¿Compras el aceite en botella de cristal? Lo estás haciendo mal
¿Tiene más impacto medioambiental el aceite de oliva en vidrio o en lata? Igual te llevas una sorpresa. Un informe revela lo poco que sabemos sobre la huella de CO2 de los alimentos
Los glaciares se derriten, los habitantes del norte de Europa comprueban cómo cada año sus inviernos duran menos, no digamos los del sur. Las selvas son menos frondosas, el nivel del mar aumenta... Y de todo esto, que los científicos denominan cambio climático o calentamiento global, somos responsables en gran medida los humanos con las emisiones cada vez mayores de gases de efecto invernadero (GEI).
Hasta nuestras acciones y decisiones más cotidianas tienen un impacto medioambiental, incluido cada producto que compramos y que comemos. ¿Somos conscientes de hasta qué punto los alimentos que consumimos dejan una huella de carbono, indicador que permite cuantificar las emisiones de GEI? Probablemente no y los científicos están trabajando para facilitarnos la tarea y enseñarnos a consumir con conciencia ecológica.
"El consumidor ignora que lo que compra contribuye al calentamiento global, un hecho ya innegable"
Acaba de presentarse el informe 'Cálculo y etiquetado de huella de carbono en productos alimentarios', un estudio piloto de la Cátedra de Ética Ambiental de la Fundación Tatiana Pérez de Gumán el Bueno y la Universidad de Alcalá. También han participado en él expertos en marketing de la Universidad Pontificia de Comillas-ICADE, Carrefour y Mercadona. Y como señala el director de la cátedra, Emilio Chuvieco, "el consumidor medio ignora que lo que compra en el supermercado esté contribuyendo al calentamiento global, un hecho ya innegable y el problema ambiental que más preocupa a los europeos". No en vano, según sus datos, la alimentación supone casi la cuarta parte de las emisiones totales de carbono.
Su informe plantea tres objetivos: abordar el cálculo de la huella de carbono en alimentos de amplio consumo, estudiar la viabilidad de etiquetar esa huella de carbono y analizar el impacto potencial del etiquetado sobre los consumidores.
El aceite de oliva, ¡mejor en lata!
En el primer punto encontramos ya datos de lo más llamativos. Por ejemplo, el aceite de oliva, un producto que se asocia, con razón, a una alimentación sana, base de la dieta mediterránea... Sí, deja también una huella de CO2 y su responsable es el envasado. ¿Contamina más el aceite de oliva en vidrio o en lata metálica? Si contestas que el de lata, mira lo que apunta el doctor Chuvieco: "Aunque intuitivamente la mayoría de la gente piensa que lo más ecológico es utilizar un envase de vidrio, realmente aumenta considerablemente dos de las fases del ciclo de vida del producto: el envasado y la distribución. El primero, porque hacer un ánfora de vidrio supone más emisiones que una lata. Además, la botella de vidrio se empaqueta mucho peor y el mismo volumen de aceite ocupa más espacio respecto al envasado en latas metálicas. Y esto es importante a la hora del transporte y la distribución". Y sigue: "Esto supone un 66% más de emisiones cuando el aceite se envasa en botellas de vidrio. Algo aparentemente tan trivial como el envase tiene un impacto considerable".
Este trabajo analizó también los mejillones en bolsa de malla y el pan rallado en envase de plástico. Los mejillones presentan un valor de huella medio de 275 g de CO2 por kilo, un dato bueno y que se debe principalmente al proceso de cultivo, a la sencillez del envasado y a que su transporte, en barco, tiene bajas emisiones. También es bueno (en relación con el panorama internacional) el valor del pan rallado, 1,25 kg de CO2 por kilo. Aquí los motivos son el pequeño volumen de su envase y que este tiene una capacidad de reciclaje muy alta.
Para calcular la huella de carbono de, por ejemplo, un producto agropecuario se analizan numerosos factores que comprenden los distintos procesos de su ciclo de vida, desde el uso de fertilizantes o pesticidas en la fase de cultivo a fuentes y cantidad de energía o embalajes en la fase de transformación, además del tipo de transporte utilizado y el combustible del mismo en la fase de transporte. ¿Tenemos esto en cuenta cuando hacemos la compra? Deberíamos. Pero quizá falla la comunicación. Al consumidor no le llega este mensaje y aquí entran en juego los otros dos objetivos del estudio.
En busca de la etiqueta informativa perfecta
Como señala Emilio Chuvieco, "el consumidor necesita información para tomar decisiones que sean responsables, porque la intuición no es buena consejera. Nuestro deseo sería que en este país todo lo que se consume tuviera una etiqueta con la huella de carbono emitida. No podemos diluir la responsabilidad; todo tiene una huella de carbono asociada".
Carmen Valor, experta en marketing de la Universidad Pontificia de Comillas, participa también en este trabajo y apunta que "a día de hoy, lo único totalmente claro para el consumidor es lo que cuestan los productos que compra. Y tiene más o menos claros los ingredientes de los productos que consume y su repercusión en la salud". En el estudio se concluye que adaptar las etiquetas para que incorporen información sobre la huella de CO2 de los alimentos no es fácil. En otros países se utiliza el símbolo de la planta de un pie, algo que según los expertos, tras comprobarlo con un grupo de participantes, no funcionaría en España, donde asociamos más el pie a otro tipo de campañas sanitarias.
Las experiencias sobre el cálculo de las emisiones de GEI respecto a los alimentos siguen siendo muy escasas
¿Cuál sería entonces la etiqueta idónea? Según Valor, "la mejor opción podría ser la combinación de información textual y pictórica. Solo el símbolo de un pie o huella no funciona. Y junto con esto el uso de colores, de acuerdo con el modelo de semáforo, es lo que mejor entienden los consumidores".
El estudio apunta que la Unión Europea apuesta en los últimos años por el desarrollo de metodologías que permitan el cálculo, la certificación y la comunicación estandarizada de la huella de carbono, con distintos proyectos pilotos. Y según los expertos, también en España se ha avanzado en el cálculo y la verificación de las emisiones de GEI de organizaciones públicas y privadas; si bien las experiencias sobre el cálculo de las mismas respecto a los productos alimenticios y su comunicación a los consumidores siguen siendo muy escasas.
¿Qué estrategias se pueden seguir para reducir la huella de carbono? Los expertos de este estudio señalan las siguientes:
- Contratar energía procedente de fuentes renovables.
- Instalar fuentes propias de energía, como paneles fotovoltaicos.
- Utilizar papel y cartón reciclados o procedentes de bosques sostenibles certificados.
- Optimizar los envases del producto, en cuanto a tamaño, forma y composición.
- Potenciar el uso de transportes compartidos y de ahorro de combustible.
Por nuestra parte, como consumidores, a la espera de la etiqueta que nos facilite la información sobre la huella de carbono de un producto, podemos colaborar con el medio ambiente optando por los alimentos de temporada y de proximidad y comprando preferiblemente productos a granel, o al menos con un envasado mínimo y si es posible 100% reciclable.
Los glaciares se derriten, los habitantes del norte de Europa comprueban cómo cada año sus inviernos duran menos, no digamos los del sur. Las selvas son menos frondosas, el nivel del mar aumenta... Y de todo esto, que los científicos denominan cambio climático o calentamiento global, somos responsables en gran medida los humanos con las emisiones cada vez mayores de gases de efecto invernadero (GEI).