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Historia de una aberración médica o el premio Nobel más controvertido jamás entregado
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'¿Qué me pasa doctor?'

Historia de una aberración médica o el premio Nobel más controvertido jamás entregado

Recordamos la terrible historia de la lobotomía, uno de los puntos más negros de la medicina, y la figura de su inventor, el portugués Antonio Egas Moniz, quien recibió el premio Nobel más controvertido de todos

Foto: El Dr. Walter Freeman y el Dr. James W. Watts, frente a una radiografía tras un tratamiento psicoquirúrgico.
El Dr. Walter Freeman y el Dr. James W. Watts, frente a una radiografía tras un tratamiento psicoquirúrgico.

Hoy, 22 de julio, se celebra el Día Mundial del Cerebro. Qué mejor momento para repasar la historia de las enfermedades cerebrales, un camino largo, repleto de diagnósticos erróneos y tratamientos que nunca respetaron la máxima hipocrática primum non nocere [lo primero es no hacer daño] y que continúa siendo largo, a pesar de los avances.

En la primera mitad del siglo XX se creía que la causa de las enfermedades mentales eran las infecciones de los dientes y a muchos enfermos (en especial, mujeres) se les extraía piezas dentarias a discreción. Como ejemplo, la escritora Virginia Woolf, que padecía un trastorno bipolar, dejó escrito cómo le extrajeron tres dientes sin que ella llegase a sentir alguna mejoría, puesto que, como saben, acabó suicidándose.

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El tratamiento de las enfermedades psiquiátricas consistía en prolongadas inmersiones en bañeras, inducción del estado de coma o brutales electrochoques. En este contexto, el médico portugués Antonio Egas Moniz rompió los moldes de lo establecido al describir la lobotomía como método para tratar la esquizofrenia. Egas Moniz creía firmemente que la locura tenía causa orgánica, y que la cirugía era clave en el tratamiento. Lo llamó psicocirugía.

placeholder Ilustración de lobotomía.
Ilustración de lobotomía.

Esta teoría era compartida por otros científicos que ya habían realizado en chimpancés leucotomías de lóbulos frontales como método para desconectar la sustancia blanca de la gris en el cerebro [leuco: blanco; tomo: corte]. El portugués llevaba tiempo trabajando en esta línea y en 1936 publicó sus primeros resultados en veinte pacientes. Para realizar su procedimiento utilizaba un instrumento de diseño propio consistente en un lazo de alambre retractable (similar a los lazos que se usaban para apresar perros vagabundos), se insertaba en el cráneo a través de un agujero y se dirigía al lóbulo frontal de los pacientes para separar la sustancia gris de la blanca. Los resultados eran prometedores y su técnica se propagó rápidamente por el resto del mundo. El luso acabaría ganando el premio Nobel de medicina en 1949 (ex aequo con el fisiólogo suizo Walter R. Hess).

Seguidores y arrepentidos

Espoleado por los exitosos resultados del portugués, el neuropsiquiatra Walter Freeman, en colaboración con el cirujano James Watts, realiza la primera intervención en EEUU. En poco tiempo, el dúo adquiere soltura y en tres años ya acumulan doscientas “lobotomías prefrontales” (que es como denominan a su técnica). Aunque afirman que los pacientes con ansiedad o agresividad mejoran de manera franca, algunos sufren complicaciones: apatía, dificultad en la atención, ausencia de control de los esfínteres, trastornos del comportamiento social o, incluso, hemorragias cerebrales que causan la muerte (en el 10%, aproximadamente).

"Freeman inicia un macabro periplo en un vehículo, que bautiza como lobotomóvil, y recorre todos los centros mentales del país, donde se detiene a prestar sus terribles servicios"

Ante estos resultados, Watts se cuestiona la seguridad del procedimiento y acaba desvinculándose del proyecto. Freeman, lejos de amilanarse, inicia un macabro periplo en un vehículo, que bautiza como lobotomóvil, y recorre todos los centros mentales del país, donde se detiene a prestar sus terribles servicios. Ha simplificado aún más la técnica y ahora opera con un picahielos.

¿Cómo realiza Freeman la lobotomía? Primero unos electrochoques para atontar al paciente. Luego incrusta el instrumento punzante en el borde superior de la órbita ocular por debajo del párpado y lo orienta hacia la bóveda craneal. Con ayuda de un martillo lo clava cuatro centímetros y luego gira la empuñadura para que la punta desconecte (es decir, desgarre) el lóbulo frontal del resto del cerebro. De media, Freeman tardaba diez minutos en cometer una de las mayores atrocidades que se haya hecho alguna vez en nombre de la medicina.

Nuevas indicaciones

Desde el año de la publicación de los resultados de Egas Moniz hasta mediados de los años cincuenta, se realizaron 50.000 lobotomías en EEUU. Para más aberración, el espectro de las indicaciones se amplió, incluyéndose el tratamiento de la homosexualidad y de algunos trastornos del comportamiento habituales en menores (lo que hoy denominamos el síndrome del niño hiperactivo).

placeholder Walter Freeman demostrando su técnica de lobotomía transorbital en 1949. (Getty)
Walter Freeman demostrando su técnica de lobotomía transorbital en 1949. (Getty)

Pero los resultados seguían siendo catastróficos: la mayor parte de los pacientes quedaban en un estado de desconexión con la realidad, incapaces de interaccionar o de relacionarse. La película Alguien voló sobre el nido del cuco (basada en el libro de Ken Kesey) refleja de manera fiel la realidad de las instituciones mentales de aquellos días. Jack Nickolson, recluido en un sanatorio, presenta un comportamiento subversivo durante todo el film y acaba agrediendo a la enfermera jefe. Como consecuencia de su agresividad, sus médicos le realizan una lobotomía que le deja prácticamente en estado vegetativo.

Las complicaciones y los dudosos resultados impulsaron el descrédito entre la comunidad científica. La opinión pública también se sensibilizó con el tema, sobre todo, al hacerse público que algunas personalidades habían sido objeto de una lobotomía. Fue el caso de Rosemary Kennedy, la hermana de JFK, que en 1941 fue lobotomizada con 23 años en un intento de curar su supuesta ninfomanía. Tras el procedimiento, la joven perdió la capacidad de caminar o hablar y acabó internada en un centro religioso donde falleció en 2005.

Otros inventos de Egas Moniz

Ante tales evidencias, y gracias al descubrimiento en 1952 de la clorpromazina (un antipsicótico), la lobotomía se erradicó. Determinadas asociaciones de familiares de afectados dirigieron entonces sus miradas hacia Egas Moniz, que acababa de ganar el Nobel unos años antes, y a quien no consideran en absoluto merecedor del galardón. Se inicia entonces una campaña de desacreditación cuyo único propósito es que el luso sea desposeído de su premio, empeño que aún mantienen en nuestros días. Pinchan en hueso, puesto que dentro de las especificaciones de concesión del Nobel no existe ninguna cláusula que permita revocar un premio ya concedido, y la fundación que los otorga tiene a gala ignorar las críticas hacia sus galardonados.

placeholder Angiografia cerebral por resonancia magnética. (iStock)
Angiografia cerebral por resonancia magnética. (iStock)

¿Merecía el premio Nobel? Poca gente recuerda que Egas Moniz fue también el inventor de la angiografía cerebral. Una angiografía consiste en instilar contraste dentro de los vasos sanguíneos para que estos aparezcan opacos en imágenes de rayos X (angiogramas). La técnica de la angiografía ya se conocía a principios del siglo XX, pero nunca se había aplicado al cerebro, hasta que Egas Moniz lo consiguió. Su hallazgo permitió, por primera vez en la historia, el reconocimiento y la localización de tumores cerebrales, algo que jamás se había conseguido. Supuso un paso de gigante en el diagnóstico de los tumores cerebrales.

Carismático, culto y parapléjico

Un premio Nobel debe reconocer una trayectoria científica. Es indiscutible que el descubrimiento de la arteriografía cerebral contribuyó a la salvación de más pacientes que los que fueron afectados por una lobotomía de Walter Freeman. Pero, además, se da la curiosa circunstancia de que Egas Moniz tenía las manos deformadas por la gota y eso le dificultaba el trabajo manual, por lo que, en realidad, nunca llegó a realizar leucotomías, que sí fueron hechas por su colaborador más cercano.

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Hoy en día la psicocirugía se realiza mediante esterotaxia (cirugía apoyada en imágenes tridimensionales), y sigue siendo considerada como una terapéutica eficaz en casos extremos sin respuesta a ningún otro tipo de tratamiento. Esta novedosa técnica (en parte) se la debemos a nuestro protagonista portugués.

Egas Moniz era carismático, culto, brillante, orador de talento y escritor de prosa rica. Recibió numerosas condecoraciones; fue embajador en España, ministro de Exteriores (estuvo en el Tratado de Versalles de 1919) y le fue ofrecida la presidencia de la República, la cual rechazó.

Un suceso le marcó para siempre: un paciente con trastornos mentales le disparó a bocajarro hasta ocho tiros. Se salvó de manera milagrosa, pero quedó parapléjico. Aun así, su vida estuvo dedicada en cuerpo y alma al estudio de las enfermedades del cerebro y consiguió ser un pionero en dos procedimientos que han beneficiado a la humanidad (en mayor o menor medida). ¿Merecía, pues, el premio Nobel? Quizás su currículo pueda responder a tal cuestión. Su fallecimiento se produjo en 1955 a los 81 años de edad. Años después, en el centenario de su nacimiento, el pueblo portugués, agradecido, dio su nombre al Hospital Egas Moniz, situado muy cerca del palacio de Belem, residencia oficial del presidente de la República Portuguesa.

Damas y caballeros, aún falta mucho camino por recorrer. Como un profesor mío de psiquiatría afirmó, jocoso, un día en clase: “El de medicina interna sabe, pero no cura, el cirujano cura, pero no sabe, y el psiquiatra ni sabe… ni cura”.

Que se mejoren.

Hoy, 22 de julio, se celebra el Día Mundial del Cerebro. Qué mejor momento para repasar la historia de las enfermedades cerebrales, un camino largo, repleto de diagnósticos erróneos y tratamientos que nunca respetaron la máxima hipocrática primum non nocere [lo primero es no hacer daño] y que continúa siendo largo, a pesar de los avances.

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