego sanguíneo a una parte del cerebro provoca el ictus de origen isquémico. (iStock)
La falta de riego sanguíneo a una parte del cerebro provoca el ictus de origen isquémico. (iStock)

En principio, ambos eventos comparten algunas causas, pero también existen orígenes y detonantes específicos para cada dolencia. "Por ejemplo, algunas de las causas que nos encontramos en pediatría -señala la experta- son enfermedades de las arterias (congénitas o adquiridas, por ejemplo en relación con procesos infecciosos que inflaman la pared de la arteria), cardiopatías, traumatismos craneales en los que se produce rotura de vasos, malformaciones vasculares de nacimiento, infecciones graves, cáncer, enfermedades que afectan a la coagulación...".

La obesidad infantil propicia su aparición

Enfermedades como el cáncer o ciertas patologías que afectan a la coagulación son dos de los factores de riesgo que destaca Álvarez como predisponentes a padecer un ictus. Ahora bien, lo más significativo es que, según la experta, "cada vez se ven más niños y adolescentes con factores de riesgo vascular que hace años eran casi exclusivos del adulto, como pueden ser la obesidad, el sedentarismo, la diabetes, la hipertensión, la hipercolesterolemia, el estrés o el consumo de alcohol y tabaco. Todos estos son también factores de riesgo en todas las edades de la vida".

Bebés, niños y adolescentes

Más allá de las causas o los factores de riesgo, lo que realmente preocupa a la mayoría de las personas es identificar el problema y saber cómo actuar en ese momento. En este sentido, la doctora señala que cuando se trata de niños mayores y adolescentes, las señales son muy similares a las del ictus entre adultos: "Aparición brusca de parálisis en un lado del cuerpo o de la cara, alteración del lenguaje, modificación aguda de visión, inestabilidad de la marcha, cefalea intensa o alteración de conciencia". En cambio, "en niños más pequeños y especialmente en los bebés, los síntomas pueden ser más inespecíficos o más difíciles de detectar. Con lo cual, el diagnóstico suele ser más complicado y tardío". Y añade: "Por debajo de los seis años, también pueden aparecer convulsiones, especialmente de un lado del cuerpo. En niños mayores es más raro".

Foto: Foto: iStock.

De entre todos estos indicios, lo que debe hacernos reaccionar con celeridad es "la aparición brusca de un problema de movilidad, de lenguaje, de visión, una cefalea aguda e intensa, una alteración en la marcha o de conciencia. En bebés -continúa-, se ha de prestar atención a la existencia de una alteración en la conciencia o una irritabilidad no justificada o si presentan convulsiones".

En el caso de los niños, y especialmente en los bebés, es fácil confundir el ictus con otras dolencias. "En urgencias vemos con frecuencia niños con síntomas que en realidad no corresponden a un ictus. Las enfermedades más frecuentes con las que suelen confundirse son la migraña o la epilepsia, entre otras", atestigua la experta.

La importancia vital de la hora exacta

El tiempo que transcurre entre la aparición de los primeros síntomas, el diagnóstico y el tratamiento es clave para evitar las peores consecuencias. Así lo explica la neuróloga infantil: "Es importante valorar al paciente de la forma más precoz posible. En este punto, nos interesa mucho que la familia nos pueda ayudar para obtener información sobre la hora exacta en que han comenzado los síntomas (si es posible) y sobre antecedentes de este niño que puedan predisponer a la aparición de un ictus". Y agrega: "En el hospital realizaremos una serie de pruebas que nos ayudarán a determinar qué es lo que ocurre. Es fundamental la realización de una imagen del cerebro para tratar de establecer un diagnóstico y tomar decisiones en cuanto al tratamiento".

Una de las secuelas puede ser la epilepsia, que a veces es difícil de controlar con medicamentos

Tras el ictus, las secuelas a las que se enfrenta un niño se presentarán especialmente a nivel de movilidad, de lenguaje y de problemas de aprendizaje. Este tipo de daños aparecen en el 70-80% de los casos. Por otro lado, "otra de las secuelas que puede aflorar es la epilepsia, que en ocasiones es muy difícil de controlar con fármacos y que afecta enormemente a la calidad de vida del paciente", apostilla.

Vida de un niño después de un ictus

Con la vuelta a casa, el pequeño necesitará algún tipo de rehabilitación, logopedia, fisioterapia, rehabilitación neurocognitiva... Pero lo más importante es que recupere lo antes posible las rutinas de su día a día. De este modo, "estamos cuidando de su salud emocional y de la de su familia, que tampoco se debe perder de vista", aconseja Álvarez. "Conviene mantener la actividad física en la medida de lo posible, así como tener unos hábitos de vida saludables y cumplir las prescripciones que se hayan hecho por parte del equipo médico. También es importante instruir al paciente y a la familia sobre los signos de alarma que deben tener en cuenta para volver a consultar de forma urgente", subraya.

placeholder Tras un ictus, la vuelta a la normalidad favorece la recuperación. (iStock)
Tras un ictus, la vuelta a la normalidad favorece la recuperación. (iStock)

La idea es evitar, en la medida de lo posible, las posibles recaídas. Las recurrencias varían en función de múltiples factores, entre ellos, la causa del ictus o la edad del niño cuando lo sufrió. "Existen enfermedades crónicas o de nacimiento que predisponen a sufrir un ictus, y sobre algunas de ellas solo tenemos capacidad de prevenirlo de forma parcial. En niños que han sufrido un ictus y que por lo demás son sanos, la posibilidad de recurrencia posterior es baja, inferior a un 10%, y esta es más frecuente en el primer año tras el ictus, reduciéndose después de forma progresiva. Además, utilizamos tratamientos que disminuyen aún más el riesgo de recurrencia", asegura la experta.

Foto: Israel Fernández Cadenas, investigador del Instituto de Investigación del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau (IIB Sant Pau) y coautor del estudio.

Una de las medidas preventivas en las que la experta pone el foco es en la modificación de los factores de riesgo. Para ello, es fundamental tratar de seguir unos hábitos de vida saludables. "Evitar el consumo de tabaco, alcohol y otras drogas entre la población adolescente, tener una alimentación sana, realizar ejercicio físico evitando el sedentarismo y mantenerse en un peso correcto estarían entre las medidas esenciales para evitar el ictus, así como muchos otros problemas de salud", detalla la doctora.

El ictus es una lesión cerebral que afecta a 190 adultos cada 100.000 personas al año. Un cifra, sin duda, importante que preocupa a la comunidad científica y a la sociedad en general. Ahora bien, existe otro dato que, siendo sensiblemente menor, es probablemente más relevante. Se trata de la prevalencia del ictus en niños y adolescentes. En esta población, "la mayor incidencia se produce en menores de cinco años, especialmente en recién nacidos (1/3.500-10.000/año) y, sobre todo, en prematuros. En la adolescencia, también es algo más prevalente que en otras edades de la infancia (3-10 casos/100.000/año)", apunta la doctora Verónica González Álvarez, experta en neuroinmunología y patología cerebrovascular en la infancia del Hospital Sant Joan de Déu.

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