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La soledad no deseada mata igual que las enfermedades
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La soledad no deseada mata igual que las enfermedades

La falta de relaciones personales y el aislamiento no solo merman la salud mental, también podrían favorecer la aparición de demencias y patologías como la diabetes o la hipertensión

Foto: Cuando la soledad es no deseada puede tener un efecto devastador en la salud física, mental y emocional. (iStock)
Cuando la soledad es no deseada puede tener un efecto devastador en la salud física, mental y emocional. (iStock)

Una revisión científica llevada a cabo en 2015 calculaba que tanto la soledad como el aislamiento social y vivir solo elevaban el riesgo de muerte un 26%, un 29% y un 30%, respectivamente. Unos datos especialmente inquietantes si los relacionamos con los del Instituto Nacional de Estadística acerca del número de españoles que viven solos. Según este organismo, en España hay 4,8 millones de personas que viven solas, de las cuales el 43,6% tienen más de 65 años. De los datos obtenidos y su posterior análisis, se deduce que el factor que más influye es la edad, lo que indica que, en la mayoría de los casos, la soledad no es buscada.

Un estado de bienestar físico solo es posible si está acompañado de un bienestar psicológico

Esa falta de voluntad combinada con la edad en la que esas personas se ven abocadas a la soledad da como resultado un deterioro de la salud, tanto mental como física. Una afirmación que, lejos de ser un simple comentario o creencia más o menos fundamentada, viene respaldada por estudios científicos como el mencionado y cuyas conclusiones comparte la mayoría de los expertos del ámbito de la neurología, psicología y salud cardiovascular.

Favorece el riesgo de diabetes, obesidad e hipertensión

Aunque la soledad es una circunstancia que puede acompañar a individuos de todas las edades, lo cierto es que sus efectos más devastadores suelen aparecer entre la población mayor de 65 años. Acontecimientos y eventos como la jubilación, enviudar o una caída pueden convertirse en catalizadores de enfermedades relacionadas con la salud cardiovascular o con el deterioro cognitivo y la demencia. "Nunca deberíamos desligar la salud mental y la salud física", afirma el doctor David González Calle, vocal de la Asociación de Riesgo Vascular y Rehabilitación Cardiaca de la Sociedad Española de Cardiología (SEC). "Varios son los trabajos que llegan incluso a establecer una conexión entre soledad y aumento del riesgo de diabetes tipo 2, obesidad, hipertensión y, finalmente, eventos cardiovasculares, como los infartos o los ictus", apunta el experto.

placeholder La hipertensión, así como las enfermedades como la diabetes tipo 2, pueden agravarse en las personas que viven solas. (iStock)
La hipertensión, así como las enfermedades como la diabetes tipo 2, pueden agravarse en las personas que viven solas. (iStock)

Además, González destaca la importancia que tiene para los pacientes cardiópatas llevar una vida activa y controlar el estrés. El problema es que eso es algo que "en situaciones de soledad puede verse muy limitado. Quizás por ello, cada día cobra más relevancia el abordaje multidisciplinar de este tipo de patologías (cardiovasculares o cerebrovasculares), donde el apoyo psicológico es un pilar fundamental". Y continúa: "Tenemos que obligarnos a cambiar la mentalidad clásica de que un infarto o un ictus (siempre que las temidas secuelas lo permitan) conllevan una limitación posterior en nuestras vidas. Todo lo contrario -considera el experto-. Creo que deberíamos tomarlo como un aviso o una nueva oportunidad para cambiar nuestros hábitos y comenzar con una vida lo más activa y saludable posible, y este estado de bienestar físico solo será posible acompañado de un bienestar psicológico".

Posibles efectos neurológicos de la soledad

Aunque no es posible establecer una relación causa-efecto, la doctora Teresa Moreno Ramos, miembro del grupo de Estudio de Neurogeriatría de la Sociedad Española de Neurología y directora médica de Neuromed, considera que "la soledad puede aumentar nuestro riesgo de demencia". Ahora bien, a pesar de que "existen múltiples estudios que relacionan la soledad con el deterioro cognitivo y la demencia, estamos ante un tema complejo que exige que seamos cautelosos al hacer afirmaciones de causalidad".

En cualquier caso, lo que parece evidente es que "la falta de relaciones sociales hace que el paciente vaya perdiendo capacidades, como la memoria, y aunque no se puede decir que sea la causa, está claro que empeora su calidad de vida", apunta Moreno, quien, a pesar de todo, ve en la soledad una vía para mejorar la salud, en el sentido de que se trata de un factor modificable, lo que significa que si se corrige, podría cambiar el estado de salud en general.

Foto: Los rasgos de la personalidad: pieza clave en el deterioro cognitivo en la vejez. (iStock)

Precisamente, en ese punto incide Joaquín Mateu, doctor en Psicología Clínica y de la Salud y docente en la Universidad Internacional de Valencia, quien considera crucial proporcionar herramientas eficaces que permitan a la persona mayor atajar la soledad indeseada: "Las que tienen más evidencia son las relaciones intergeneracionales, la potenciación del apoyo social del entorno cercano y la participación en actividades que la persona valore como significativas y relevantes. Especialmente si pueden hacerse junto a quienes quiere. En este sentido -remarca el experto-, es fundamental que las familias sepan las resonancias que la soledad puede tener y que se vuelquen en proporcionar buenos momentos y oportunidades para compartir tiempo de calidad".

La falta de relaciones va minando todas las capacidades

También Mateu defiende que la soledad podría ser un acicate para la aparición de problemas neurológicos, como las demencias, ya que "implica una erosión de la reserva cognitiva, un mecanismo compensatorio de nuestro cerebro que podemos enriquecer mediante la realización de actividades que nos estimulen social e intelectualmente". Y continúa: "Cuanto más activos estemos, mejor será nuestra reserva cognitiva y mayores serán nuestras defensas neurológicas ante los cambios que ocurren en el cerebro como resultado de envejecer (placas beta-amiloides, ovillos neurofibrilares, etc). En el momento en que nuestras vidas se detienen por completo, en que nuestra existencia claudica ante la monotonía y deviene un páramo carente de incentivos sociales, la reserva cognitiva se desploma".

Varios trabajos relacionan la soledad con el aumento del riesgo cardiovascular

Por su parte, Laura García Agustín, psicóloga clínica, coincide con Mateu y señala como uno de los efectos de la soledad un "marcado deterioro cognitivo, especialmente en funciones como la memoria, la toma de decisiones, la resolución de problemas y el desenvolvimiento cotidiano y autonomía". Una retahíla que completa con un "mayor aumento de enfermedades como el alzhéimer, demencias o patologías relacionadas con la movilidad o deambulación como el párkinson, además de un aumento de las enfermedades derivadas de las desnutrición y abandono del cuidado personal".

Una de las muchas consecuencias de la erosión del estado de ánimo con origen en la soledad es la reducción de la actividad física. "Al vivir de forma más sedentaria se resienten los músculos y los huesos, agravándose los problemas del aparato locomotor y aumentando el riesgo de sufrir caídas con consecuencias potencialmente graves". Además, "estas caídas precipitan un miedo intenso a que vuelvan a repetirse, hasta el punto de que a veces se toma la decisión de no volver a andar pese a mantener la capacidad de hacerlo. Este problema se conoce como fear of falling (miedo a caer) y perturba gravemente las relaciones sociales, la función cognitiva y la calidad de vida en general", alerta Mateu.

Paliar la soledad como medida preventiva de salud

Hay quien ve en las residencias de ancianos la solución a la soledad propia de la vejez, ya que, a priori, la convivencia con más personas eliminaría de un plumazo la falta de compañía y sus efectos sobre la salud. Ahora bien, para Joaquín Mateu, esta vía alberga matices sustanciales, ya que "depende de los principios y valores que sustenten el trabajo de la residencia donde las personas mayores vayan a vivir. Es fundamental que no sea un lugar en el que simplemente vayan a retirarse, con un día a día sin alicientes de ningún tipo, como si la vida abruptamente hubiera dejado de ser valiosa y no quedaran experiencias fascinantes en las que adentrarnos". Hay que tener siempre en cuenta que mudarse a una residencia "es difícil para muchas personas mayores, por lo que la sensibilidad y el buen hacer es absolutamente necesario en este proceso".

placeholder Fomentar las relaciones sociales mejora el estado de ánimo y previene el deterioro cognitivo. (iStock)
Fomentar las relaciones sociales mejora el estado de ánimo y previene el deterioro cognitivo. (iStock)

En este asunto, desde hace un tiempo, "empieza a asentarse en la práctica gerontológica el modelo ACP (atención centrada en la persona), una forma de concebir los cuidados en la que la persona mayor es el eje de todas las acciones. Es por ello que -explica Mateu- los profesionales que trabajan desde este marco exploran con mucho detenimiento su historia de vida, sus aspiraciones, sus necesidades y todo lo que sea importante para él o ella, respetando escrupulosamente su voluntad". En este caso, la transición de su hogar a la residencia se produce de la manera más fluida... ¡Incluso se busca que la decoración y la distribución de espacios se parezca a los de cualquier casa, huyendo de los asépticos entornos de un hospital!

¿Más solos tras el covid-19?

La soledad en las personas mayores es un factor más o menos presente en cada generación. Ahora bien, la sociedad no es un ente impermeable. Acontecimientos de la magnitud de la pasada pandemia son capaces de impactar de tal manera en la población que incluso cambian nuestra forma de relacionarnos. De hecho, hay quienes ven en el confinamiento el origen de un fenómeno sociológico en el que las personas tienden al aislamiento social, ya que se siente más cómodos en casa y en soledad.

Foto: El estrés no es bueno para el sistema inmunitario. iStock

Ahora bien, también hay voces que no comparten tal teoría, como la psicóloga Laura García Agustín: "Lo que yo creo es que las personas que ya tenían una escasa red de apoyo social la han reducido todavía más y no han hecho por ampliarla. Quizá motivadas por el miedo residual a las relaciones sociales y al potencial contagio que ha quedado como consecuencia de una pandemia que ha impactado enormemente en nuestra forma de relacionarnos".

Una revisión científica llevada a cabo en 2015 calculaba que tanto la soledad como el aislamiento social y vivir solo elevaban el riesgo de muerte un 26%, un 29% y un 30%, respectivamente. Unos datos especialmente inquietantes si los relacionamos con los del Instituto Nacional de Estadística acerca del número de españoles que viven solos. Según este organismo, en España hay 4,8 millones de personas que viven solas, de las cuales el 43,6% tienen más de 65 años. De los datos obtenidos y su posterior análisis, se deduce que el factor que más influye es la edad, lo que indica que, en la mayoría de los casos, la soledad no es buscada.

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