Historias de quirófano III: la importante tarea de informar a los familiares
Al ser un mundo desconocido, el quirófano es una fuente de tópicos, leyendas y elucubraciones. Solo los que trabajamos en él sabemos de verdad lo que sucede dentro
La cirugía ha terminado. Ha ido bien. Te quitas los guantes y desentumeces el cuerpo, que ha estado mucho tiempo en una posición anti anatómica (y uno ya no está para estos menesteres tan exigentes). Como has estado concentrado, las horas han pasado volando y ni has sentido hambre ni ganas de ir al baño. En resumen, estás dolorido, pero muy satisfecho. Es el momento de salir y de informar a los familiares del paciente. Es una labor tan importante como la propia intervención quirúrgica. En época de pandemia la realizábamos a través del teléfono, por razones obvias. Pero nada sustituye a la explicación que se da cara a cara. Las relaciones personales continúan siendo claves en nuestra profesión y deben mantenerse.
Los familiares viven el tiempo de la cirugía con angustia. Se apretujan en salas de espera que no son confortables para largos periodos, donde el ambiente de preocupación se suma al de muchos otros que también aguardan noticias. Al final pasan las horas y se retroalimenta la ansiedad de los unos y los otros. Como nuestras cirugías en concreto suelen ser muy largas, siempre sugiero que no esperen en el hospital. Que eviten las salas repletas donde parece faltar el oxígeno, y donde la única actividad posible es mirar una pared o un monitor que no revela información interesante. Y que eviten en lo posible las llamadas y los mensajes de otros familiares preguntando "cómo va la cosa", que no hacen, sino aumentar la angustia conforme pasan las horas de espera.
Les suelo recomendar que se vayan al centro comercial más cercano, en vez de quedarse por los alrededores del recinto. "Vuelvan dentro de unas tres o cuatro horas [dependiendo del tipo de cirugía que se vaya a realizar], o, si acabamos antes, ya les llamaremos si no han llegado aún, pero no se queden por aquí, no tiene sentido", les recalco el día antes de la intervención. Muchos hacen caso, pero siempre hay quien es incapaz de separarse de las paredes del hospital. Piensan que están abandonando a su ser querido, o que no tienen derecho a distraerse mientras se está realizando la intervención a su cónyuge.
El ser humano es, a veces, muy simple para unas cosas pero, para otras, y me refiero a las cuestiones de acompañamiento de familiares en hospitales, es demasiado complejo (en nuestro país existe la cultura de dormir en el hospital acompañando al paciente, circunstancia que no se produce en la mayoría de los hospitales de Europa, pero ese es otro tema a tratar otro día).
Privacidad y respeto
Salgo y los familiares están en la sala de espera. Les conduzco a una pequeña sala de información. Es muy importante utilizarla por educación y respeto, y porque, dependiendo de lo que se vaya a contar, puede ser necesario mantener la privacidad de los familiares. No se puede informar en un pasillo abarrotado, rodeados de otras personas, y con otros médicos que se cruzan hablando de otras cuestiones, mientras estás dando noticias que pueden ser preocupantes.
Los familiares suelen estar pálidos. Caras desencajadas de preocupación y de cansancio. Seguro que no han comido esperando que llegue este momento. Te miran con ojos interrogantes por si algún gesto pueda delatar el resultado. Es en este momento en el que la transmisión de la información debe ser lo más clara y taxativa posible.
Por experiencia, empiezo con un titular que rompe con la angustia de la espera: "Ha ido bien". Y hago una pausa para que digieran la buena noticia. Estás rodeado de dos, cuatro, seis personas, que te miraban con angustia y aprensión y ves como poco a poco sus cuerpos se relajan con esas tres palabras. Emiten suspiros de alivio, se llevan las manos a la cara o realizan gestos espontáneos de agradecimiento. Los hay quienes cogen el móvil para escribir rápido algún mensaje. Son los tiempos que corren.
"Ha ido bien". Es la fórmula que todo cirujano quiere decir después de cualquier intervención. Lleva implícito la satisfacción del que ha operado y supone el alivio del familiar. Es el resumen perfecto del trabajo en equipo bien hecho. Porque, en realidad, el cirujano que informa no es más que el portavoz del equipo que se ha concentrado durante horas para que un gran esfuerzo físico y mental lleve a buen puerto la intervención. Es lo que más nos reconforta a todos, y lo que nos llevamos a casa a diario: la labor bien hecha.
Dice mi a amigo el Dr. Frederic Larsan que, después de tantos años como cirujano, lo que más le llena es cerrar todas las noches los ojos y, antes de dormirse, comprobar que durante el día las cosas en quirófano transcurrieron sin incidentes. Que ha hecho el bien y que no se ha equivocado.
Las malas noticias
Pero, aunque pongamos el alma en nuestra profesión, no siempre las cosas suceden como queremos. A veces hay complicaciones. Muchas se pueden resolver en el propio quirófano, pero algunas otras no, y derivan en un desenlace inesperado y fatal. Forma parte de la vida y de nuestra profesión. Nadie te explica en la facultad cómo se comunican las malas noticias a las familias. Tampoco viene en los libros, ni en los manuales de cirugía. Lo aprendes a base de ver cómo lo hacen tus compañeros más experimentados (que tampoco quiere decir que lo hagan de manera correcta). Es una de las situaciones más desagradables que se le plantean a un médico en su vida profesional y nunca sabes cómo hacerlo lo mejor posible, pero hay que hacerlo y punto. Que el familiar se entere bien de cuál es la situación y que no queden dudas.
Cada especialidad quirúrgica tiene estudiado el porcentaje de complicaciones dependiendo del tipo de intervención a realizar y eso nos permite tener una noción de las probabilidades de que surjan problemas durante el procedimiento. Son los llamados escores de riesgo y las utilizamos para apoyarnos cuando el paciente nos pregunta, antes de operarse, sobre las posibilidades de que la cirugía vaya mal.
Hay intervenciones más complejas que otras, como todo el mundo puede comprender, pero, lo más importante es entender que cada paciente es un mundo. No es lo mismo operar de la rodilla a un deportista de élite, joven y saludable, a un anciano frágil y con otras enfermedades a cuestas. Este último tendrá más riesgo de complicarse, circunstancia que, en principio, es entendible por todos. Es labor del cirujano que no queden dudas antes de la intervención en relación con lo anterior (por increíble que parezca, a veces, no queda claro, y causan sorpresa en los familiares, y generan otras cuestiones aún más desagradables).
Decía el Dr. Larsan que tuvo un profesor de cirugía que afirmaba que "si el paciente no se queda llorando después de que le informes antes de la intervención de los riesgos de lo que le vas a hacer, es porque no le has informado bien". Tampoco hay que ser tan bruto ni llegar a esos extremos, pero hay que explicar bien todas las potenciales consecuencias.
“Si el paciente no se queda llorando después de que le informes de los riesgos de lo que le vas a hacer, es porque no le has informado bien”
"Lo siento. La cirugía no ha ido bien. Hemos tenido dificultades en quirófano". Son pocas las veces que pronunciamos estas palabras. Las odiamos con todas nuestras fuerzas. Es nuestra pesadilla particular, pero, a veces, no queda más remedio que usarlas.
Deben pronunciarse sin rodeos, de forma firme, y mirando a los ojos de los familiares. Son el preámbulo de explicaciones más precisas, las cuales, deben pronunciarse de manera pausada, permitiendo que los familiares asuman la situación, que es muy delicada. Es mejor que estén sentados, y mejor aún si tú lo haces acompañado de otro compañero para dar sensación de unidad y de fortaleza. En estos casos el cirujano no está cómodo con la situación. Busca las palabras adecuadas para ser lo más preciso en las explicaciones, y no puede evitar sentirse escrutado por unos ojos que parece que le penetran. No es posible evitar un cierto sentimiento de inseguridad y te sientes auditado. En contadas ocasiones las reacciones de los familiares pueden ser desmedidas, pero es totalmente comprensible. El dolor cada uno lo manifiesta como le sale. No hay reglas establecidas y hay que respetarlo. Forma parte de nuestro trabajo.
"Ha ido bien. Dentro de poco despertará y podrán verle. Esperemos que no surjan complicaciones en las próximas horas". Es la frase más frecuente en el postoperatorio inmediato de los hospitales de nuestro país. La cirugía ha avanzado en los últimos años y nos ha permitido salvar a muchos enfermos condenados a una muerte segura.
Nuestra profesión es, en ocasiones, ingrata, pero la mayor parte de los días nos permite volver a casa con la sensación del deber cumplido y cerrar los ojos por la noche para pensar “otro día más que he hecho el bien y no ha habido complicaciones”.
Seguiremos informando.
La cirugía ha terminado. Ha ido bien. Te quitas los guantes y desentumeces el cuerpo, que ha estado mucho tiempo en una posición anti anatómica (y uno ya no está para estos menesteres tan exigentes). Como has estado concentrado, las horas han pasado volando y ni has sentido hambre ni ganas de ir al baño. En resumen, estás dolorido, pero muy satisfecho. Es el momento de salir y de informar a los familiares del paciente. Es una labor tan importante como la propia intervención quirúrgica. En época de pandemia la realizábamos a través del teléfono, por razones obvias. Pero nada sustituye a la explicación que se da cara a cara. Las relaciones personales continúan siendo claves en nuestra profesión y deben mantenerse.
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