La inteligencia es la lucidez de la razón y una vía hacia la felicidad
Una inteligencia bien conjugada debe aproximarnos a un mayor grado de felicidad. Consiste en capacidad para aprender, tino para juzgar, imaginación y arte para gestionar la propia vida, aspirando a lo mejor
El novelista William Golding, en su libro El señor de las moscas, nos cuenta una historia protagonizada por náufragos. En una isla deshabitada, un grupo de niños ha sobrevivido a un accidente aéreo y necesitan organizar su vida. Y aparecen dos niños: uno es Ralph, bastante razonable y que pide unas normas; otro es Jack, que se convierte en su contrincante. Es la razón frente a la espontaneidad sin sujeción. El primero es más bien tímido y cerebral; el segundo es bastante más vital y llega a ser violento en su afán de que no existan reglas: ¡que entre con fuerza el relativismo!
Pero asoma un tercer personaje, Piggy, un niño listo y débil, asmático, que se da cuenta de la gravedad de la situación y él quiere también unas reglas, y se acuerda de la central de autobuses de su pueblo, con sus luces y sus señales, que indican por dónde hay que ir. Es importante saber que la inteligencia natural, la que cada uno tiene como dotación genética, debe ser pulida, limada, retocada, ilustrada, para que se le pueda sacar el mejor rendimiento.
Por ello, la inteligencia consiste en un conjunto de operaciones en donde manejamos la información remota y reciente, que da como resultado un comportamiento positivo, equilibrado, sano. Hay un caudal de datos y experiencias que vienen de nuestra biografía y que deben combinarse con lo actual, se juntan el pasado vivido y el presente fugaz.
Inteligencia
La inteligencia es el arte y el oficio de utilizar los distintos componentes de nuestro patrimonio psicológico (percepción, memoria, pensamiento, conciencia, afectividad, vida de los impulsos, voluntad, etc) para responder a las incidencias de la vida personal de la mejor manera posible. Esto significa que cuando actuamos, enjuiciamos o tomamos una decisión de cierta importancia, hay muchos ingredientes que se arremolinan ayudando y oficiando para que las cosas salgan del mejor modo. Es como una gran orquesta, que produce una sinfonía.
Pero las cosas no quedan solo ahí. Inteligencia es también la capacidad para hacer preguntas esenciales y dar respuestas coherentes y completas. Poderosa conjunción de recuerdos, imágenes, sentimientos, reflexiones, etc. Inteligencia es el arte de usar la computadora mental de cada uno, con dos elementos claves: objetivos e instrumentos, medios y fines. Hacer preguntas decisivas y buscar las mejores respuestas y poner todo ello en práctica.
En el animal existe un tipo de inteligencia que se mueve dentro de unos esquemas y programas establecidos, mientras que el ser humano es capaz de inventar y diseñar sus propios programas. Una buena inteligencia computa lo vivido con lo sabido, la experiencia de la vida con los diferentes conocimientos que ha ido aprendiendo. Por eso, una inteligencia bien conjugada debe aproximarnos a un mayor grado de felicidad. Es capacidad para aprender, tino para juzgar, imaginación y arte para gestionar la propia vida, aspirando a lo mejor.
Exploradores
Son muchos los factores: inteligencia es aprender a discriminar. Voy a explicarlo con unos ejemplos tomados de la vida misma, para ello me voy a valer de un cardiólogo, un ornitólogo, un catador de vinos y un psiquiatra. El cardiólogo ausculta con el fonendo a una persona que está explorando; él no tiene mayor agudeza auditiva que los demás, pero al ser un médico especialista en esa área, capta más información y es capaz de darse cuenta de que hay un soplo cardiaco, una arritmia o latidos descompensados.
Al ornitólogo le pasa lo mismo: en la algarabía del bosque, aprende a distinguir el sonido de cada pájaro y sabe discriminar ese lenguaje etéreo, desdibujado, de contornos difusos. Se adentra en la selva de esos lenguajes y sabe ordenarlos y los clasifica y los agrupa.
El catador de vinos es un explorador minucioso de los caldos que tiene que probar y se detiene en cada una de sus cuatro fases: la visual, que le permite ver el color sobre una superficie blanca; luego mete la nariz en la copa, previamente movida, y sus fosas nasales reciben las primeras impresiones del líquido elemento; después, viene el momento clave, que es cuando el vino es propiamente probado, las papilas gustativas se empapan de él y este es capaz de decir lo que experimenta. Pensemos en un Malbec argentino, que tanta calidad tiene, y uno puede decir en esta tercera etapa de análisis: vino intenso, de sabor aterciopelado, que nos trae el recuerdo de frutos rojos tipo cereza, compota, café, bayas… Sus diversos contenidos dejan un regusto a esos frutos rojos del campo, con toques de fresas desdibujados y sutiles. Y, al final, el retrogusto: largo, agradable, sólido, persistente, propio de un Malbec de calidad.
Y finalmente asoma el psiquiatra, al que le sucede algo parecido a los tres personajes mencionados. Se sienta delante de una persona y aparece un diálogo abierto de preguntas, silencios y respuestas. Él va estudiando la ingeniería de su conducta, lo que dice y lo que calla, y se revelan el lenguaje verbal, el lenguaje no verbal, el subliminal… Una hora da para mucho, si este sabe aplicar los instrumentos propios de la psicología y cómo adentrarse en su intimidad y descubrir cómo es su forma de ser, qué le preocupa, cuáles son sus objetivos de vida, así como tener una apretada síntesis de su biografía.
La inteligencia específica es la que se especializa en una materia y la observa y estudia con detalle, con precisión
Cada una de estas cuatro personas tiene desarrolladas unas capacidades perceptivas bien distintas. No es que el cardiólogo tenga mejor oído que el ornitólogo o que el catador de vino sea más inteligente o que el psiquiatra sea una persona superior. No se trata de eso, sino de que cada uno ha desplegado un potencial de discriminación muy concreto. Eso es la inteligencia específica, que se especializa en una materia y la observa y estudia con detalle, con precisión. La inteligencia consiste en una conjunción de operaciones mentales, en las que entran en juego muchas piezas informativas, que se mezclan y a la vez se agrupan.
El novelista William Golding, en su libro El señor de las moscas, nos cuenta una historia protagonizada por náufragos. En una isla deshabitada, un grupo de niños ha sobrevivido a un accidente aéreo y necesitan organizar su vida. Y aparecen dos niños: uno es Ralph, bastante razonable y que pide unas normas; otro es Jack, que se convierte en su contrincante. Es la razón frente a la espontaneidad sin sujeción. El primero es más bien tímido y cerebral; el segundo es bastante más vital y llega a ser violento en su afán de que no existan reglas: ¡que entre con fuerza el relativismo!
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